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Mostrando entradas de agosto, 2020

Espejos y fantasmas (I): del otro lado, la memoria

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Por Santiago Cardozo (1) Parado frente al espejo del baño descubro La imagen distorsionada de mi madre, Que me llama de lejos y me reprocha Haber dejado los deberes por la mitad. Cierro los ojos, los párpados bien apretados, Y, cuando los abro, ya no hay nadie: Mi propia imagen se mueve ligeramente Hacia un costado y enseguida se acomoda Para devolverme el aliento que hacía un minuto Me había abandonado.                                     (2) Mi madre se volvió un espectro Permanente, Que me visita noche por medio, Difuso, En el rincón claroscuro del dormitorio. Agazapado y con la cuenca de los ojos Vacía, Me absorbe con la mirada Insomne Y me susurra que la deje ir De los versos. Pintura : Francis Bacon.

Máquina de coser y fabular

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  Por Santiago Cardozo ¿Qué habrá sido De los huesos de mi abuela?   ¿Dónde estarán los absurdos relatos Que mi abuelo nos contaba Cuando éramos niños?   Solo me van quedando El olor de los ravioles caseros, La joroba, la máquina de coser, El único ojo que veía Y las delicadas manos Que me habían criado;   La postura vertical y el bigote gris, El saco manchado de aceite Y la corbata azul, El pantalón gris orinado Y el apellido que se ha extendido Hasta mí.   También una muerte en forma de feto, La demencia senil y la ausencia De recuerdos comunes, Los caramelos y el infinito amor Sin condiciones;   La despedida en invierno, una estufa, La sucesión de infartos y la tranquilidad De haber decidido el momento; La imagen final cerrando la puerta Sabiendo que era la última vez Que lo veía. Pintura : José Gurvich.          

Un cedrón, la inmortalidad

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Por Santiago Cardozo Un cedrón inmortal, apostado en una margen del patio, Muere un día y al otro Renace con la lluvia, Atiborrado de ramas y hojas que se aprovechan Para el agua del mate Y para algún remedio Casero. Metáfora de la persistencia, Ha sobrevivido, tenaz, varios tiempos, El violento granizo de los inviernos Y el agostado calor del verano Entre los Trópicos. Sigue, erguido o encorvado, Allende la parra que se levanta Cargando sus pesados vástagos y maniatada Por los nudos de mimbre que mi padre Le forzaba todos los años. Sigue, frente a la ruda macho, Que lo desafía con su olor desagradable y su carne oblonga, Hasta que unas viejas tijeras de podar deciden Su futuro doméstico, la inutilidad rutácea De su mañana perenne. A su lado coexisten Un naranjo anciano y agonizante, Una pequeña higuera que demorará años En dar su fruto y un manzano Infestado de gusanos Que reposa, celoso, a medio metro de un du

El bucle neutro de la catástrofe (reseña fragmentaria de "Anástrofe")

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Por Santiago Cardozo  1. Más allá del extremo . En una entrevista para el semanario Brecha , [i] le preguntábamos a Sandino Núñez ¿qué quedaba después de Psicoanálisis para máquinas neutras [ii] ?; es decir, partiendo de la base de que Psicoanálisis había llevado las cosas al extremo o, al menos, a cierto extremo, la cuestión era ¿para dónde y cómo iba a seguir Sandino? La respuesta, después de poco menos de tres años, es Anástrofe , [iii] que prolonga, como el propio Sandino señalaba en la entrevista, la primera parte de Psicoanálisis , donde se desenvolvía la idea de neutralidad. Ahora, en esta nueva obra, Sandino emprende una tarea de escritura que, de cierto modo, a mi juicio, se muestra más pulida, con enunciados más breves, más “contundentes”, más poéticos (parece haber retomado la marcada senda de La vieja hembra engañadora , donde su escritura había alcanzado la expresión más acabada); procede, como siempre, con paciencia, desplegando sus puntos muy ordenadamente, co

Un árbol

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Por Santiago Cardozo “La literatura, por mucho que nos apasione negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la mirada contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta indiferencia” (Enrique Vila-Matas , Bartleby y compañía ). Un árbol, partido por un rayo, Se seca, lento, melancólico, En la vereda De mi casa. Adentro, en los cuartos, La humedad gana Las paredes y se extiende, A cada hora, hasta abarcar, Desde el techo, Las puertas, los muebles, Las sábanas. En la casa no hay Nadie: Solo se oyen, apenas, Murmullos, que reclaman, Enojados e indispuestos, Venganza. Los perros, que escuchan Las voces de los cuadros, Se ponen nerviosos Y ladran, porque ven, no dudan, Los dibujos indefinidos Y espectrales De la genealogía Familiar. Y yo, que me veo, Boca arriba, en la cama, Sin aliento, Soy visto Por los perros, Que me gruñen Y se alejan Asustados. Pintura : P

La máquina de sentir (VI) (*)

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Por Bruno Martinelli Hay nubes que se van y dejan respirar al sol. Hay manzanilla humeando en una taza y un libro abierto. Hay música instrumental adornando el silencio. Por la ventana, la cabellera roja de un tardío malvón se hamaca en la brisa. Como si todo se fuese a arreglar. *** Comienza el frío, pero todavía quedan rescoldos del verano. En la alacena, elijo uno de los frascos, le quito el polvo, me dejo halagar por la promesa de los higos tras el cristalino vidrio. Tomo un cuchillo, ablando la tapa, la invado con mi mano, la giro y hago entrar como bocanada el aire, después de meses de un sellado al vacío. El dulce casero de higo tiene aroma a paraíso detenido en el tiempo, sabor a paraíso recuperado. *** Miro una fotografía, tus viejas herramientas junto a la pared como si fuesen instrumentos musicales. Hay maderas y metales, pero no en los ropajes de un arpa, un piano o un violonchelo. Las herramientas están gastadas, alcanza con mirar las empuñaduras,