Epígrafes




¿Por qué escribo? Podría ser, entre otras cosas, por deber: por ejemplo, al servicio de una Causa, de una finalidad social, moral: instruir, edificar, militar o distraer. Estas razones no son despreciables; pero las vivo un poco como justificaciones, coartadas, en la medida en que hacen depender el Escribir de una demanda social, o moral (exterior). Ahora bien, en la medida en que estoy lúcido, sé que escribo para contentar un deseo (en el sentido fuerte): el Deseo de Escribir > No puedo decir que el Deseo es el origen del Escribir, pues no me es dado conocer mi Deseo totalmente y agotar su determinación: un Deseo siempre puede ser el sustituto de otro, y no me corresponde así, sujeto ciego, inmerso en el imaginario, poder explicar mi Deseo hasta en su dato original; solamente puedo decir que el Deseo de escribir tiene cierto punto de partida, que puedo localizar.

                                                    Roland Barthes, La preparación de la novela

 

Son como afluentes de entrada a o de salida de un río (tantas venas que se abren en diferentes direcciones como una red de la naturaleza interminable). Un texto permanece abierto en y por sus epígrafes, que lo conducen al dominio fragmentario de un decir metafórico que metaforiza su propia descontextualización como operación significante (metaforiza el vacío o el agujero que el fragmento arrancado para el epígrafe deja sobre la superficie textual de la que fue “extirpado” y en la que se “inserta”; la huella paradójicamente indecidible y sin perímetro que ha quedado como “resto” o “testimonio” de la operación extractiva).

Si el epígrafe marca el tono y el tenor de la lectura del texto principal, también señala las oblicuidades posibles de la interpretación, aun cuando esta encuentre resistencia en el propio epígrafe o en el cuerpo textual, cuya clave de sensibilidad el epígrafe ofrece como una intervención venida, a la vez, del afuera y del adentro del texto “intervenido”.

Una cuestión más, para nada adicional: ¿no remite esta intervención, por insospechados caminos de la lengua y de lo que está más allá o más acá de ella, al deseo de un decir que no puede aparecer en el cuerpo del texto epigrafiado?

Esta es, si se quiere, la poiesis por excelencia que el epígrafe dramatiza como acontecimiento de lectura, estableciendo o proponiendo ciertas condiciones de legibilidad de aquello que él encabeza, lo escrito.


Dibujo: Silvia Werter.

 

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