La materia dramática de la paleta
¿Por qué pintás?
En distintas épocas pinté por razones muy diferentes.
De alguna manera fui criado para ser pintor. Mi abuelo también lo fue. Alumno de Cúneo y Laborde en el Círculo de Bellas Artes, si bien no lo conocí, crecí rodeado de sus pinturas y dibujos y de alguna forma de su “leyenda”, que tuvo un fuerte impacto sobre mí. Supongo que mis padres me vieron como una especie de resurgir de esa figura, porque desde chico me compararon mucho con él e incentivaron a que estudiara arte.
Recuerdo que de niño para mí dibujar y pintar era una forma de revivir historias que leía o películas que veía. Dibujaba mucho los cuentos de hadas y películas infantiles y recuerdo ese sentimiento de estar viviendo la acción al dibujarla. Sobre todo la magia. De niño fui al taller de Dumas Oroño en el Prado. Tengo recuerdos muy bellos de esa época, pintando en el patio y del olor a pintura del taller. En ese momento pintar era más un juego que otra cosa.
Con el paso del tiempo, esa primera experiencia se fue resignificando y empecé a pintar movido por otras necesidades. Fui un adolescente muy tímido e inseguro y encontraba en la pintura la fuerza y autoconfianza que me faltaba, una especie de compensación simbólica. En ese sentido, fue muy importante ir al Círculo de Bellas Artes. Buscando de alguna forma mi destino, seguí los pasos de mi abuelo, creyendo que ellos me guiarían y me tiré hacia allí. Comencé entonces a aprender con rigor la técnica clásica y eso cambió mi experiencia artística. Empecé a vivir la pintura de una manera más plástica, a mezclar los colores en mi cabeza, a valorar la ejecución técnica y compositiva de las obras. Entonces el deleite de la pintura comenzó a transitar por esa vía. Empecé a pintar para que mis trabajos lograran calidad y disfrute estético.
Hoy en día, para mí pintar significa muchas otras cosas. En primer lugar, creo que pinto por una necesidad muy profunda de comunicación, casi como si fuera una plegaria, sobre los temas que me movilizan: el paso del tiempo, la destrucción de la cultura, el deterioro. Me pasa algo muy curioso que es que cuando defiendo mis ideas sobre estos temas de forma oral, la gente suele estar en desacuerdo, a veces con mucha vehemencia. Pero cuando los pinto, esas mismas personas parecen entenderme más y eso me deja muy contento. Supongo que quiere decir que hubo una comunicación mucho más efectiva, una comprensión más acertada de la vivencia que mueve mi pensamiento. No lo sé.
Pero también pintar para mí significa mantener una tradición familiar, el placer de lograr aciertos plásticos que espero efectivamente alcanzar, atrapar determinados detalles que me gustan de la vida, que me parecen interesantes o profundos, como una magia que detiene el tiempo. A veces es un deleite plástico, crear ciertos efectos de colores o de claroscuros o formas que me agradan. Otras es esa movilización de fuerzas profundas de pensamiento que me parece trascendente comunicar a través de la imagen e intentar lograr que sea portadora de ideas. Es decir, una resistencia al uso de la imagen vulgar y anestésica.
Para mí la pintura es eso: un acto de resistencia, no sólo artístico, sino político. Sobre todo hoy en día, desvalorizada y combatida por la élite artística en el poder, la pintura se transforma en una trinchera, donde un puñado de artesanos de la pintura luchamos por mantener viva la tradición de la técnica y de una forma de entender el arte.
Equivocado o no en mi postura, lo que siempre tuve claro es que jamás pinté para obtener dinero. Tuve algunos encargos y algún que otro cuadro he vendido, pero nunca fue lo que me movilizó profundamente. Si me compran mis cuadros, bien. Pero no voy a pintar para ganar dinero. Desde chico tuve claro que prefería trabajar de cualquier otra cosa que no fuera vender mis cuadros, porque significa la muerte de la libertad. Uno empieza a hacer lo que se solicita, lo que vende o agrada. Muchas veces me han dicho que empiece haciendo lo que se pide o gusta para “entrar” y que después más adelante, cuando tenga un nombre, haga lo que quiera. Siempre detesté ese consejo. ¿Qué quiere decir? No lo comprendo. Es una visión puramente mercantil del arte, dicha por gente que no lo entiende ni le importa. La vida es muy corta y la pintura es un proceso, no es que yo ya sepa lo que quiero pintar, va elaborándose a medida que pinto, un cuadro lleva a otro, se ajustan detalles, se reflexiona y corrige de uno a otro. Más aún, la pintura es una aventura del alma, que se va transformando con cada ejecución.
Los políticamente correctos pueden llamarle “buscarle la vuelta” para “entrar”. Jamás me interesó pintar para entrar a ningún lado. El arte debe ser un encuentro con lo trascendente y con uno mismo, una especie de rezo. No se puede mentir en la obra. Cuando uno es deshonesto con sus intenciones, se nota en lo que pinta. La honestidad en la búsqueda de una verdad espiritual por medio del arte es algo muy importante para mí. Yo creo realmente que hay que cuidar el alma, sino se pudre. Y lo que uno pinta está directamente vinculado al alma, se afectan mutuamente.
Tus pinturas se caracterizan por una lucha con la técnica, con la paleta, para llegar a la lucha con los temas.
Sí. Lo que pasa es que en el arte, no sólo en el mío, la técnica es la herramienta para poder lograr transmitir artísticamente el tema. Uno debe conocer los recursos que posee para poder comunicarse de una forma indirecta. Creo que, en el fondo, el problema del arte es un problema técnico. Es decir, cómo transmitir esa idea mediante los fenómenos de la pintura, en este caso: colores, claroscuro, formas, composición, pincelada. Creo que el razonamiento artístico pasa por ahí. Por eso, por ejemplo, cuando un pintor como Giacometti pinta un retrato o una naturaleza muerta, dos temas que se han pintado desde siempre, la forma en la que pinta ese retrato o esa naturaleza muerta es el tema. La manera en la que utiliza la pincelada, los colores escogidos, la manipulación de las proporciones y la forma, es allí donde hay que buscar el mensaje. Otro pintor, pongamos por caso, Cézanne, pinta el mismo tema pero utiliza esas mismas variables de una forma totalmente distinta, porque es otra personalidad, otra vivencia la que se nos transmite en la obra. Por eso creo que el arte puede llegar a ser un terreno de máxima libertad y tolerancia de la diversidad, en el sentido más profundo del término: se respetan absolutamente los distintos puntos de vista de la realidad, se comparten, se comprenden, se sienten.
Como pintor, no quedo por fuera de esto. La lucha del pintor es una lucha con la técnica siempre. Cómo decir lo que tengo para decir de una manera sugestiva, plástica y metafórica. Cuál es la forma de pintar que más representa mi vivencia de la realidad. La pintura es un diálogo con uno mismo, para saber escucharse y entenderse. Es muy difícil lograr alcanzar una forma de pintar que uno sienta plenamente conectada con la vivencia que uno tiene. Es algo que uno siente como una plenitud o una carencia.
Y cada cuadro es una lucha distinta. Cada uno exige una técnica determinada. Es realmente una batalla ardua. A veces estoy varios meses pensando un cuadro, qué elementos voy a utilizar, qué figuras o colores voy a emplear. Y por un tiempo largo estoy rumiando y no me conforma lo que hago. Hasta que hay un momento en el que encuentro exactamente lo que estaba buscando. Y lo experimento realmente como una revelación. Siento un entusiasmo, una fé en ese descubrimiento que me llena de energía y entonces sé que estoy por el buen camino. Hasta que no siento esa fé, no estoy conforme.
En tu obra, los cuerpos tienen un lugar destacado. ¿Por qué?
Es difícil de explicar. ¿Cómo uno explica un misterio? Creo que tiene que ver un poco con lo que comentaba antes. Cada uno debe conocerse a sí mismo, estar atento a lo que le conmueve profundamente. Creo que en mi caso es el cuerpo humano. Hay un misterio en él que no logro resolver y que busco en cada pintura. No sólo se trata del milagro de la belleza o del erotismo. Creo que el cuerpo habla de una forma muy misteriosa. Uso esa palabra mucho para describirlo porque es lo que es para mí y no encuentro otra. Me fascina ver rostros y cuerpos, podría estar horas.
Cuando conozco la historia de la persona, me fascina aún más. Supongo que no se dan cuenta, pero miro muy detenidamente a las personas. Muchas veces busco ver reflejada su psicología o su ser íntimo en sus arrugas, en sus esferas, en la textura de la piel. Sin duda siento que hay más en el cuerpo de lo que se muestra. No sé exactamente qué. Como todo en el arte, se transforma en metáfora de otra cosa no dicha directamente y que tal vez ni siquiera lo sepamos ni lo lleguemos a saber.
Qué privilegio los que logran no sólo ver ese misterio, sino atraparlo en sus obras. Es algo muy sutil y que sólo se entiende con una sensibilidad especial. Me sentiría muy orgulloso de poder lograrlo algún día, una vaguedad que sea atrapante e inexplicable.
En “Amniótico” (Ateneo de Montevideo, mayo, 2016), exposición que me impresionó mucho, hay algo que podríamos llamar una “política de la carne”, ya no tanto del cuerpo. La descomposición de la vida queda literalizada en “Amniótico” y, a la vez, adquiere un relieve metafórico (en el sentido amplio) que no deja a nadie indiferente. Es como si nos estuvieras diciendo que la vida, en su devenir, irrevocablemente es un desmembramiento del cuerpo. En estas pinturas, además, se aprecia el legado de Bacon y Freud.
Me alegraría que no dejara a nadie indiferente, ojalá sea así.
Sin duda que Bacon y Freud me han marcado profundamente. Tal vez Freud de forma más directa en mi pintura, con su tratamiento de esos cuerpos densos y pesados. He puesto mucha atención en el uso de los colores y la pincelada de Freud. Recuerdo que mi profesor de pintura me dijo una vez que él intuía que la forma de pintar de Freud estaba muy cercana a lo que sería en el futuro la mía, mucho antes de realizar “Amniótico” y de que efectivamente fuera así.
Creo que la influencia de Bacon no es tan explícita. De Bacon leí mucho acerca de su proceso creativo en entrevistas, de sus hábitos de trabajo, de lo que buscaba en la pintura. Eso me marcó mucho en mi propio proceso y creo que en una época de mi vida me ayudó a destrancar mi creatividad, me dió una forma de pensar la pintura y el trabajo creativo. Siempre me impactaron mucho las fotos de su taller. Quería tener uno igual, poder usar la puerta como paleta, tener las imágenes tiradas por todos lados. Creo que de allí saco mi hábito de juntar imágenes, de estar alerta ante el encuentro con una imagen inspiradora o que intuyo que será inspiradora en algún momento. Me siento una especie de cazador de imágenes que puedan servirme, me alimento de ellas.
Con respecto a lo primero que planteabas, cuando era niño, por lo que comenté al principio, me pasaba horas mirando y estudiando las fotos familiares. No sé bien qué buscaba. Capaz intentar entender a esas personas, que fueron tan importantes para mi familia. Me quedaba tanto tiempo analizando sus rostros. Desarrollé una nostalgia por un pasado que no viví. Le preguntaba a parientes, casi que los entrevistaba, sobre esa época, que yo sentía gloriosa. No existía para mí nada más extasiante que alguno de los testigos de esa época me contaran una anécdota que no conocía. Aún es así para mí, pero con el tiempo se van reduciendo los parientes y las anécdotas. Intentaba recrear esa historia en mi cabeza.
Por supuesto que cuando me fui de la casa paterna, me llevé todas las fotos conmigo. Aún me las reclaman mis familiares. He utilizado algunas como inspiración, aunque aún no tanto como quisiera.
Supongo que de allí tomé el gusto por observar con mucho detenimiento los rostros. También desarrollé un sentimiento hacia el paso del tiempo que aún no me abandona y que en general mis amigos me critican mucho. Creo que les da un poco de miedo. Pero no puedo evitarlo. Una nostalgia por un tiempo anterior mejor que el presente y una especial sensibilidad ante el sentimiento del tiempo perdido. Es algo en lo que me detengo mucho a pensar y por el poder que ejerce sobre mí, intento canalizarlo hacia mi pintura. Creo que parte de esas reflexiones se pueden apreciar en “Amniótico”. Yo los veo como seres que luchan por retener esa juventud perdida, humillándose en esa negación del tiempo. Intenté que eso se sintiera en el tratamiento de la carne. Ahí se ve mucho de la influencia de Freud, pero haciendo hincapié en un aspecto entre satírico y dramático, o tragi-cómico, como se quiera. En esas obras reduje lo más posible la cantidad de figuras utilizadas, me concentré en esos cuerpos y en el tratamiento, un poco distinto a lo que estoy haciendo ahora, que multipliqué la cantidad de figuras. Es algo distinto, ahora más cerca del Bosco que de Freud.
Me inspiré mucho en imágenes sociales de revistas. Mujeres vestidas de jóvenes, bailando como adolescentes, mientras sus carnes parecen derretirse. El contraste me estimuló largo tiempo, creí encontrar allí una metonimia perfecta de aspectos que repruebo de la sociedad. Pinté muchos cuadros sobre ese tema, a veces repitiendo la misma modelo, hasta concluir en lo que fue la exposición de “Amniótico”, con la que de alguna forma cerré ese ciclo. Nunca se sabe si no se re abrirá en algún momento.
Últimamente, sin abandonar del todo los temas anteriores, tu pintura se ha vuelto más alegórica, como si reaccionara ante la abstracción y las ocurrencias del arte contemporáneo. ¿Cómo te parás en ese contexto?
¿El del mal llamado “arte contemporáneo”? En la vereda opuesta. A mí me gusta más llamarlo como lo hace la crítica mejicana Avelina Lesper: arte VIP (video, instalación, performance), haciendo referencia a su carácter elitista.
En mi pintura, intento muy humildemente adherirme a la tradición del arte figurativo, porque creo en su potencial para comunicar y crear una experiencia única en personas muy diferentes. Muchos declaran la muerte de la figuración, algo absolutamente ridículo estando rodeados como estamos de imágenes cada día más hiperrealistas, lo que da miedo, por el potencial de engaño que poseen. Pero los que declaran la muerte de la figuración hablan de que con la fotografía ya no hay necesidad de pintar de manera realista, por llamarle de algún modo. Este argumento no toma en cuenta el hecho de que cada obra tiene irremediablemente impregnada la personalidad del artista. Cuando es buena, evidentemente. No somos máquinas fotográficas que reproducen la realidad y la imprimen, ni fue ese el fin del gran arte jamás. Siempre se tomó la realidad y se habló de algo más. Las figuras de la realidad son como los minerales de una cantera, que el artista utiliza. Tocados por su personalidad, dejan de ser lo que son ordinariamente para entrar en el mundo de la significación. Transmutan, como en una especie de experimento alquímico y se cargan de poesía. Tenemos que volver a la Poética de Aristóteles, está todo allí.
Hay obras abstractas que me parecen muy bellas y sugestivas, pero es mucho más grande el potencial comunicativo de una imagen figurativa. Porque la asociamos a conceptos, y esos conceptos a su vez se abren en múltiples interpretaciones. Agreguemos el tratamiento plástico que pueda tener la imagen, lo cual multiplica a su vez sus significados, el lugar en la obra en el que se encuentran los elementos, cómo se relacionan con otros. Es decir, se agregan más y más capas que enriquecen la obra. Los artistas quisieron desnudar tanto el arte que ya no nos quedan ni los huesos.
Porque además y de forma muy importante, la obra tiene que ser entendible para el público, algo que no se está tomando en cuenta hoy. Si uno no lee un texto que explique la obra VIP, no tiene acceso a ella. Y muchas veces, te diría que la mayoría, ni siquiera vale la pena el esfuerzo. La utilización de figuras permite que el fruidor de la obra las relacione con sus ideas sobre ellas y eso genera hipótesis de interpretaciones, que se van ajustando al bagaje que cada uno arrastre consigo. La obra se abre en nuevas posibilidades de interpretación, es un espacio de libertad al que acceden distintas personas. Pero en el arte VIP, si no leemos lo que quiso decir el artista, seguramente no lo podamos entender, lo cual también genera un anclaje de la interpretación, se pierde la libertad y la sugestión.
Mi mayor deseo sería lograr una pintura que conmueva a la mayor diversidad de personas. Que logre adaptarse a distintos pensamientos y deseos. Como en todos los casos, se trata de un intercambio que requiere tiempo y reflexión. ¿Por qué coloca esta figura y no otra? ¿Por qué aquí arriba y no allí debajo? ¿Por qué con ese color e iluminación? Estas deberían ser algunas de las preguntas que nos debemos plantear ante una obra.
Hay una figura que adopta un peculiar relieve en tu pintura, un detalle, a decir verdad, que parece comportarse como el “punctum” barthesiano, al menos así me gusta verlo: la polilla. Para muchos, un bicho asqueroso; para otros, un bicho extremadamente singular, que se disuelve sin dejar rastros, o dejando una mancha en la pared. Real, concreta y evanescente, la polilla aparece como eso que rasga, que punza y que se alimenta, en tu caso, de la propia pintura. ¿Cuál es para vos, retrospectivamente, el “punctum” de tu obra?
Me gustan esas asociaciones respecto a la polilla. Es tan interesante escuchar lo que le genera a los otros lo que uno realiza. Cuando uno está metido en el trabajo, hasta le cuesta ver los aciertos y errores, pero cuando provoca algún resorte en el otro, es muy gratificante. Me costó llegar a la imagen de la polilla y la encontré de casualidad. Estaba buscando una imagen que transmita destrucción. Se me había ocurrido pintar un cúmulo de ratas, pero no me terminaba de convencer, me parecía un poco aburrido, un lugar común. Rumié el asunto en mi cabeza por mucho tiempo. Un día, descubrí que tenía gusanos de polillas anidando en mi aparador de la cocina. Los veía en el techo y dentro de lo paquetes de fideos, tenía polillas por todos lados. Fue desesperante. Y cuando logré deshacerme de todas ellas, me di cuenta que la polilla era exactamente la metáfora que buscaba, por su doble condición de sufrir una metamorfosis y ser un bicho feo y destructivo.
El punta pie para pintar los retablos en donde aparece la polilla es el sentimiento de horror que me produce la destrucción del patrimonio arquitectónico que está sufriendo la ciudad de Montevideo. No puedo comprender que se nos vendan estos edificios con forma de cajas o lápidas como mejor por ser más simples o simplemente “nuevos”, renunciando a edificaciones realmente hermosas, que aportan belleza y particularidad al entorno. La belleza no es nueva ni vieja, es siempre. Si no se quiere ver el asunto en un nivel artístico, que se vea en un nivel comercial: los turistas vienen a ver edificaciones que sean distintas a las que se puedan ver en su propia ciudad, buscan lo único. Pero parece no importar en absoluto. No es solamente que la belleza no tiene prioridad, es que ni siquiera parece importar por los fines comerciales que pueda traer aparejados. Es de una falta de visión hacia el futuro que me deja perplejo. Lo considero una de las pruebas de la mediocridad cultural que estamos viviendo como sociedad.
Con respecto al “punctum” de mi obra, es difícil para mí responder. Si lo definimos como un detalle que rasga la sensibilidad, inconsciente e íntimo, creo que más tiene que ver con la forma de pintar que con una figura determinada. Algunos esfumados bien logrados, algunos aciertos técnicos me generan una sensación de rasgamiento. Creo que referido a mi obra y en mi experiencia, va más por ahí, por lo técnico. Pero es difícil que uno sienta en su propio trabajo el punctum, porque estuvo en todas las partes del proceso, se vuelve menos misterioso para uno mismo. A veces cuando pasa el tiempo, uno descubre nuevas ideas detrás de lo que hizo, que no había pensado en un principio y ahí se siente una renovación de la fe.
Lo que más me importa que genere ese efecto de punctum en los demás, ese es el verdadero desafío.
¿Por qué los retablos en trípticos de un lado y del otro? ¿Qué hay de La Divina Comedia en tu obra última?
Es una cuestión de tradición. Los retablos articulados de las iglesias permanecían cerrados, pintados en el exterior y en fechas específicas se abrían y mostraban su interior. Poseían esas dos dimensiones, relacionadas entre sí simbólicamente. Recuerdo uno del Bosco que me causó mucha impresión. En los paneles exteriores se muestra una imagen de Cristo niño, dando sus primeros pasos, mientras que en el interior se mostraba a Cristo cargando la cruz, es decir, sus últimos pasos. Esta relación de antítesis, de repetición de una acción, pero con significados muy distintos, que se potencian entre sí, marcó mucho la creación de los retablos que he estado realizando en los últimos tres años.
En ellos, hay un vínculo temporal simbólico entre el exterior y el interior. En los dos primeros, represento en el exterior el presente de un edificio, tapeado y en el interior el mismo edificio reconstituido. Una dicotomía presente/pasado. En el último, es al revés. De todas formas, no es tan lineal. Hay guiños en los tres retablos, elementos que se repiten transformándose, para que el fruidor los hilvane. Hay que relacionar los distintos elementos. Quise que fuera como una historia que se desarrolla en cada retablo, como capítulos de una novela.
Sobre la segunda pregunta, la Divina Comedia es un texto que ha generado una honda huella en mí. Cada tanto vuelvo a él. Me asombra su construcción, la fuerte unión entre todas sus partes. Es algo imponente. No sé si hay una relación tan directa con mis retablos. Aunque, si me pongo a pensar, el número tres está allí y hay una especie de “descenso a los infiernos”. O por lo menos a mi propio infierno personal, que es la destrucción de la belleza. Nunca había pensado la relación hasta ahora, se ve que la tenga muy inconscientemente asimilada. Se me están ocurriendo más, pero dejaré que los que vean los retablos la busquen, sino no habrá misterio.
¿Qué pensás del estado del arte en la actualidad?
Nos encontramos en un momento muy confuso de la historia en general y el arte no escapa a esto. Todo parece cubierto por una niebla espesa, en donde no se ve bien qué es lo que ocurre y todo se mezcla. Creo que hay fuerzas muy oscuras moviéndose detrás, que se benefician de fomentar toda esta confusión y el descenso extendido de la calidad artística, relativizándola.
Como yo lo veo, encontramos un arte, llamado “contemporáneo” o “conceptual”, que es el arte oficial hoy en día. En este arte, la ejecución carece completamente de interés y lo que importa es el discurso legitimador. También hay pintura en la vuelta, alguna mejor que otra, casi la mayoría no me interesa mucho de lo que veo en las galerías importantes. No me emocionan, sobre todo técnicamente. Algunos pintores se saben mover mejor, otros están en las sombras y por su inhabilidad para hacer lobby o por su desinterés en transar con la concepción del arte de los que tienen el poder de decisión, se encuentran muy solos e invisibilizados, a pesar de ser excelentes. Conozco a varios.
Pero, fundamentalmente, es el arte “VIP” el que hoy se encuentra dominando la esfera artística. Se nos quiere hacer creer que una banana pegada con cinta en una pared tiene el mismo valor que una obra de Rembrandt, supuestamente porque lo importante se encuentra en la idea. Como si no hubiera ideas en las grandes obras de la pintura. Pero además, no se comprende por qué la idea es lo verdaderamente valioso. Cuando uno ve arte, lo que conmueve hasta los huesos es la ejecución y las ideas que el artista tiene acerca de cómo materializar los conceptos. Un mismo concepto puede ser transmitido de una manera brillante o mediocre y sigue siendo el mismo concepto.
Ya que hablamos de Lucian Freud, lo que conmueve no es solamente la elección de pintar gente desnuda, tirada. Conmueve la forma en la que la pintó, una forma inigualable, cargada de sugestión, sentimientos, vivencia, que excita al cerebro y al sistema nervioso en general. Es un arte mucho más completo y complejo, formado por múltiples capas de razonamiento, trabajo y sensibilidad. Me resulta inadmisible que quieran vendernos ahora como el gran arte de nuestro tiempo una banana pegada a la pared, un televisor haciendo interferencia, basura recolectada de la calle. Esas cosas serán ocurrencias, pero no son los picos que puede alcanzar la habilidad y la inteligencia humanas. Hay que preguntarse ¿esto es lo máximo que puede lograr el ser humano?
Hay dos preguntas muy simples, pero que todo artista debe formularse a sí mismo: ¿para qué y para quién hago arte?. Parece algo tonto, pero cuando uno se la lee a sí mismo, intimida. ¿Pinto para generar una experiencia única a otra persona? ¿Pinto para mi ego, para que me aplaudan, para ser una estrella? ¿Pinto para pertenecer a la élite que decide qué es y qué no es arte? ¿Pinto para generar felicidad en la gente? Cada uno debe interrogarse acerca de esto, en la soledad absoluta, cuando no haya nadie mirando ni escuchando.
Creo que pueden haber distintas aproximaciones a una obra. Una puramente sensible, donde uno se entregue a los impactos sensoriales. Otras más intelectuales y reflexivas. Sin duda que la preparación del espectador determina el nivel de deleite. Cuanto más preparado, más se disfruta, más elementos conecta entre sí y se potencia la experiencia. Pero el arte de la élite actual castra las aproximaciones y valida sólo una: la del artista, que explicita en un texto lo que quiso decir, sino es incomprensible. Y cuando uno compara el texto con la obra, no puede más que sentir que se le está tomando el pelo. Inmediatamente, el público que no entiende es juzgado irónicamente de no querer realizar el esfuerzo de comprender y de ser retrógrado. El problema es que no hay esperanzas de una recompensa para dicho esfuerzo. Es un desprecio muy grande hacia la gente.
Yo no digo que no haya que realizar un esfuerzo para comprender el arte, pero lo que se propone aquí es desechar absolutamente el poder de la sensibilidad y los sentidos. Y no comprendo por qué deberíamos hacerlo. Es un mundo tan disfrutable y complejo. ¿Por qué deberíamos renunciar al arte que potencia el poder de los sentidos? Como si disfrutar de él implicara una renuncia al uso de la inteligencia. Nada más lejos que esto. Es una unión de la sensibilidad y la inteligencia, una alianza mucho más poderosa que la que se nos ofrece. ¿Nos vamos a conformar con algo tan básico?
Deberíamos sospechar cuáles son las razones por las que este es el arte que más se difunde y más tiene las puertas abiertas a las salas y concursos oficiales y cuestionar quién es el que sale más beneficiado de todo esto. Sin duda que no se trata de una necesidad social. La gente no entiende ese arte, no le llega, no le habla íntimamente. Lo único que logran es que se desconecten del deleite artístico, tan importante para la vida. Porque además, es muy aburrido y en todos lados igual. Si uno va a una sala de exposiciones contemporánea de Montevideo, se muestra prácticamente lo mismo que en una sala de Viena. Ya no hay diversidad, tanto que se habla de ella. La gente está renunciado al arte porque cree que no es lo suficientemente inteligente para entenderlo y porque no le dice nada sobre su existencia. Lo curioso es que muchas veces estos artistas creen democratizar el arte por escribir su significado y porque todo el mundo puede hacer esos objetos, ya que no requieren ninguna habilidad manual.
Creo que en ese punto hay una confusión muy grande, un embrollo. Se da una paradoja: cuanto menos esfuerzo técnico hay , más fácil es que cualquiera haga la obra, pero menos interesa a la gente y más iguales son las obras entre sí, se pierde la diversidad. Por otro lado, la crudeza del objeto tomado y puesto en el museo, nos deja famélicos. Carece de erotismo, porque no fue elaborado por el artista ni puede participar el fruidor, por más que digan que el arte “contemporáneo” hace que participe más. Que nos hagan gatear dentro de una “obra” no significa que estemos participando. Del arte se participa emocional e intelectualmente y eso genera también una experiencia física. Sentado en la platea de un teatro, quieto, sin que me hagan mover, he experimentado sensaciones físicas derivadas de las emociones que sentía ante la música de un concierto. Afecta todo el organismo, es increíble. Cuando vemos una pintura buena, nos sentimos renovados, nos recargamos de energía. Yo no voy a ver más muestras de arte “contemporáneo” porque me afecta físicamente en un sentido negativo, me quita la energía.
Cuanto menos entra por los sentidos, menos interesante es la obra y menos nos ejercita mentalmente. Cuanto más se explicita el significado, menos compromiso genera de parte del público, porque no tiene nada que resolver ni talento que admirar.
El arte actual me resulta muy aburrido, porque le falta misterio. Necesitamos del misterio, urgentemente. Y no del misterio de por qué una banana pegada a la pared vale tanta plata o de por qué un latón puesto en un museo es arte, sino del misterio de la vida humana transmutado en poesía.
Pintura: Pablo Scagliola, "Autorretrato".
Pintura: Pablo Scagliola, "Autorretrato".
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