La ambigüedad de una demanda comunista
“No mires para el costado PCU” (mural a la entrada de la ciudad de La Paz, Canelones).
1.
Explicitemos nuestro punto de partida teórico, nuestra posición enunciativa: el ejemplo en cuestión nos coloca ante una situación de equívoco,[1] situación que constituye los fundamentos y la sustancia mismos de la interpretación como actividad política y que, por ello mismo, estropea y niega cualquier discurso pretendidamente unívoco y los efectos consensuales que persigue o pueda perseguir, abriendo paso al desacuerdo como apertura del sentido.
2.
La lengua es un sistema de signos cuyo valor se define por diferencia y oposición: un signo es todo lo que los demás no son y que estos no reclaman como propio en aquel. El “Génesis” bíblico lo ilustra con notable elocuencia: cuando Dios da la orden de que se haga la luz (el famoso fiat lux, destinado a un mundo que aparece por efecto del propio imperativo), la luz, ipso facto, se hace, pero, sin que su enunciado lo señale específicamente, también se hace la oscuridad, porque “luz” solo puede significar (algo) en oposición con lo que no es luz, “oscuridad”, y viceversa (los signos no significan por sí mismos, por fuera del juego de oposiciones con los otros signos[2]). Al mismo tiempo, este acto creador oculta (reifica), bajo la aparente positividad del signo “luz”, el propio juego diferencial y opositivo, desde el momento mismo en que la diferencia y la oposición en cuanto tales quedan subsumidas en la aparente relación directa entre el signo “luz” y la sustancia ‘luz’, hecho que viene pronunciado por la relación imaginaria existente entre las palabras que denominamos sustantivos y la supuesta naturaleza de las cosas que estas palabras designan: las sustancias, materia evidente de los objetos del mundo.
Por su parte, el discurso es la puesta en funcionamiento del sistema lingüístico, su ejecución como decir. Por lo tanto, la instancia enunciativa es el momento en que la lengua se articula con la historia y con el sujeto hablante, produciendo efectos de historización, con relación a los cuales el sentido suscitado no puede ser reducido a las intenciones del locutor ni al contexto discursivo en que se habla y que está hecho por el hablar. Si la propia lógica diferencial y opositiva que caracteriza los signos lingüísticos asegura la existencia del equívoco generalizado, el discurso “actualiza” el equívoco como fenómeno materialmente concreto y como potencia, posibilidad. Así pues, se abre el lugar para la interpretación, propia de la operación enunciativa y, de este modo, se constituye el sujeto.
3.
Un enunciado militante en un muro paceño, pintado con los colores del Frente Amplio uruguayo, con relación al cual podemos realizar, al menos, dos interpretaciones opuestas:
a. “No mires para el costado” = no ser indiferente a las circunstancias sociales y políticas en las que vivimos (pobreza, reducción salarial, corrupción, incumplimiento de las promesas electorales, etc.); hay que comprometerse con los problemas de la gente; no te hagas el boludo con lo que les pasa a los demás, con los problemas del país.
b. “No mires para el costado” = solo cabe mirar para adelante o para atrás, no para los costados, es decir, no para el lado en que están los otros con los que se lleva a cabo la lucha, la crítica, la movilización social; lo único que importa es el progreso personal, ir hacia adelante, sin pasado, sin tener en cuenta la tradición, sin el trabajo colectivo.
4.
Vayamos, por fin, al análisis. Por un desplazamiento metafórico, los enunciados “mirar para el costado” y “no mirar para el costado” han pasado a significar, respectivamente, mantener un compromiso con los problemas de la sociedad y estar al margen de esos problemas, permanecer indiferentes. Esta “lateralidad” en juego supone que, al costado, están las cosas del mundo, las personas, los conflictos, etc., lo que, por oposición, permite pensar que, tanto adelante como atrás, no encontramos esos elementos. ¿Qué hay, pues, adelante y atrás?
Respecto del adelante, es posible conjeturar que encontramos el futuro o el porvenir (mediato e inmediato) bajo el jalonamiento constante de la idea de progreso (al menos esta es la interpretación que habilita cierto discurso capitalista, esa interpretación influenciada por la idea de técnica y, sobre todo, de tecnología, que no cesa de avanzar hacia formas más eficientes y eficaces), esto es, en la línea abierta por Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia, un tiempo histórico desprovisto de sentido, como una flecha que solo se mueve en dirección a lo que viene, vale decir, un tiempo sin retroactividad, despolitizado. En cuanto al atrás, hallamos el pasado como tradición, como memoria colectiva que, para el caso del ejemplo que estamos analizando, es dejado de lado, ignorado, cortado o suprimido en términos de sus relaciones con el presente (de las formas en que este lo invoca y lo evoca para interpretarse a sí mismo) y con su función respecto de la dotación de sentido de ese futuro carente de política, que solo parece seguir el camino trazado por la evolución de las especies, que atañe por igual a la evolución de las sociedades (de esto que no haya tiempo para mirar hacia atrás, donde ya no queda nada valioso por recuperar).
Así, el juego con las orientaciones define una oposición muy clara: los costados contra el adelante y el atrás. Sin embargo, como efecto de la interpretación propuesta, efecto de la ambigüedad inherente a la lengua y al discurso, la oposición en cuestión puede quedar suprimida cuando los costados designan la actitud de indiferencia hacia los problemas de la sociedad, momento en el que la política ha quedado plenamente recurrida por la economía: en tal caso, los costados y el adelante y el atrás aparecen marcados por la carencia de compromiso con el prójimo, que es un compromiso con el sentido, tanto con el que sostiene al propio compromiso (“una vida sin compromiso social, sin compromiso con el otro, el semejante, no tiene sentido”) como con aquel otro que siempre está por hacerse, por construirse en conjunto (“el sentido de la vida nunca está dado de antemano ni de una vez y para siempre; por el contrario, se construye colectivamente, en la lucha cotidiana, que es también una disputa por el sentido de lo que significa darle sentido al mundo, buscar transformarlo”).
5.
Entonces, la cuestión parece jugarse en esa problematicidad del grafiti (la opacidad inherente al decir), hecho que termina concerniendo al hueso duro del comunismo o del Partido Comunista o del discurso que se ha producido en torno del PC, uruguayo o no. En efecto, el comunismo del PC (del PCU en particular), en la medida en que solo mira hacia adelante, ¿sigue una doctrina a ciegas, la doctrina estalinista o la doctrina de la disciplina partidaria o de las “bajadas de línea” que no dejan margen para mirar hacia “los costados”, para ver qué está sucediendo en términos del pensamiento de los otros?, ¿busca, en cambio, la solidaridad de los “costados”, del “codo a codo”, del “enlace horizontal” de los cuerpos y las ideas que la propia noción de comunismo aloja o ha sabido alojar?
“No mires para el costado”: una orden que amalgama o confunde dos lecturas opuestas del “mensaje político” del PCU; una orden que define “laterales” como lugares en los que nos hacemos los bobos, de donde se sigue que el adelante es el lugar que debemos confrontar, porque ahí está la realidad en toda su complejidad, crudeza e injusticia. Pero, a la vez, “No mires para el costado” es una orden que, como si nos colocara ojeras de caballo, corta el contacto visual y la solidaridad con el otro, con el semejante, desarticulando cualquier posibilidad de movilización y de lucha políticas.
Curiosamente, el grafiti en cuestión requiere que el transeúnte “mire para el costado” para poder hacer contacto visual con lo pintado, de modo que parece sumársele una contradicción más: aquello que debemos hacer para leer el enunciado en cuestión es inmediatamente negado por dicho enunciado, de modo que, habiendo mirado para el costado –lo que nos permitió encontrarnos con el grafiti–, ahora debemos seguir hacia adelante, sin buscar ningún “mensaje político” en los laterales, los bordes o los márgenes de la ciudad, de los pueblos, de los barrios, de las calles. El grafiti, así, amonesta a quien que ha mirado para el costado, ordenándole que no lo vuelva a hacer, aunque el “mensaje” del muro solo puede llegar a su destinatario si lo que aquel demanda es ignorado en el antes de la interpelación.
He aquí, pues, finalmente, la libertad del sujeto: mirar para donde quiera.
[1] El ejemplo me fue proporcionado, al igual que la idea
inicial para examinarlo, por Fabián Muniz, amigo cercano dedicado a la
enseñanza de la literatura y a la investigación literaria.
[2] Hace muchos años, pedía un “agua natural” en la
cantina de una de las facultades en que trabajaba. El estudiante que me atendió
quedó en silencio unos segundos, sopesando la rareza del pedido: ¿un “agua
natural”? En efecto, un “agua natural”, es decir, para mí, un agua que no
estuviera fría, en una heladera, pero, para el estudiante, la oposición había
sido otra: “natural” contra “artificial” (?). El malentendido ocurrido estaba
inscripto en la lengua, en virtud del juego de oposiciones en que podía entrar
el adjetivo “natural”, juego del que se obtienen, finalmente, sus sentidos: a) “natural”
(= a temperatura ambiente)/“fría”, b) “natural” (= agua que produce la
naturaleza)/“artificial” (= agua creada por los humanos o intervenida, por
ejemplo, supongo, con gas) y c) “natural”/ “con gas” (aquí parece solaparse
esta oposición con parte de la oposición anterior).
Foto: Fabián Muniz.
Comentarios
Publicar un comentario