EXPLICARME LAS COSAS MIENTRAS EL POEMA SUCEDE - Entrevista a Diego De Ávila


Por Santiago Cardozo 


Diego De Ávila nació en Maldonado en 1984. Es poeta y novelista. Ha escrito los libros Bagrejaponés (2010), Piedra del sol de noche (2011), Ecuador (2017) y, recientemente, No perdemos la vida si entendemos que desapareció (2022), a propósito del cual tuvimos este pequeño intercambio. 


1- El título de tu libro: “No perdemos la vida si entendemos que desapareció”, parece plantear cierta resignación, o cierta conciencia lúcida respecto de un aparente o real secreto de la vida, algo así como un descubrimiento más o menos final que implica una forma diferente de posicionarse ante la experiencia que es vivir. Sin embargo, los poemas que contiene la obra parecen ir en una dirección contraria, al menos en cuanto son poemas que discurren o a veces divagan por terrenos que los propios versos van explorando a medida en que se despliegan, como si la “enseñanza” o la sentencia que los rigen nunca hubieran existido.

 

Creo que además de una conclusión sobre la vida, y resignación, el título tiene también la actitud de explicarse algo, aunque es verdad que cuando se lee suena a máxima que se le dice a los demás.

En ese sentido, los poemas del libro, o por lo menos los que tienen algo en común, comparten lo mismo: una voz que trata de explicarse cosas y que recorre un camino de significaciones para eso. Es probable que lo errático venga de ahí. Sin contar con que parte de imágenes de la pregunta, más que de la pregunta en sí misma. Y llegar hasta el asunto de “¿qué significa eso?” es un camino poético, de relaciones de esas figuras y que termina por acercar, y creo que apenas por acercar, una pregunta más prosaica y transparente.

Y otras veces me parece que la manera de los poemas de explicarse cosas es ir relatando qué sucede mientras se las explica. El sol se mueve de lugar todo el tiempo mientras pasan los poemas. O cae una niebla física, climática, y varios versos se van en eso. Como si yo me pusiera a hacer tiempo y esperar que mientras tanto el poema llegue a alguna parte.

 

2- Cuando se lee tu libro, el verso libre llama la atención no por verso libre, sino por el hecho de que pone en juego una extraña respiración basada en una sintaxis errática, coloquial (no del todo, ciertamente), que se deja llevar por un sentido que pugna por aparecer, por concretarse, hacerse inteligible. Y, creo, el sentido no cuaja fácilmente. 

 

Siempre pensé que cuando lees poesía las cosas se explican o aclaran de forma distinta a la que aclara cualquier otra clase de enunciado. Que tiene más que ver con la experiencia de un mundo de significantes que con sentidos precisos. Aunque haya sentido, y temas, problemáticas del orden de lo inteligible, etc., lo que resuelve el asunto rara vez es un mensaje útil.

Lo que me pasa cuando aparece “lo coloquial” es que ordena con una fuerza inesperada las dimensiones estéticas del poema, o sea, lo hace más fuerte, y extraño, y también aunque parezca raro lo hace más preciso, pero poéticamente. No está allí para hacer transparente el sentido de algo que supuestamente debería decirse.

Por eso quizás no es tan coloquial tampoco, solo que viaja como si lo fuera.

Como te decía, me parece que si hay una actitud de sentido, es el tono errático de un discurso que busca responderse algo y se le hace difícil. Cuando dice algo, pongamos que en orden de aseveración, como si fuese un profeta, creo que cae desde un lado algo inseguro y todavía en caliente, y termina apenas ensayando posibilidades, con una especie de desesperación por ser “auténtico” en lo que dice, y diciendo, por estar pensando en vez de concluyendo, cosas contradictorias, pero apisonadas por el tono.

 

3- Me sucedió que, al leer los poemas en voz alta, imprimiéndoles diferentes tonos, algo común se preservaba: la voz poética como cierto intento de no caer en la desidia o la indiferencia del sinsentido que gobierna, digamos, la vida, esa esencia real de la realidad con relación a la cual parece que adoptáramos una actitud, si se quiere, cínica o hipócrita, pero pocas veces sincera o coherente. Por otra parte, y no sin que esto deje de poder percibirse como una contradicción, hay momentos irónicos que parecen funcionar como la forma de impugnar ese sinsentido; incluso, cierto extraño humor negro que mezcla el desparpajo que lo caracteriza, su incorrección política, con la crítica a cierta moral de uso. Veo esto en el poema inicial, que le da el título al libro, específicamente en los versos “hasta que las columnas vuelven a representar rectitud y/sosiego, como en un accidente de tránsito”. Acá hay registros diferentes, reunidos en el objeto contra el cual se choca, valorado con un sustantivo perteneciente más bien al orden de la moralidad: “rectitud”. y con otro sustantivo relativo al orden de los estados de ánimo y las emociones cotidianas: “sosiego”. (Esto es, me parece, una característica del poemario, la mezcla o la síntesis de elementos que pertenecen a registros diferentes, lo que le imprime a los poemas un tono extraño, raro).

 

Creo que la ironía que percibís o lo que puede verse como gestos humorísticos, son en realidad esfuerzos de zafar de la solemnidad para  problemas graves, pero, no sé cómo decirlo... Esos son chistes de gravedad. Me pasa con lo que se supone que es humor en textos míos hace tiempo. Puede que el intento de distanciar el lente, de volverlo doloroso de una manera nueva, me lo haga un poco chiste. O más bien, que dé indicios de que puede ser leído como chiste sin ningún problema.

A veces escucho comediantes y cuando no entiendo una broma, pero me gusta, esa broma me preocupa, me hace sentir una enorme cantidad de luz molesta y agradable al mismo tiempo. Capaz que funciona un poco así. 

El accidente de auto del que hablás me representa sinceramente una terrible rectitud y sosiego. Y por esas dos energías contradictorias corre una inmensa alta tensión.

Tengo una molestia frecuente con los poemas que resuelven el dolor o la preocupación, con espacios de dolor y preocupación, porque se me amontona una corriente de carrocería y toman formas arquetípicas (son dolores y preocupaciones que ya he oído antes) y no siento nada. La ironía capaz que está allí por un tema de oído (no estoy seguro de saber escribir de otra manera, con una consciencia limpia de lo que estoy haciendo, ponele); sentí que la tensión se me estaba yendo de las manos, y una imagen irónica tuvo intenciones, no de poner la tensión en otro lado, sino de hacerla viajar más rápido.

Por supuesto que todo esto puede haber salido ridículamente mal. Pero creo que es así como más o menos funciona. O como me viene a cuento a mí.

 

4- Quiero hacer una observación sobre el poema “Quién va y quién viene”, porque, en cierto sentido, parece resumir algo de la operación fundamental que veo en todo el libro: el juego entre ciertas afirmaciones o reflexiones que tienden a la solemnidad, a cierto dramatismo cotidiano y también metafísico y su propia burla o parodia, aunque estas, en mi opinión, no llegan a definirse del todo con nitidez. Unos versos en este sentido: “Quién va y quién viene/de la rémora de mayo./El cielo arde y mueve los días/que anuncian la tempestad, y la tempestad se desata,/porque nunca miente”. Me parece que el libro se mueve, precisamente, en esa zona conflictiva, tensa, irresuelta, entre la contundente seriedad de las reflexiones graves relativas a la vida y su desmontaje a través de versos específicos, como los que siguen a los recién citados: “El colibrí dentro de la casa/se mete en la heladera y canta” y “Poetas hablan del momento/dormidos sobre un lecho de jardinería”. ¿Cómo debemos tomar estos versos desde el punto de vista de su enunciación, del momento en que son enunciados, este Uruguay más bien plano, estabilizado lógica y semánticamente?

 

No tengo la más pálida idea de cómo debería ser tomado. Pero la que describís me parece una actitud de salvataje permanente, sí intento ser honesto con los arranques más espontáneos, y capaz también más superficiales, de lo que significa mantener vivo un poema mientras estoy en él y todavía no llego al final. Cuando parece que va a ponerse denso todo el aire de la habitación, se cambia algo de lugar, aunque no estoy seguro que una cosa se ría de la otra. Aunque en ocasiones puedan haber burlas o respuestas extrañas, a mí me parece que se cambia la luz nomás, y el sentido encuentra lugares nuevos, y (ojalá) de alguna forma intenta ser orgánico otra vez, habiendo cambiado el carril de lo que se esperaba sucediera: ya sea eso que el colibrí cante al rayo del sol que cae desde la ventana, o que los poetas hablen del momento heroicamente, con estandartes, o cuadernos cuadriculados, a la salida de un taller literario de costo módico.

 

5- ¿En qué estás trabajando ahora o qué proyectos tenés en mente para desarrollar? ¿Qué estás leyendo?

 

Tengo listo un libro que supongo yo es de poesía, que atraviesa un viaje discursivo sobre qué significa escribir y un poco sobre qué significa vivir, pero tiene relatos que se mezclan con las reflexiones, frases de sentido un poco abstractas, y al ser un libro en prosa, no demasiado fragmentario, a veces me da la sensación que no lo va a leer nadie, porque es pesado y no sé si da una gran recompensa a cambio. Se llama “La comedia solitaria”. Por momentos se maneja con excesiva gravedad, y eso es lo que más me molesta de él, cuando me molesta. Pero al final del día es un libro que me gusta, quizás porque trabajé mucho tiempo en él y le di muchas vueltas.

Estoy escribiendo una novela llamada “Ismael”, que es sobre dos amigos adultos de los 90’ que comparten un afecto recio y al mismo tiempo sentimental, de cultura machista, con anécdotas vistosas y un poco provocadoras. Pero más que nada se trata del discurso que lo cuenta, que es el mío, y del lugar de donde vienen los recuerdos, que son los de un niño que mira todo eso.

Y estoy leyendo poemas. Pero sin ninguna prolijidad.

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