Inquisiciones sobre "El origen de la historia del nvet" entre los fang de Guinea Ecuatorial
Por Marcel Machado Farías
Se enreda, en la inextricable selva guineana, el raro galimatías del Verbo. Si para los chinos los sinogramas de Cangjie expresan la transcripción de las huellas de las aves tornasoladas sobre la arena, hay, en la incongruencia de los árboles tropicales y en el enjambre de moscas tsé-tsé, un rastro del desorden de los fang. Para el europeo, África fue la aorta de la riqueza, pero también locura, el horror mudo de Kurtz. Acaso Guinea Ecuatorial es ahora singular por su lengua española, acaso ignoramos que cierta nimiedad insular formó, durante el s. XVIII, parte del mismo Virreinato del Río de la Plata, o que marcharon barcos enrocados desde Montevideo para su ocupación.
En la tierra continental de Guinea Ecuatorial, no obstante, moran los fang, indígenas monoteístas del tronco bantú, que comparten la creencia volitiva del évur, fuerza eléctrica y circulante que pare acciones. Suponer el África subsahariana como algo reductible al deslinde entre países es absurdo, pues la división de Estado-nación fue una injerencia colonial en la organización tribal, en la expansión por filiación y no tanto con fines pecuniarios. Convendría, entonces, pensar la identidad de los fang y su ramificación en siete familias más como una sujeción cohesiva a la genealogía mítica que como un pueblo particular. Los hábitos y, en específico para la enmarcación basal de este texto, las narraciones orales inscritas en tales ritos, avivan este sentido regresivo. Así, arribamos a un relato fang, recopilado por Ramón Sales Encinas en Cuentos populares de África, que petrifica en la legitimidad de la escritura la fuga de la voz del mbom mvet Eyí Moan Ndong, o tocador del instrumento de cuerdas mvet. Maurice Bowra en su estudio Heroic Poetry sitúa a la manifestación épica como el origen ctónico de las tradiciones literarias, fértil en el barro del mito, por lo que el nvet es la emanación guineana de este arquetipo y el mbom mvet, su vehículo. Para los bantúes no hay distinción entre melopeya y narración. La miríada de historias del mbom mvet se comparte en recitales celebrados en un abáa, o “casa de la palabra”, espacio comunal e híbrido. Pensemos, de nuevo, en el évur, energía que, como escribe Hubert Deschamps en Las religiones del África Negra, reside tanto dentro de los nudos vitales de los órganos del cuerpo con la forma de un cangrejo como en sus objetos, su voz o en los lugares que habita: carga a las cosas y a la sustancias indivisibles que las denominan con su hálito totémico. Todo es évur furtivo para los fang.
El cuento en cuestión versa sobre el descubrimiento del texto épico del nvet, o, precisando, cómo los relatos nvet, iniciáticos, extrínsecos por su fantasmagórico atributo a la sensorialidad de los vivos, advienen a estos. Funda la explicación mítica de cómo elabora Ebang, miembro del clan Oyac Avung, el estilo musical Mbué dsam, que persiste hasta la actualidad en Guinea Ecuatorial. Es la defunción de la madre de Ebang y su paso al mundo daguerrotípico de los muertos lo que le posibilita tamaño hallazgo; de esta manera, los cuentos de nvet no se inventan, y como para Homero, (o, como advierte Borges, los griegos a los que les adjudicamos la unidad de Homero) el numen del poeta es una función atávica y mediadora. El espectro de la madre de
Ebang, évur puro, le dicta el poema: la palabra nominaliza a la muerte. La muerte de la madre, el travestismo del Edipo, se torna en matricidio cuando Menguiri, del clan Obue, mata a su propia madre para emular las aptitudes trovadorescas de Ebang, y así se revela una restricción: solo la voz de ultratumba de la madre puede cantarle al cantor. Narrar es, entonces, un regreso amniótico. Cíclicamente, Walter Benjamin piensa la poesía hundida de Charles Baudelaire y la femineidad de su Paris como el retroceso al útero de Caroline Aupick.
Posteriormente, Nfá Ndong Moló, del clan Ndong, ejecuta la misma acción. Es la irrupción de los hombres blancos lo que veta esta práctica. Huelga decir que, para los africanos, este ritual es medicinal y no fruto de la brujería, que se consuma para ligar la dualidad de los mundos, y que no se inscribe en la compartimentación occidental del conocimiento, por lo que operan dos dispositivos intermediarios en este diálogo: el extracto medicinal en forma de caldo, junto a trozos de los huesos de la calavera de los ancestros. Aúna en la oblación devorada, erudición sobre propiedades herbolarias y superstición.
Como conclusión, debería referirse al carácter extático, ora de la poesía en África en particular, ora de las sociedades praeterracionales en sí: el lenguaje, para los fang, es indistinto de la carne, la danza o las cuerdas del mvet, pues todos se insuflan con energía, y es el rumor de la madre aquello que permite decodificar el misterioso sonido de la poesía de los inmortales. No es casual que, metonímicamente, instrumento y texto coincidan en llamarse mvet/nvet.
Bibliografía:
De Prada-Samper, José Manuel, selección y prólogo. Cuentos populares de África. Siruela, Madrid, 2012.
Deschamps, Hubert. Las religiones del África Negra. Traducido por Abelardo Maljuri. Editorial Universitaria de Buenos Aires, Argentina, 1962.
Paulme, Denise. Las civilizaciones africanas. Traducido por Eugenio Abril. Editorial Universitaria de Buenos Aires, Argentina, 1962.
Sow, Alpha, et al. Introducción a la cultura africana. Traducido por Luis Fernández. Editorial Serbal, Barcelona, 1982.
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