PENSAMIENTOS (II)
Por S. C.
Depositados sobre el escritorio del aula, encontré sus apuntes de clase. Habíamos hablado de Lacan y de no sé qué otras yerbas de puro palo. Al comienzo de la libreta se leía:
“El concepto mismo de ideología cristaliza la certidumbre ‘científica’ de que las representaciones y los discursos deben leerse como las máscaras de un real que ellos denotan y disimulan” (Badiou, “Pasión de lo Real y montaje del semblante”, El siglo, 70).
Quería empezar con esta cita como introducción, por lo demás compleja, al tema que trataría en el curso, particularmente relacionado con la articulación entre la historia y el pasado. El enfoque general era psicoanalítico, lacaniano, y prometía buenas preguntas e inmejorables hipótesis de trabajo, así como formas de abordar los problemas que no eran las corrientes, las formas al uso. Después de algunas palabras sueltas escritas debajo de la cita, volvía de nuevo a Badiou:
“Hay una función de desconocimiento que hace que lo abrupto de lo real opere exclusivamente en ficciones, montajes, máscaras” (71).
La cosa iba a arrancar con tutti: sin concesiones, como corresponde a un curso universitario del quinto semestre. Y si no podías seguirlo, a otra cosa mariposa, dedicate a cortar el paso con bordeadora, con todo el respeto que se merece el cortador de pasto.
Las notas que seguían a las citas marcaban, con toda claridad, el centro mismo de lo que pensaba trabajar. Decían:
“La ideología está instalada por defecto. No es una imagen invertida de la realidad, como tampoco la forma discursiva de la alienación. Por el contrario, la ideología es la ‘sustancia’ o el ‘hueso’ (Hegel) de nuestra realidad, constituida por significantes, un tejido de significantes”.
“El hecho de que la ideología exista como concepto verifica su ‘otro lado’, esto es, la objetividad de un inaccesible detrás del telón, que Lacan llamó lo Real. La ideología, para funcionar como concepto, debe presuponer necesariamente lo Real como su otra cara imposible/necesaria. ¿Se puede remontar la ideología hasta llegar al estado de cosas en el que la ideología aun no ha aparecido? La respuesta que da Lacan es inequívoca: un rotundo no. De modo que surge así la necesidad de conjurar y recubrir la ausencia de ese ‘otro lado’ sobre el que se apoya la ideología, pero que, al mismo tiempo, esta dice indirectamente, en el sentido de que da vueltas alrededor del agujero/vacío que produce lo Real en el seno mismo de la realidad. Máscara o semblante que tratan (con) lo Real: para ello, es preciso el montaje discursivo, muchas veces bajo la forma ficcional de la novela o los cuentos; otras veces, bajo los golpes de dados de la poesía, es decir, del arte de escribir cien versos para encontrar dos o tres que fulguren con la fuerza de una intuición, capaz de penetrar en el secreto de la relación entre la realidad y lo Real. La máscara nos releva del enfrentamiento con esa insoportable ausencia a la que no tenemos acceso y que desarma cualquier pretensión de totalidad, de homogeneidad del sentido”.
Ahí terminaban sus notas; ahí me fue posible respirar, pegar el salto que me permitió abandonar la asfixia que estaba experimentando y volver a sentirme una persona con los pies en la realidad. Entonces, por una repentina asociación que, en el acto, juzgué interesante, fui a buscar un pasaje destacado del prefacio a Las palabras y las cosas:
“Los códigos fundamentales de una cultura –los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas– fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá”.
Pero no sé por qué lo hice. Probablemente porque no estoy del todo de acuerdo. En todo caso, prefiero el comentario del cuento de Borges, el de la extraña clasificación de los animales, o el comentario de la saliva de Eustenes.
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