Tentativas, traumas y silencios. Diálogo sobre "Las tentativas", de Isabel Retamoso


 

He aquí el diálogo.


Fabián Muniz: Compartamos impresiones de lectura sobre la primera novela de Isabel Retamoso, Las tentativas. Me doy cuenta de que ya supongo que se trata de una novela, y el tema del género literario de este texto, o incluso "género discursivo", como en un cierto momento pasó a emplearse también, es inestable.

Santiago Cardozo: Es cierto lo que decís, no solo por la brevedad del texto (a fin de cuentas, a veces no habría que darle tanta importancia a esto), sino también por su composición formal. Quizás, incluso, es un "halago" no hablar de novela, para no provocar todas las expectativas "aclicheadas" que le vienen pegadas, como una especie de resaca marítima.

Fabián Muniz: Sí, estoy de acuerdo (y me gusta lo de la "resaca marítima" porque ya introduce la erosión del río que humedece ciertos episodios del libro). La "degeneración" del libro le da un plus de libertad con respecto a ideas preconcebidas sobre lo que debe haber y no debe haber en una novela. Y de este librito, para empezar, me llama la atención el título. En el sentido de que, una vez leída la última página, y cerrado el libro, se vuelve a estampar frente al lector, requiriéndole, o mejor dicho demandándole, un sentido. "¿De qué "tentativas" habla?"

Santiago Cardozo: Es un punto interesante y, pienso, quizás, que puede haber surgido como esos nombres que aparecen y uno dice qué bueno que queda para un título, y luego se le escribe algo alrededor pero sin mayor relación con las cosas de las que trata el texto. También pienso que la distancia entre lo que la narradora quiere decir (una falta, una distancia, una brecha irreductible; acá, la presencia del psicoanálisis lacaniano es manifiesta, incluso en citas de autores y en formulaciones específicas, de las que después me gustaría hablar) y a lo que el título de la novela apunta es precisamente lo que se pone del lado del segundo, porque, a fin de cuentas, siempre estamos en las tentativas de querer decir algo que nunca llega bien y que, en el caso de Isabel, adopta ese rasgo particularmente fragmentario del texto, muy corriente en la actualidad, por otra parte.

Hay una frase, en la página 21, que dice: "Creo que fui desheredada por el francés". El francés como el que revoca la herencia, en lugar de ser el objeto no heredado. Este es uno de los principales hallazgos estilísticos que encuentro. El esfuerzo interpretativo que requiere es ampliamente mayor que el involucrado en el caso de la preposición "de".

Fabián Muniz: Sí, creo que por ahí va la cosa. Las tentativas de la lengua por expresar un mundo, una subjetividad, una tradición familiar, quedan justamente en eso, en tentativas. Quiero agregar algunas observaciones: si bien las etimologías no son un destino, se me ocurre pertinente subrayar que "intentar" y "tentar" comparten un camino lingüístico. Además, pensé en los delitos "en grado de tentativa", que son una figura del Derecho Penal, y que sugieren que la acción no llega a cometerse a pesar de que la voluntad de quien quiso ejecutarla se mantuvo firme. E Isabel, citando a Pavese, trae la cuestión de la voluntad (o la falta de voluntad) como el origen de la angustia. (p. 13).

Y sobre tu segundo comentario: creo que esa prosopopeya de "la lengua" es fundamental en todo el texto. La lengua como un personaje, quizás.

Santiago Cardozo: Es como si Isabel tradujera a su texto el libro de Jean-Claude Milner L'amour pour la langue, que en español fue traducido como El amor por la lengua y, en una traducción, para mi gusto, más interesante, El amor de la lengua. [En este libro, el autor habla del modo en que el equívoco daña las presupuestas unidad y homogeneidad de la lengua, al tiempo que desarrolla una teoría de lengua materna y de lo que Lacan llamó lalangue, figura específica lo Real, irrepresentable en la lengua. La traducción con “de” habilita una bidireccionalidad sujeto-amante/lengua-amada y viceversa, ausente en la traducción con “por”. La traición funciona].

Fabián Muniz: Sí, las traducciones de otros libros, y las referencias a ellos, o las intertextualidades pretendidamente cubiertas, pero evidentes, están a la orden del día. Pienso en Vivir entre lenguas de Sylvia Molloy, también.

Santiago Cardozo: Quería preguntarte sobre el principio y el final. La novela, más allá de la última página, empieza y termina igual: con la llegada a destiempo a la lengua por parte de la hermana chica de la narradora.

Cuando se llega tarde a la lengua (y siempre se llega tarde; lo jodido sería llegar demasiado temprano), siempre la corremos de atrás y nunca podemos alcanzarla. De ahí el déficit como la figura principal del decir, como la tentativa. De cualquier modo, el déficit es, al mismo tiempo, exceso. Y, entre uno y otro, el trauma, que tiene su propia página en el libro, la 41.

Fabián Muniz: Lo primero que pensé sobre esa historia tras bambalinas del relato es que la de la hermana es como una bildungsroman en segundo plano, lo cual parece un oxímoron. Comienza como un sujeto paciente "como si nunca le hubiera crecido la lengua", y termina como un actor/agente, que "descubrió rápidamente el poder del silencio".

De la página 41, una de las más intrigantes del libro, me desacomoda el "También" con el que comienza.

Santiago Cardozo: Ahí tengo una diferencia, a pesar de que la novela va más en la tesis que vos planteás. El poder del silencio se va viendo en el mismo momento en que vamos "llegando" a la lengua, no después, una vez adquirida o lo que sea. Eso ya implicaría un grado de voluntad que supone otro tipo de silencio, pero no me quiero quedar sin el primer tipo, más constitutivo, anterior.

Fabián Muniz: Claro, te entiendo. Supongo que el libro quiere establecer una especie de movimiento dialéctico entre una lengua que domina a sus hablantes ("Soy una ignorante de la lengua que escapa por entre mis labios"), la lengua que se habla sola, y, por otro lado, como antítesis, la voluntad siempre tan humana demasiado humana por dominar esa lengua, hacer algo con ella, reconstruir el pasado, adoptarla nuevamente, o hacerse adoptar nuevamente por ella, estilizarla, literarizarla, en fin.

En el sentido de los hablantes como "dueños" de la lengua, hay dos menciones bastante intrigantes sobre el concepto de "acumulación". En la página 14, "me educaron en acumulación de varios" idiomas; y en la 27, "la pulsión acumuladora remontándose por el árbol genealógico".

Como si se tratara de una "acumulación originaria", típica del capital. La gran biblioteca que ostentan los abuelos de la narradora...

Santiago Cardozo: Por otro lado, y volviendo con el tema de la relación con la lengua, con su tratamiento (en todos los sentidos de esta palabra: negociación, trato como un vínculo con el vecino o con un pariente, trato como quien trata un piso de parqué y lo recupera, o tratamiento médico y psicoanalítico; a fin de cuentas, el logos es logos pharmakón, medicina y veneno al mismo tiempo) y con los fragmentos, aparecen Lacan y Foucault, tan distantes y tan semejantes: el sujeto y la subjetividad, el lenguaje, el discurso, la genealogía en el caso del segundo. Figuras centrales de quienes han problematizado las cuestiones lingüístico-discursivas.

Fabián Muniz: Si mal no recuerdo, es en Foucault donde aparece la oposición entre "documento" y "monumento", cuya oposición me parece fructífera para pensar la relación entre la narradora y la tradición de su familia.

Santiago Cardozo: Sucede que los documentos son, no pocas veces, erigidos en monumentos: Las Instrucciones, el Reglamento. La distinción misma es compleja.

Fabián Muniz: Es cierto. De todos modos, al menos abstractamente, puede pensarse al "monumento" como ese objeto de veneración, y al "documento", al archivo, como algo legible, interpretable, incluso modificable, y esta diferencia ilustra bastante bien la distancia entre un abuelo rígido en el portarretratos del estudio del padre de la narradora, que acaso tuviera su tumba bajo el Arco del Triunfo, y ese abuelo anónimo y trivial que finalmente tiene su tumba en Verdún.

Santiago Cardozo: Pero ocurre que el monumento puede ser tanto el Arco y el portarretratos como la tumba en Verdún. Al héroe lo hace el rapsoda, no le preexiste al canto. Lo mismo, finalmente, con el humilde abuelo. En este sentido, y siguiendo la línea de la novela, creo que sería mejor una lectura que confundiera las nociones, que le diera cierta preminencia a la semejanza por el lado de los significantes: “doc-umento”, “mon-umento”.

Fabián Muniz: Sí, pero, para apuntar una última cosa sobre este punto, me parece que el hecho de que la novela elija la revelación de que la tumba es en Verdún y no en el Arco del Triunfo causa en el lector (al menos, en este lector) el efecto del globo desinflándose y temblequeando por los aires hasta terminar en el rincón del salón de cumpleaños.

Santiago Cardozo: Sobre las partes en lengua extranjera, te comentaba antes que, a mi juicio, era demasiado explícito el juego con la extranjería, con el lugar de la incomodidad, más allá de que la autora lo esté viviendo ahora. Entiendo que, para el trabajo trabajoso que había hecho en la composición de las frases, estas partes me resultan innecesarias, porque es, llegado el caso, una redundancia en la mostración del asunto irresoluble.

Fabián Muniz: Sí, hay algo interesante en lo que decís. Digamos que si en la página 14 aparece "Nunca pude entrar en el juego de significaciones que el francés plantea", y en la página 15 se expresa que el signo de interrogación de apertura del español la hace sentir "que mi idioma, en comparación al otro, fallaba", queda clara la imposibilidad de habitar plenamente un idioma. Y sin embargo, me parece que las transcripciones de correos electrónicos en inglés, o de frases estereotipadas en francés para responder a los canadienses quejosos en el call center, le permite el ingreso a una problematización distinta del lenguaje: no la habitual para todo usuario de la lengua, que es hablado por ella, sino la de la instrumentalización tecnocrática de la lengua a la que hay que someterse en un trabajo de esas condiciones.

Santiago Cardozo: Sin duda.

Fabián Muniz: Y cuando dijiste "más allá de que la autora lo esté viviendo ahora" se me vino, si te parece para cerrar, el tema de la llamada "autoficción". ¿Es o no es?

Santiago Cardozo: Si el lenguaje es el protagonista, y no porque sea el tema, me da un poco igual. De todos modos, la autoficción está aburriendo un poco, ya es un molde bastante agotado, una salida relativamente fácil para escribir. Pero, insisto, si hay un trabajo con la lengua que sea ostensible, que viva la autoficción.

Fabián Muniz: Pienso muy similar. Y además, la "máscara" de Elena (que no Isabel) de algún modo viene a ser la bofetada para despabilar al lector únicamente ávido de chusmerío intimista. Y, al fin de cuentas, Helena, esta vez con hache y que proviene de la mitología griega, pero me da un poco igual, no es enteramente ni de Esparta, donde la demanda Menelao, ni de Troya, donde la reclama Paris.

Santiago Cardozo: De acuerdo.


Isabel Retamoso, Las tentativas, Montevideo: Pez en el Hielo, 2021, 68 páginas. 


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