Los ecos inaudibles del grillo y el derrumbe del lenguaje




Por Santiago Cardozo González


1.      La revista El Grillo[1]

En el número 57, Año XI, de la revista El Grillo (setiembre de 1966), aparece tematizada, en el capítulo “Historia Nacional”, la conocida frase de Artigas “Con libertad ni ofendo ni temo”. Es esta frase la que le da título al texto que se desarrolla en la página 4, cuyo subtítulo reza “El pensamiento artiguista”. Transcribo a continuación los primeros cuatro párrafos del texto:

Esta es la frase que eligió Artigas como lema del escudo de la Provincia Oriental en 1815. No podía haber hallado una frase más exacta y plena de sentido para definir la actitud de un pueblo libre y pacífico.
Ese lema parece muy sencillo, pero si lo examinamos con atención, veremos que encierra algunas dificultades. Libertad es una de las palabras que más se utilizan, pero es difícil comprender cabalmente su significado y todavía más difícil resulta ejercitar la libertad.
La libertad no puede consistir en el derecho de hacer todo lo que se nos antoja, ni obrar ciegamente de acuerdo a nuestros deseos o caprichos. Si así lo hiciéramos no seríamos libres, sino esclavos de nuestros impulsos, que a veces nos llevan por caminos contrarios a nuestro propio interés y al del prójimo.
Para conseguir los bienes necesarios para la vida, para mejorarla y enaltecerla, es imprescindible la cooperación y la solidaridad de todos los seres humanos. En la civilización moderna, basada en la existencia de grandes fábricas y medios de comunicación y de transporte que requieren el trabajo organizado de miles de individuos, es necesario que los hombres se pongan de acuerdo para concertar sus esfuerzos y dividirse la tarea, de manera que cada uno haga su parte en consonancia con el resto. ¡Imaginemos lo que sucedería si el maquinista de un tren de ferrocarril eligiera por su cuenta el itinerario a seguir y el horario de partida, o desobedeciera el sistema de señales, tomando por la vía que a él se le antojase!

            Lo que resta, vale decir, el desarrollo del tema del capítulo, es, como en parte lo fue hasta acá, una dudosa glosa del sentido de la palabra libertad, un extenso comentario dudosamente metalingüístico dedicado a echar luz, empleando distintos ejemplos, sobre el sentido de esa palabra que, como se advierte, examinada con atención “encierra algunas dificultades”, una de las cuales tiene que ver con la distinción entre el sentido de la palabra y el ejercicio de ese sentido, digamos su puesta en práctica (donde la glosa queda en suspenso como glosa).  
            Como veremos más adelante, estamos aquí ante un mundo que, tres décadas después, se ha derrumbado estrepitosamente. Uno de los signos de este derrumbe puede encontrarse en los libros de texto escolares oficiales que se publicaron en 1993 y en 2000 (también entre ambos años). Y el mundo que se derrumba, que pierde toda su consistencia, que se deshilacha por doquier en la enseñanza, es el mundo del lenguaje, específicamente, el mundo en el que el lenguaje se sitúa como objeto de su propio decir, reconociéndose como lenguaje, esto es, como algo opaco, inherentemente problemático. En esta dirección, los manuales de historia o los temas de esta disciplina incluidos en libros de textos únicos oficiales son un lugar privilegiado para observar el derrumbe.
Veamos otro pasaje del capítulo:

El ejercicio de la libertad, en su recto sentido, es el florecimiento pleno de la vida, sin trabas que la aplasten o la desvíen. La opresión y la explotación de unos hombres por otros, de unas naciones por otras, deben ser eliminadas de la faz de la tierra, para que los hombres y los pueblos puedan crear y trabajar libremente y gozar de los frutos de su labor y de los dones de la naturaleza. Mas para que esto sea posible, es preciso comprender que la libertad no es el desorden ni la búsqueda egoísta de la propia satisfacción. La libertad sólo es posible si va acompañada por la unión y la armonía, por la disciplina libremente aceptada y el esfuerzo realizado en común. Esa es la libertad que quería Artigas y que deben desear todos los hombres y mujeres bien inspirados; la libertad fecunda que permite el progreso, el desarrollo material y espiritual de las naciones y de los individuos (p. 4).
  
            Véase el decir poético (en el sentido de Jakobson)[2] en el juego con el comentario metalingüístico al inicio del fragmento: “El ejercicio de la libertad, en su recto sentido, es el florecimiento pleno de la vida, sin trabas que la aplasten o la desvíen”, y con la “extrañeza”, digamos, que existe en el hecho de proclamar un “sentido recto” y, acto seguido, emplear las metáforas “florecimiento de la vida y la aplasten”. Aquí (y como ocurre en toda la página 4), el lenguaje opera por “presencia”, llama la atención sobre sí mismo y reclama interpretación en términos de los efectos de sentido que produce decir las cosas de esa manera.
Obsérvense también la complejidad del registro empleado, el juego con el léxico, la sintaxis elaborada: subordinadas como “si va acompañada por la unión y la armonía, por la disciplina libremente aceptada y el esfuerzo realizado en común”, en la que hay cierto paralelismo en “[por] [la unión y la armonía], [por] [la disciplina libremente aceptada y el esfuerzo realizado en común]”, lo que produce una especie de efecto literario; la voz pasiva, tan cara a los textos de otras épocas y tan ausente en los de hoy día: “La opresión y la explotación de unos hombres por otros, de unas naciones por otras, deben ser eliminadas de la faz de la tierra”, combinada con el decir poético, como si todo esto nos estuviera indicando, mediante su ausencia en el hoy, un empobrecimiento del lenguaje y, con ello, un empobrecimiento del pensar (de la lectura y la escritura).
De acuerdo con lo dicho hasta aquí, podemos preguntarnos cuál es el lugar que los textos de hoy (como veremos, casi pura y puerilmente referenciales) le dejan al sujeto, al que lee, si todavía podemos hablar de un sujeto, puesto que este se constituye precisamente en el espacio de la interpretación demandada?
            Si bien el texto sobre la frase de Artigas abarca una sola página y después se tratan otros temas, acorde con el enfoque enciclopédico que sostiene a la revista, la complejidad y la riqueza lingüísticas de esa página hacen pensar si no es necesario una especie de retorno a ciertas maneras de trabajar el lenguaje en los textos escolares, hoy tan desabridos en virtud de los criterios editoriales imperantes, llenos de imágenes, hechos un collage en el interior del cual el lenguaje es ciertamente secundario; un trabajo sobre el lenguaje que lo sitúe como algo problemático, inestable, opaco, objetable, partiendo de la base de que el hablante no es amo y señor de su decir, como si fuera posible un decir exacto respecto de lo que cada uno se propone decir (sin excesos ni faltas; sin equívocos) y de la forma en que lo planifica;[3] como si entre el sujeto y el lenguaje no hubiera más que una relación de mera instrumentalidad en la que el primero se concibe como un simple usuario del segundo.[4] 

2.      Un texto escolar de los 90

        Veamos ahora un pasaje del libro de texto único Un niño, un libro. Quinto,[5] relativo a la Revolución Oriental, particularmente, a la reacción de los orientales luego de la firma del Armisticio entre Buenos Aires y Montevideo:

Indignados, los orientales se reunieron en asambleas para tratar el tema. Estas fueron las primeras asambleas orientales.
En ellas resolvieron protestar contra Buenos Aires. En la Asamblea de la Quinta de la Paraguaya proclamaron a Artigas Jefe de los Orientales.
Al firmarse el acuerdo entre Buenos Aires y los españoles de Montevideo, Artigas decidió iniciar el Éxodo. El pueblo oriental acompañó a su jefe y llamó al Éxodo la “Redota” (p. 83).

       Además de despacharse en tres brevísimos párrafos el episodio más relevante de la Revolución Oriental, el episodio fundacional de la nacionalidad oriental, el lenguaje se desvanece en beneficio del referente (el referente parece sobrevivir al lenguaje), se repliega en el sentido de volverse transparente respecto de los hechos que se cuentan. Esto es así tanto más cuanto que el sintagma “los orientales”, que aparece por primera vez en el texto, funciona presuponiendo la existencia de una entidad totalmente aproblemática, homogénea, cuya denominación nunca es puesta en cuestión, especialmente considerando que el otro de los orientales –el enemigo– está constituido por “los españoles de Montevideo”. De cierta forma, “los orientales” son una entidad que nace ya como los orientales, sin que en su constitución exista problema alguno entre el sentido del término sustantivado (en tanto que gentilicio) y los sentidos político, afectivo e ideológico que comenzaban a sedimentarse por entonces en esa denominación.[6] El lenguaje refiere a una entidad que ya estaba formada aproblemáticamente, es decir, el lenguaje funciona como un etiquetaje de las cosas de la realidad, no hay lugar para la puesta en cuestión de las palabras, para atender su opacidad.
            Esta idea puede refrendarse en el paso, hacia el final del fragmento citado, del sintagma “los orientales” al sintagma “El pueblo oriental”, como si la introducción del término “pueblo” fuera perfectamente transparente respecto de lo que este nuevo sintagma refiere y en su relación con la denominación anterior. Parece como si las palabras fueran siempre monosémicas, no tuvieran su “vida de palabras”,[7] sus juegos de ecos, resonancias, empleos en diversos discursos; como si su sentido procediera de la fuente enunciativa del libro de texto, o como si el libro de texto simplemente relatara ciertos hechos en determinado orden de acuerdo con la realidad referida, tratando de no interferir con ella. La sintaxis simple, acumulativa (incluso sin demasiados conectores copulativos o aditivos: la yuxtaposición de enunciados alcanza para producir el efecto de acumulación), el léxico igualmente simple, el paso de un párrafo a otro como dando saltos que hacen avanzar a toda velocidad los hechos contados parecen estar al servicio de la objetividad misma, de un mostrar el pasado tal como fue, como si la historia no tuviera que ver con el sentido, con la interpretación, con la trama verbal pacientemente tejida en diversas direcciones, sino con un dar cuenta de los acontecimientos históricos fundamentales, a toda prisa, evitando que el sentido y la interpretación penetren por algún lugar, opacifiquen el decir y estropeen la objetividad, la pura referencialidad del lenguaje; se vuelvan, en suma, un obstáculo para la historia.    
            Por fin, una especie de “perla” como extraño anacronismo: los orientales llaman “la Redota” a lo que, en realidad, se llama “Éxodo”. En otras palabras: el acontecimiento histórico fundacional de la orientalidad tienen una esencia, nombrada con la palabra “Éxodo” (una palabra que, como corresponde a su tenor religioso, parece haber caído del cielo), a la que luego se le superpone, como un segundo nombre (desprestigiado, nombre oral, sin relieve épico, demasiado obvio para evitar hablar de una derrota), “la Redota”.

3.      Un texto escolar del 2000

            Examinemos un pasaje, paralelo al anterior en cuanto al episodio contado, del libro de texto Espacio, tiempo: ¡acción!,[8] libro de ciencias sociales vigente hasta 2010, año de edición del actual libro de texto en el que se trata la Revolución Oriental en un capítulo propio.
           
Después del triunfo en Las Piedras, las fuerzas artiguistas sitiaron a los españoles en Montevideo, dejándolos aislados dentro de la ciudad amurallada.
           Estos pidieron ayuda a los portugueses, quienes dado su interés por ocupar la Banda Oriental brindaron su apoyo.
           Los patriotas se reunieron en asamblea para decidir su futuro.
           […]
           Contrarios a ese acuerdo de paz entre españoles y portugueses, nombraron a Artigas como su jefe, delegando en él la defensa de la soberanía y brindándole la confianza que el gobierno de Buenos Aires había traicionado.
           Pasó Artigas a ser la autoridad política de raíz popular (p. 64).

            Dejando de lado “había traicionado”, que de manera explícita exhibe una valoración muy clara del hablante, se repite el esquema del libro de texto de 1993: en lo fundamental, el lenguaje refiere hechos, y lo hace velozmente, como si no deseara entrar en consideraciones acerca de sí mismo, de lo que está diciendo, evitando dar rodeos, explicarse, desarrollar tal o cual punto. De nuevo, los párrafos son extremadamente breves, están reducidos a su mínima expresión, como si no hiciera falta decir más para que el hecho quede mostrado y ordenado según la cronología que determina el pasado.
            En esta línea, obsérvense fundamentalmente dos cosas: el escuetísimo tercer párrafo, que elude de nuevo la importancia decisiva que tuvieron las Asambleas Orientales como instancia fundacional de un los orientales o pueblo oriental como equivalentes a “los que seguían a Artigas”,[9] y el modo en que Artigas, mediante una especie de generación espontánea, se convierte en la autoridad a la que debe seguirse.
            En lo que concierne al primer aspecto, nótese cómo se da el salto de “las fuerzas artiguistas” a “los patriotas”, estableciendo una equivalencia implícita, mediante una paráfrasis discursiva, que borra al lenguaje, que lo sitúa en un segundo plano: no importa cómo le llamemos a esa entidad (un nosotros) que se opone al enemigo porteño, español y portugués: “fuerzas artiguistas” y “patriotas” son dos denominaciones que se intercambian aproblemáticamente, eludiendo los sentidos políticos, ideológicos y afectivos del sustantivo “patriotas” en el juego con la patria y con Artigas como “El padre de la patria”, “El padre nuestro Artigas” (el pater), etc., en una lucha que no deja de tener como uno de sus principales enemigos a la “Madre Patria”. 
            En cuanto al segundo aspecto, todo se da precipitadamente, sin que el sentido tuviera algo para decir: si la realidad habla, el sentido calla.

4.      Primera derivación

            Me interesa señalar ahora que, por lo general, las prácticas de enseñanza de la lengua (tal vez apoyadas en la vaguedad[10] de los programas de Idioma Español de primero y segundo de Ciclo Básico[11] respecto de las funciones del lenguaje) no atienden, ni en la unidad en la que se tratan “las funciones de los actos comunicación”, ni en otros momentos, las funciones del lenguaje poética y metalingüística (las protagonistas de los pasajes citados,[12] por su presencia o por su ausencia), sino únicamente la emotiva, la apelativa y la referencial.[13] Entiendo que, en cierto sentido, dichas prácticas vienen a mostrar la forma en que “fue resuelto” el problema del empobrecimiento del lenguaje que se venía gestando a partir de los 90, la manera en que toda esta cuestión finalmente se sintetizó en la enseñanza de la lengua en nuestro país.
Así pues, el no-lugar o el lugar difuso ocupados por las funciones poética y metalingüística en los programas de Idioma Español de Ciclo Básico no deja de parecerme, además de una extraña curiosidad, una profunda contradicción. En conversaciones informales, distintos colegas han aducido, como una posible razón para explicar por qué “lo poético” y “lo metalingüístico” no forman parte mayormente de la reflexión sobre el lenguaje en los salones de clase, que se trata de funciones “muy abstractas y complejas” para alumnos de primero y segundo de Secundaria. No estoy en absoluto de acuerdo.
Aceptar ese argumento supondría que las otras tres funciones que sí se tratan (emotiva, apelativa y referencial) son menos abstractas, lo que es teóricamente muy discutible, y que los estudiantes no pueden ser estimulados en la reflexión sobre la lengua si no es con actividades o cuestiones “más cercanas” a sus intereses, a sus motivaciones, a su vida cotidiana (es como si la transparencia del decir y la vida cotidiana fueran de la mano, o como si la vida cotidiana no pudiera funcionar adecuadamente sin una transparencia del decir. Muchos son los ejemplos que podemos decir en la dirección contraria). 
Asimismo, el argumento esgrimido nos obliga a pensar que reflexionar sobre la lengua no tiene que ver con las maneras en que la lengua atrae la atención sobre sí misma, lo cual es completamente contradictorio con la enseñanza de la lengua. De nuevo: las funciones poética y metalingüística parecen ser más bien un obstáculo a evitar que el camino a adoptar; una complicación que podríamos eludir a una necesidad y un tipo de actividad reflexiva profundamente estimulante para los alumnos desde el punto de vista intelectual.
Una explicación posible, según me parece, tiene que ver con el predominio, en la didáctica de la lengua, de los modelos comunicativos e interaccionistas del lenguaje y de la idea según la cual el lenguaje no hace sino hablar de un mundo hecho de cosas situadas en un afuera del propio lenguaje. Estos modelos han privilegiado –conscientemente o no– un tipo de trabajo con la lengua centrado en la reflexión sobre los textos en su relación con los contextos de producción y recepción, así como sobre las intenciones de los hablantes al decir lo que dicen y sobre las estrategias que ponen en juego. Toda la filigrana verbal del complejo tejido de los textos, todo el juego interpretativo que abre el sentido se terminan remitiendo –es decir, reduciendo– a los distintos factores contextuales que operan en la escritura y lectura de un texto determinado. Interrogarse sobre la intención del emisor ha sido un procedimiento sistemático en la enseñanza de la lengua, de la misma forma en que lo ha sido el análisis que “muestra” cómo la manera de decir, en tanto que estrategias discursivas, responde a las intenciones del hablante.  

5.      Segunda derivación

       Naturalmente, una visión de este tipo no puede sino presuponer que todo hablante es soberano respecto de su decir, desconociendo que la palabra propia está habitada por la palabra ajena, que el decir propio está constituido por un decir que viene de otro lugar.[14] Esta heterogeneidad del decir es una ley del discurso y también una forma de su funcionamiento, algo que ha quedado completamente de lado en los libros de texto como Un niño, un libro o Espacio, tiempo: ¡acción![15] (y no solo en estos libros, sino también en la época a la que pertenecen, y hoy), en beneficio de la ilusión referencial según la cual el lenguaje, de forma transparente, refiere mundo, señala las cosas de la realidad extralingüística.[16]
El derrumbe del lenguaje que he planteado aquí tiene que ver con ese predominio de la creencia en y el uso del lenguaje como una herramienta más entre todas aquellas de las que se ha dotado el hombre para comunicarse y realizar otras actividades.[17] La comparación efectuada arriba entre los tres textos escolares resulta muy elocuente al respecto: en el primero, el lenguaje es el protagonista, en el sentido de que se sitúa a sí mismo como problema, mostrando que la realidad no es una sustancia a la que se le ponen etiquetas de diverso tipo. Así, el lenguaje aparece gobernado por el equívoco, por la glosa metalingüística, por la imposibilidad constitutiva de una comunicación plena, absoluta, entre los interlocutores, y por una imposibilidad de capturar, en su esencia, en su luminosidad más pura, la realidad. Las palabras no coinciden con las cosas, los discursos y las palabras no coinciden consigo mismos; los interlocutores no coinciden entre sí,[18] y eso es lo que se escenifica en el extenso comentario metalingüístico de la palabra “libertad” en la revista El Grillo; en el segundo y en el tercero, el lenguaje se ausenta, como si nadie estuviera diciendo nada, como si los hechos del pasado estuvieran hablando por sí mismos y regresaran para mostrarse tal como ocurrieron.[19] No hay encarnadura textual, no hay opacidad ni puesta en cuestión del sentido; en suma, parece que el lenguaje no quisiera interferir con la realidad, por lo que se reduce a su mínima expresión, dejando el “decir”, digamos, a las imágenes, a la incorporación de fragmentos de otros decires,[20] procedentes de la historiografía (Ana Ribeiro) o tomados de la literatura (Eduardo Galeano, Idea Vilariño, Gonzalo Abella), de las fuentes documentales de la época que se cuenta, como si la sola presencia de este mosaico compuesto por imágenes (de mapas, de recorridos militares, de elementos de guerra: sables, boleadoras, y de pinturas de diferentes artistas) y por esos otros decires acumulados fueran el pasado mismo mostrándose al margen del sentido, de la interpretación; un pasado hecho de pequeños objetos parciales que, como fragmentos de Real,[21] retornaran para certificar la existencia de una cosa –el pasado– como algo anterior y por fuera del lenguaje.
            Este es el lenguaje de los libros de texto de hoy día, especialmente en el ámbito de Primaria, y es también el signo de una pérdida, de una educación ganada por los discursos técnicos, por los discursos de las autoridades políticas que apuestan a la gestión como salida a los problemas que padece todo el sistema educativo; y por los discursos económicos que proceden a la “itemnización” de todo cuanto pasa y debe pasar en las aulas y fuera de ella con el fin de medir ese escurridizo “objeto” llamado aprendizaje.  
Se entenderá entonces que los libros de textos sean vistos como síntomas de un derrumbamiento del sentido y de la interpretación como formas de constitución de lo político, y como el signo de una imposibilidad, la de lograr un auténtico distanciamiento para estar en condiciones de efectuar procesos de abstracción cada vez mayores, de elaborar conceptos cada vez más complejos; para alejarnos de lo cotidiano, de la comunidad. 
Para la educación, hoy día, la Verdad ya no está en el lenguaje.[22] 






Notas

(*) Este texto fue originalmente publicado con el título "El derrumbe del lenguaje" en Prohibido Pensar. Revista de ensayos. Violencia, Año II, Nº 4, 2017, pp. 103-111. La versión que se ofrece aquí ha sido corregida y ampliamente modificada.
[1] El problema que procuro desarrollar aquí se relaciona con lo planteado por Alma Bolón en “El cuidado de las letras”, en Prohibido Pensar. Cuidar/Curar, Año I, N° 4, 2014, pp. 33-49.
[2] En la función poética, el lenguaje llama la atención sobre sí mismo, situando en un primer plano la forma de decir (el mensaje). Un ejemplo de Jakobson: “Una chica tenía la costumbre de hablar del ‘Horrible Harry’. ‘¿Por qué horrible?’ ‘Porque le detesto’. ‘Pero, ¿por qué no desagradable, terrible, horroroso, repugnante?’ ‘No sé por qué, pero horrible le cuadra mejor’. Sin darse cuenta, se estaba aferrando al recurso poético de la paronomasia” (Lingüística y poética, Madrid, Cátedra, 1981, p. 38); es decir, en cierto modo el nombre propio “Harry” estaba incluido en el adjetivo “horrible” y, por ello, es el adjetivo que “le cuadra mejor”, el que le resulta, por así decirlo, inherente, y el que se presta mejor para expresar el odio. Entre nosotros, podemos recordar la publicidad de helados Gebetto: “Che, Beto, llevá Gebetto”, en la que ese “Beto” es cualquier persona, cualquiera de los que quieran comprar helado. Por tanto, dado que “nuestro” nombre está plenamente incluido en la marca del helado (la paronomasia es clara), debemos deducir que Gebetto es el helado que más nos conviene: ni Conaprole ni Crufi son los helados “emparentados” con nosotros.
[3] En el trabajo de enseñanza de la escritura que viene haciendo la escuela desde hace algo más de dos décadas, se ha puesto cierto énfasis en la “fase” de planificación de las redacciones como una manera deseable de producir un texto más acorde con las intenciones de quien lo escribe. Sin juzgar didácticamente este hecho, creo ver en el énfasis señalado una especie de necesidad de someter el lenguaje, como un objeto exterior al hablante, a los deseos y las intenciones de este, machacando una y otra vez sobre las estrategias de las que es posible dispensarse para decir exactamente lo que se quiere decir y de la forma como se lo quiere decir. Así pues, la “fase” de planificación parece querer controlar la escritura en el sentido de reducirla al confeccionamiento de una serie de “estrategias discursivas” (expresión tan cara a la didáctica de la lengua de Primaria y Secundaria) que lleguen a plasmarse en la forma y el contenido de un decir posterior. Este énfasis, también, sitúa en un primer lugar la idea de usuario de la lengua en el juego de una relación de pura exterioridad del lenguaje respecto del hablante.
[4] “Usuario” es la gran palabrita que describe la manera de concebir el lenguaje en la educación uruguaya a partir de los 90. 
[5] CODICEN, Un niño, un libro. Quinto, Montevideo, El País S.A., 1993.
[6] Cf. Ana Frega, “Uruguayos y orientales: itinerario de una síntesis compleja”, en José Carlos Chiaramonte, Carlos Marichal y Aimer Granados (comps.), Crear la nación. Los nombres de los países de América Latina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008, pp. 95-112. 
[7] Cf. Roland Barthes, El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura, Barcelona, Paidós, 1994.
[8] Alicia Luraschi, Rita Méndez y Estela Torterolo, Espacio, tiempo: ¡acción!, Montevideo, Ediciones de Impresora Polo, 2000.
[9] Ana Frega, o. cit.
[10] En estos programas, las palabras “metalingüística” y “poética”, presumiblemente ligadas a “función”, no aparecen ni una sola vez; en el programa de primer año, aparece “metalingüístico” en “uso metalingüístico de las palabras”, en ocasión de hablar de los contenidos de la Unidad III. La expresión “funciones del lenguaje” se constata solo una vez en el programa de segundo año, y la palabra “funciones”, dos veces, vinculada a la comunicación en las expresiones “funciones de los actos de comunicación escrita” y “funciones de los actos de comunicación” en la sección en la que se prescriben los contenidos a enseñar también en el programa de segundo. En el programa de tercer año, la palabra “funciones” aparece en sintagmas como “funciones sintácticas” y “funciones semánticas e informativas”.  
[11] Para una consulta de los programas mencionados, véase https://www.ces.edu.uy/ces/index.php?option=com_content&view=article&id=668.
[12] Ambas funciones, aunque de distinta manera y con efectos igualmente diversos, sitúan el lenguaje como objeto de la atención. Como se sabe, cualquiera puede “hacer uso” de la función metalingüística. Cuando un niño dice “anduve” en lugar de “anduve” y la madre lo corrige, estamos en presencia de la función metalingüística: la lengua se toma como objeto de su decir; la lengua habla de la lengua. Como puede advertirse, ejercemos la función metalingüística desde muy pequeños y nos resulta central para aprender la lengua. (Respecto de la función poética, véase la nota al pie 2).
[13] Esta realidad me ha sido revelada, ante mi sorpresa, por diversos profesores de Idioma Español de distintas partes del país a lo largo de los últimos seis o siete años.
[14] Cf. Mijaíl M. Bajtín, Estética de la creación verbal, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2003.
[15] Lo mismo ocurre con otros libros, por ejemplo, el libro de lengua de sexto año, Entretextos, de los maestros Luis Garibaldi y María Heloísa Salvo (Montevideo, Ediciones Rosgal, 2000). Este libro, reticente a las observaciones gramaticales, como si la gramática tuviera poco que ver con la lengua (la gramática ocupa un pequeñísimo lugar en las explicaciones del funcionamiento de la lengua) se mueve según la lógica de los géneros discursivos, o mejor, según la lógica que celebra la diversidad de las prácticas comunicativas humanas, sin establecer cortes de pertinencia en cuanto a los tipos de discursos de los que la escuela debería ocuparse con prioridad. Importa más ofrecer el abanico variopinto de la diversidad (¡siempre esta palabra!) comunicativa (especie de magma indiferenciado de prácticas verbales) que proponer un estudio serio de la lengua, adecuado al nivel escolar del que se trata.
Asimismo, la literatura aparece como algo más bien aguachento, sin ninguna potencia pedagógica de ninguna clase, en igualdad de condiciones con los textos elementalmente utilitarios como afiches, recetas, etc.
[16] Y esto ocurre a pesar de que los discursos didácticos pregonen el dialogismo bajtiniano como una especie de mandamiento que guía las prácticas de enseñanza de la lengua.
[17] Para una crítica profunda a esta visión del lenguaje, sirva lo que dice Giorgio Agamben en El sacramento del lenguaje. Arqueología del juramento, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2010: “[…] la especificidad del lenguaje humano con respecto al del animal no puede residir sólo en las peculiaridades del instrumento […]. La especificidad consiste, al contrario, en una medida no menos decisiva, en el hecho de que, único entre los vivientes, el hombre no se ha limitado a adquirir el lenguaje como una capacidad más entre las otras que posee, sino que ha hecho de él su potencia específica, es decir, en el lenguaje ha puesto en juego su propia naturaleza” (p. 106). Y remata: “El elemento decisivo que le otorga al lenguaje humano sus virtudes particulares no está en el instrumento en sí mismo, sino en el lugar que le deja al hablante, en su predisponer dentro de sí una forma vacía que el locutor debe asumir cada vez para hablar. Es decir: en la relación ética que se establece entre el hablante y su lengua” (p. 110).
[18] Cf. Jacqueline Authier-Revuz, Detenerse ante las palabras. Estudios sobre la enunciación, Montevideo, Fondo de Cultura Universitaria, 2011.
[19] Cf. Roland Barthes, “El discurso de la historia”, en o. cit., pp. 163-178.
[20] Esto es lo que ocurre fundamentalmente en el libro de texto Espacio, tiempo: ¡acción!
[21] Podría verse en esto esa fascinación que produce la “pasión por lo Real”, considerando que esas imágenes, así como el repliegue del lenguaje, hacen advenir el pasado como Real. Sobre la fascinación producida por la pasión por lo Real, cf. Slavoj Žižek, Bienvenidos al desierto de lo Real, Madrid, Akal ediciones, 2005.
[22] El 20 de junio pasado [de 2016] se llevó a cabo el debate “La Educación del futuro”, en el marco del trabajo que el candidato a presidente del Frente Amplio, Alejandro “Pacha” Sánchez, estaba realizando para concitar el apoyo a su candidatura. En la invitación a dicho debate se podía leer: “Pensar un horizonte en educación requiere salir al encuentro y escuchar todas las voces involucradas, sabiendo que de ese crisol variopinto surge una idea colectiva de qué es lo justo y qué es necesario hacer”. El debate fue protagonizado por el exrector de la Universidad de la República, Rodrigo Arocena, la actual subsecretaria del Ministerio de Educación y Cultura, Edith Moraes, el profesor de historia Gabriel Quirici, la doctora en matemática Jana Hertz, la estudiante de Secundaria Julieta Zidan y, finalmente, el candidato Alejandro Sánchez.


Imagen: tapa del primer número de la revista El Grillo (diciembre de 1949).


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