El grado neutro de la realidad. Cine y doblaje



 Por Santiago Cardozo González


La lengua, un francés maltrecho, con mezcla de dialecto, era inseparable de voces fuertes y vigorosas, de cuerpos enfundados en blusones y monos de trabajo, de casas de un planta y con un jardincillo, del ladrido de los perros por la tarde y del silencio que precede a las peleas, de la misma forma que las reglas de la gramática y el francés correcto iban unidas al tono neutro y a las manos blancas de la maestra de escuela. Una lengua sin cumplidos ni halagos, donde estaban la lluvia que calaba, las playas de guijarros grises al pie de la pared vertical del acantilado, los orines vaciados en el estiércol y el vino de los que trabajaban duro, era el vehículo de creencias y prescripciones (Annie Ernaux, Los años).


1.

            Cada cierto tiempo se reedita una polémica (en franca extensión, que cuenta con adeptos haraganes que se aplastan en sus sillones frente a Netflix, por ejemplo) que, años atrás, tuvo un enconado intercambio mediático (hoy, el problema parece apagado, saldado, o la batalla, perdida): el doblaje en las películas del circuito comercial montevideano (a estas alturas, uruguayo, problema que concierne muy especialmente a las diversas plataformas disponibles).[1] En ella, dos asuntos ocupaban entonces (y siguen ocupando) las preocupaciones de los involucrados: la (an)alfabetización del público adolescente y joven, que, se dice, ya no puede leer los subtítulos y mirar las películas al mismo tiempo, y la demanda del mercado (compuesto precisamente por el público adolescente y joven) que prefiere, sin discriminación de género cinematográfico, los filmes doblados (recuerdo haber entrado a ver, por distracción, la primera entrega de It en un español de terror).
            A modo de resumen, tomemos lo que decía el periódico El Observador en su versión digital, el 23 de octubre de 2017:

Por ejemplo, según datos recabados por El Observador, la cartelera de viernes incluía 11 proyecciones de It (Eso). Seis eran dobladas. Cinco tenían subtítulos. Del 5 al 11 de octubre, la película (la más taquillera de terror de la historia en EE.UU.) vendió 422 entradas para su versión doblada y 77 para la original en los complejos de Life Cinemas. En los cines de Movie la diferencia era de 55% en la película traducida al español y 45% en su versión original.
Los datos explican buena parte del porqué en el mercado uruguayo abundan las películas dobladas de los estrenos más comerciales. Este asunto estuvo en el centro de la conversación en los últimos días después de que la Asociación de Críticos del Uruguay (ACCU) publicara un comunicado criticando el modelo de proyección que se ha impuesto en el mercado local.

He aquí el problema fundamental implicado en el doblaje de películas que ha ganado ampliamente las salas cinematográficas del circuito comercial, bajo la coartada de la demanda del mercado; un problema inherentemente político, además, que puede formularse como lo neutro (¿el mercado laboral no funciona como el “espacio” donde las cosas son porque pueden intercambiarse unas por otras?), en la medida en que la invocación del mercado y su dinámica parece suponer el borramiento de toda reflexión política.[2]
El Diccionario de la lengua española define neutro como sigue:[3] primera acepción: “Carente de rasgos distintivos o expresivos”; segunda acepción: “Dicho de un color o de un tono: Carente de brillo o viveza”; tercera acepción, vinculada al dominio político: “Indiferente en política o que se abstiene de intervenir en ella”.
Entonces, veamos. Sabemos del problema que supone elegir el “tipo” de español para realizar los doblajes de las películas, zanjado por el lado de esa cosa llamada “español neutro” (en última instancia, poco importa que el “español neutro” sea fácil o difícil de definir, o que haya diversos españoles según los lugares de exhibición de las películas; el problema, en todo caso, es otro). Las preguntas que podemos hacernos son: ¿qué hay en esta neutralidad, en esta especie de “páramo de la lengua”, en el que la ajenidad/alteridad de la comunicación humana parecería no tener cabida, quedar completamente raleada? ¿Qué es esta especie de no-política o, incluso, de anti-política? ¿Qué parece conjurarse en la neutralidad del “español neutro” (de nuevo, poco importa que sea verdaderamente neutro) y, finalmente, en el doblaje mismo?
La definición de diccionario ya lo adelanta: una supresión, o una absorción; lo neutro es un “lugar” en el que las diferencias se anulan en beneficio del punto muerto del sentido. Y esto se ve especialmente en los argumentos (y en la manera de argumentar) de los empresarios del cine, que basculan entre los problemas de alfabetización que impiden la lectura de los subtítulos (argumento empleado para justificar el criterio mercantil que rige las decisiones de exhibir películas dobladas, como si, además, mostraran una preocupación legítima por el estado de la educación uruguaya) y la demanda de los clientes que solicitan, se dice, este tipo de películas. El mercado, así, aparece como el punto de apoyo de la realidad misma, que habla por sí sola y a la que debemos escuchar, porque, en el fondo, los dos argumentos son uno y el mismo: los hechos nos dicen que ciertos adolescentes y ciertos jóvenes no pueden leer los subtítulos o tienen pereza de hacerlo y que el público (término que condensa los dos ciertos anteriores) pide, demanda (demanda es el abracadabra) la exhibición de un cine, diríamos, casi sin cine.
El primer argumento, el de la (an)alfabetización, es un argumento, por así decirlo, marcado, un argumento que introduce, en el espacio social y político, un problema y una crítica, aunque su reabsorción mercantil anule la crítica; pero, en el contexto del debate que estamos comentando, el argumento en cuestión implica una distinción que se neutraliza en los “archilexemas” mercado y demanda, fuerzas centrípetas que no dejan escapar la disidencia, que no admiten una inteligibilidad diferente, porque ellos mismos son o se proponen como no-inteligibilidades.

2.
            Decíamos al principio que el problema tiene que ver con, o es, lo neutro. Sobre esta noción, dice Roland Barthes:

Defino lo Neutro como aquello que desbarata el paradigma, o más bien llamo lo Neutro a todo aquello que desbarata el paradigma. Pues no defino una palabra; nombro una cosa: reúno bajo un nombre, que es aquí lo Neutro.      
¿Qué es el paradigma? Es la oposición de dos términos virtuales de los cuales actualizo uno al hablar, para producir sentido. […] Dicho de otro modo, según la perspectiva saussuriana, que sigo en este punto, el paradigma es el motor del sentido; allí donde hay sentido hay paradigma, y allí donde hay paradigma (oposición) hay sentido […]: el sentido se basa en el conflicto (la elección de un término contra otro) y todo conflicto es generador de sentido: elegir uno y rechazar otros es siempre sacrificar algo al sentido, producir sentido, darlo para consumir.[4]

            Aquí aparece, entonces, el punto crucial del asunto en discusión: lo neutro como el lugar del no-sentido, de la no-política, de la no-significación; y también aparece la tarea de la crítica[5], que es la de introducir el desacuerdo en la homogeneidad de la pragmática de los “archilexemas”; la de forzar el disenso en la apacibilidad de una respuesta pasiva de la “vida” a las dinámicas siempre cambiantes del mercado (lo que las personas piden, lo que quieren ver, lo que les gusta); en suma, la de romper la inercia del discurso anónimo de la demanda de “la gente”, de “la masa”, de “los telespectadores”, etc., proponiendo una política y una estética, una distribución de lo inteligible y lo sensible.
            Así, el espacio de la neutralidad que estamos examinando en el terreno del “español neutro”, de los doblajes, es el espacio del mercado, de la mera máquina económica. Es, entonces, la catástrofe de la política, porque también es la catástrofe de la educación.
Así pues, si pensar es discriminar, realizar distinciones y, por ende, discutir, producir un espacio heterogéneo respecto de la homogeneidad y estabilidad de la inercia (si hablar una lengua es estar ya atrapado por la diferencia y la inestabilidad, es decir, por la alteridad, por lo que no es propio), entonces lo neutro impide que el pensamiento prospere y liquida de antemano cualquier política en tanto actividad de realizar distinciones (la actividad distintiva por antonomasia), con el fin de informar el espacio social como social, como sentido, siempre abierto a la crítica, en la medida en que es un espacio esencialmente interpretativo.
            En lo neutro, tal como lo estamos concibiendo aquí, no hay política, porque la política es la distribución/redistribución

[…] de los espacios y los tiempos, de los lugares y las identidades, de la palabra y el ruido, de lo visible y lo invisible, conforman lo que llamo el reparto de lo sensible. La actividad política reconfigura el reparto de lo sensible. Pone en escena lo común de los objetos y de los sujetos nuevos. Hace visible lo que era invisible, hace audibles cual seres parlantes a aquellos que no eran oídos sino como animales ruidosos.[6]

3.
            En este contexto, mercado y demanda funcionan como la anulación del desacuerdo, del malentendido; son dos significantes que configuran un espacio (una hegemonía) en el que no hay reparto de lo sensible ni nuevos lugares para otra inteligibilidad: es el grado cero de la interpretación, los “archilexemas” que cancelan cualquier discusión incluso antes de comenzar y que zanjan el problema de un plumazo, porque suponen una configuración fija de lo sensible, dada como evidencia inobjetable. La evidencia, así considerada, es lo contrario del desacuerdo, en tanto que este se compone de los casos

[…] en los que la discusión sobre lo que quiere decir hablar constituye la racionalidad misma de la situación de habla. En ellos, los interlocutores entienden y no entienden lo mismo en las mismas palabras. Hay toda clase de motivos para que un x entienda y a la vez no entienda a un y: porque al mismo tiempo que entiende claramente lo que le dice el otro, no ve el objeto del que el otro le habla; o, aun, porque entiende y debe entender, ve y quiere hacer ver otro objeto bajo la misma palabra, otra razón en el mismo argumento.[7]

            Pero en lo neutro del “español neutro” no hay lugar, como dijimos, para las diferencias, por lo que todos vemos lo mismo, porque todos somos un x o un y, lo mismo da. En lo neutro no hay equívoco, malentendido; todo está aplanado, todo es un bajo relieve, o mejor, un no-relieve.

4.
            Entonces, sin paradigma, no hay significación, y la significación es, ante todo, un acto de realizar distinciones, de establecer discontinuidades sobre un fondo de pasmosa continuidad. De esto que la política sea contraria a lo neutro, o a la neutralidad de esa continuidad que se resiste a los cortes, a las objeciones, que coloca todo en pie de igualdad, en relación de pura horizontalidad.





Notas

[1] Para ver qué posiciones circularon en la opinión pública, se puede consultar http://www.montevideo.com.uy/Tiempo-libre/La-Asociacion-de-Criticos-se-planta-contra-el-creciente-doblaje-de-peliculas-en-cines-uruguayos-uc664439, https://ladiaria.com.uy/articulo/2017/10/criticos-de-cine-cuestionan-el-creciente-doblaje-de-peliculas/, https://www.elobservador.com.uy/crisis-doblaje-yo-no-leo-espanol-n1133613 y “Cine y doblaje. Bagatelas para una masacre cultural”, Brecha, 10/XI/17, p. 18. En este artículo se puede leer, creo, el punto crucial del problema relativo a la oferta de películas dobladas en la cartelera cinematográfica uruguaya: “El público cinéfilo y los críticos señalan que el doblaje atenta contra la experiencia completa del visionado de una película, echando por tierra, entre otras cosas, el trabajo vocal de los actores e incrementando al mismo tiempo la desidia por la lectura entre los espectadores. […] Los distribuidores y ejecutivos de las grandes compañías, por su parte, aseguran que el aumento progresivo de las funciones dobladas frente a las subtituladas responde a un pedido del público. Esta cuestión pone en evidencia una grieta sociocultural que excede al propio cine, a las distribuidoras, a los empresarios, a los críticos, al público que aparentemente no puede leer y al que sí quiere hacerlo. Estos son efectos colaterales de un desbarranque generalizado. […] La lucha contra el doblaje es en el fondo una batalla casi perdida dentro de una guerra también casi perdida que tiene que ver con la desprogramación cultural digitada desde la industria y en la que el cine es sólo una trinchera de tantas”. 
[2] Otra reflexión sobre este problema puede verse en Alma Bolón, “Tres logros del iletrismo”, en Óscar Larroca (comp.), …Luego existen. Trece intelectuales uruguayos de hoy, Montevideo, Organización Cultural Cisplatina, 2013, pp. 43-56.
[3] Para abordar asuntos como este (y muchos otros), las definiciones de diccionario suelen ser torpes, brutas, rígidas, incapaces de captar lo que está en juego. Sin embargo, se las puede emplear, precisamente, para mostrar el contraste, es decir, para señalar el alcance que pueden tener, para abrir una escena más o menos familiar con el propósito explícito de desbaratarlas, de mostrar que el sentido que sedimentan está lejos de constituir la base final de una acuerdo, que es, siempre, un acuerdo abierto, llegado el caso, la aceptación de un reparto de los significados. 
[4] Roland Barthes, Lo neutro. Notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 1977-1978, México, Siglo XXI editores, 2004, p. 151.
[5] Véase Sandino Núñez, Psicoanálisis para máquinas neutras. Biopoder o la plenitud del capitalismo, Montevideo, HUM, 2017.
[6] Jacques Rancière, Política de la literatura, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2011, p. 16.
[7] Jacques Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1996. p. 9.


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