El cetro de Odiseo: discurso de gobierno y resistencia política
Por Fabián Muniz
1
El presidente Luis Lacalle Pou, hace
poco tiempo en conferencia de prensa, dijo que ellos, los actuales mandatarios,
no estaban haciendo política sino que estaban gobernando. Y lo que dijo es de
algún modo verdadero, aunque no por las razones que él cree. No digo que tiene
razón por la presunta idea de que gobernar exige una vertiginosa y constante
toma de decisiones, a contrarreloj en situaciones como la actual, y que por esa
misma razón se le volvería imposible generar los fetiches de la democracia: amplios
consensos, diálogos permanentes, consultas con los demás actores, incluida la
oposición. Tampoco digo que al presidente le asisten razones por el hecho de
que, según creo que quiso expresar, gobernar implicaría una especie de superación
altruista en comparación con los instintos de la “política”, que serían más
pueriles o elementales: politiqueros, partidistas, “de chacrita”. Este es un
concepto más bien torpe de “política”, al que Fernando Santullo denominó “el
sentido más chiquito y mezquino del término”.[1]
Y sobra aclarar que estoy lejísimos de sostener que el contrapunto entre
caceroleos y aplausos en las ventanas nocturnas de la ciudad montevideana tiene
algo que ver con un sentido llamémosle “más grande y generoso” del término
“política”. Nada de eso. ¿Y entonces?
Entonces hay que definir los términos.
Gobierno y política, como los entiendo, que es en el lenguaje de Jacques
Rancière, son conceptos contrapuestos, aunque ambos forman parte de “lo
político”, dado que lo político “es el encuentro de dos procesos heterogéneos”.[2]
¿Cuáles son esos dos procesos? Dice Rancière que el primero es el de “gobernar”
y el segundo es el de la “igualdad” o “emancipación”. Gobernar “entraña crear
el asentimiento de la comunidad, cosa que descansa en la distribución de
participaciones y la jerarquía de lugares y funciones”. El intelectual francés
denomina a este proceso con el nombre de “policía”. Y la igualdad o
emancipación “consiste en un conjunto de prácticas guiadas por la suposición de
que somos todos iguales y por el intento de verificar esta suposición”.[3]
Remata diciendo que el encuentro entre policía e igualdad/emancipación consiste
en “el manejo de un daño”, y ese daño (un daño a la igualdad) lo causa el orden
policial.[4]
Ahora bien, lo anteriormente explicado
(el encuentro entre policía e igualdad por el manejo de un daño) es el concepto
que Rancière maneja de “lo político”. Pero el concepto de “política”, algo
distinto, está mejor desarrollado en “El desacuerdo”. La política, para
Rancière, supone una “distorsión”. Una distorsión entre partes que no existían a priori de la propia distorsión, porque
la parte litigante, la que dice “no estoy de acuerdo” nace asumiendo esa voz,
ese logos mejor dicho, que no se le
suponía de antemano. Y además esa parte, como no era una parte “contada” en el
orden policial del gobierno, que es un orden que sigue una lógica identitaria,
debe crearse un nombre, o tomar parte en un nombre dentro del cual no tenía
parte, y a eso Rancière le llama “subjetivación”.[5]
La subjetivación, entonces, es un proceso opuesto a la identidad. Quedémonos
por aquí, entonces, por ahora…
2
En el programa de gobierno “Lo que nos
une”, presentado en las elecciones 2019, se puede leer en sus primeras líneas:
“Un Uruguay mejor es posible, y para construirlo hace falta cambiar al partido
de gobierno”. Y luego aparece lo siguiente: “Hacemos política porque tenemos
sueños. Queremos participar en la construcción de un país mejor. No pretendemos
gobernar para los nuestros sino para todos los uruguayos”. Y una última cita: “La
alternativa no es entre el despilfarro y el ajuste. Existe otro camino, que
consiste en gobernar con responsabilidad para liberar recursos que permitan
igualar oportunidades, alentar a los que producen y proteger a los más débiles.
Para eso hace falta gobernar con la lucidez y energía que le están faltando al
actual gobierno. Para eso hace falta un liderazgo que movilice e inspire. Para
eso hace falta recurrir a los que más saben, sin sectarismos políticos. El país
está necesitando un estilo de gobernar más responsable y más valiente.”[6]
“Cambiar al gobierno”, “gobernar para
todos los uruguayos”, “proteger a los más débiles”, “gobernar con
responsabilidad”, “gobernar con lucidez y energía”, “liderazgo para gobernar”,
“estilo de gobierno responsable y valiente”, “recurrir a los que más saben”,
“gobernar sin sectarismos políticos”. Con todas estas nociones vamos
formándonos la idea de “gobierno” de los actuales mandatarios, si bien pueden
llegar a parecer contradictorias unas
con otras: ¿cómo se puede gobernar para todos los uruguayos y a la misma vez proteger
a los más débiles? (La polémica “políticas universales” versus “políticas
focalizadas”). ¿Gobernar para todos los uruguayos, sin sectarismos y de forma
responsable, pero eliminando de plano a los que gobernaron hasta ahora? (Y, aún
más, ¿por qué las agrupaciones políticas son “sectas”?) ¿Ejercer un liderazgo
que movilice e inspire, a la misma vez que recurrir a los que más saben? (La
oposición “caciquismo” versus “tecnocracia”). Quizás, de algún modo, todas
estas contradicciones conceptuales son las que expresan mejor la idea del
presidente de que gobernar no es hacer política, porque al gobernar (o incluso
al hacer un programa de gobierno) no es posible detenerse a diseccionar, no ya
la acción, sino las palabras que se emplean para hablar de la acción. Las
palabras del programa de gobierno parecen tan voluntariosas como ciegas, tan
vehementes y enérgicas como desorientadas y fofas. Pero al fin, la expresión
que más revela un fondo de misterio, sobre todo si la enfrentamos con la frase
que nos convoca en este ensayo, es “hacemos política porque tenemos sueños”. El
silogismo se vuelve sencillo: si se hace política porque se tienen sueños, y
gobernar no es hacer política, entonces gobernar no tiene nada que ver con los
sueños. De todos modos, el enunciado evoca la presencia de Martin Luther King,
cuyo “I have a dream” tomaría la posta de la militancia antirracista en Estados
Unidos. Entonces, si en el programa de gobierno “hacer política” es “tener
sueños” (y por “tener sueños” entendemos –cedámoslo– algo del orden de lo noble
y desinteresado que tiende a abocarse al bien común), ¿por qué en conferencia
de prensa, en medio de una crisis social, económica y sanitaria, la expresión
“hacer política” se convierte drásticamente en algo así como “defender la chacrita”,
“llevar agua para el molino propio”, “poner palos en la rueda” o alguna otra de
esas frases de cariz mujiquista que el actual gobierno emplea y acepta, ya no
resignada sino más bien alegremente, aceptando sin crítica el mito
frenteamplista de que se puede tener un “gobierno de cercanías”, un gobierno
que no genere ningún ruido ni molestia al verdadero funcionamiento democrático
del pueblo. Un gobierno que sea uno
con el pueblo.
3
Canto I de la Ilíada. Calcas, el
adivino, le ha revelado a Agamenón que es su codicia (al no devolverle a
Criseida al sacerdote Crises, padre desesperado que la reclama con fervor) la
que ha desencadenado la peste enviada por Apolo, causante de la muerte de
muchos aqueos. Inmediatamente acontece un “agón” entre Aquiles y Agamenón, en
el contexto de una asamblea. Mientras deliberan, Aquiles aprovecha para
despacharse contra el rey, al parecer cobrándole cuentas pendientes del pasado.
Agamenón decide que si finalmente va a devolver a Criseida para aplacar la
furia de Apolo, entonces tendrá que ser recompensado de algún modo, y
necesitará tomar a Briseida (esclava de Aquiles) o a alguna otra esclava ya
asignada a otro guerrero, como recompensa por su sacrificio y entrega en pos
del bien de la comunidad. Aquiles enloquece de furia, le echa en cara al rey su
mezquindad sin límites y decide retirarse de la guerra como forma de protestar
contra la gobernanza autoritaria de Agamenón. Aquiles no tiene posibilidades de
gobernar (salvo al pequeño grupo de mirmidones que lo siguen y de los cuales es
rey) y los aqueos continúan la batalla a pesar de la decisión del pelida. Pero
aún sin capacidad para gobernar a los otros, su retirada, como acto que da
cierre a su discurso previo, es sin dudas una pieza que funciona dentro de lo
que llamamos “hacer política”. Agamenón gobierna, pero no es tan claro que haga
política, si entendemos por “política” un efecto del lenguaje que pone en
escena una deliberación colectiva sobre lo público y lo privado, lo justo y lo
injusto, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo útil y lo inútil… Agamenón,
más bien, intenta eludir el momento de practicar un lenguaje deliberativo,
agonístico, para afrontar una puesta en común de los problemas públicos, y lo
hace apelando a recursos escapistas,
burdos. No otra que “Mas sobre esto deliberaremos otro día”[7]
es la frase del atrida que desencadena “la cólera del pelida Aquiles”, tema
central de la obra para muchos críticos. Gobernar, en la práctica evidenciada
por el rey Agamenón, implica necesariamente “no hacer política”, esto es, no
permitir la irrupción de un lenguaje común, deliberativo, agonístico, que ponga
en cuestión esos fundamentos o “razones de Estado” por los cuales el propio
ejercicio de gobernar es percibido como pertinente o necesario y gracias al
cual cada cosa tiene su lugar, su identidad. La política es cuestionar ese
lugar o esa identidad que las cosas tienen con arreglo a un orden policial
generado por el gobierno. Aquiles, en el orden policial de Agamenón, es un
guerrero útil para la batalla por su destreza y valentía, pero a su vez es un
subordinado que debe cumplir las órdenes y no cabría su descontento al acatar
la entrega de Briseida. Pero Aquiles, de pronto, toma parte en un logos que, en
principio, no le correspondía. Un cualquiera llamado Aquiles (aquí poco importa
su descendencia divina), que está “contado” o “identificado” en el orden
policial como “guerrero”, dice que no quiere pelear, que no le parece justo,
que decide retirarse, que se deja de contar en la parte de los guerreros para
empezar a contarse en la parte de los opositores al gobierno arbitrario de
Agamenón.
4
Canto II de la Ilíada. Los aqueos, sin
detenerse en la deliberación que había propuesto Aquiles sobre lo justo o lo
injusto que es seguir adelante con la guerra, planifican un nuevo ataque a los
troyanos. Los líderes (Agamenón, Néstor, Odiseo) necesitan motivar a los
guerreros nuevamente. Odiseo, en funciones policiales y encarnando el brazo
(armado) derecho del rey, ensalza los ánimos con un discurso patriótico,
guerrero y voluntarista. Y mientras golpea con el cetro a los desanimados,
exclama: “Aquí no todos los aqueos podemos ser reyes; no es un bien la
soberanía de muchos; uno solo sea príncipe, uno solo rey: aquel a quien el hijo
del artero Saturno dio cetro y leyes para que reine sobre nosotros”.[8]
En las palabras de Odiseo, se expresa claramente la oposición de gobierno y
política. El gobierno es la capacidad dada a uno (o unos pocos, o unos varios,
no está ahí el asunto), elegido por Zeus, para tomar decisiones que afectarán a
los otros. La política radica más en “la soberanía de muchos”, es decir, la
democracia, la asamblea (en la “Ilíada” aparece como “consejo”). El gobierno se
fundamenta en Zeus, por lo tanto, en lo incuestionable, lo divino, que es lo
mismo que decir que es impensable indagar en su legitimidad. En la época actual
no tenemos Zeus ni ningún otro numen investidor de líderes, pero la “voluntad
popular” ejercida en las urnas es nuestro fetiche intocable, el tabú que nos
impide cuestionar la legitimidad de las decisiones del gabinete. La política,
entonces, sigue siendo lo que irrumpe y cuestiona esa legitimidad
incuestionada, haciendo valer la soberanía latente que hay en la ciudadanía, y
cuyo texto fundamental (literalmente, el fundamento para sostener esa palabra
inesperada, desubicada, impropia) es la Constitución de la República (pero esto
lo desarrollaré al final de este ensayo). Volvamos a la Ilíada: de pronto,
acontece lo que en términos freudianos llamaríamos “el retorno de lo
reprimido”. La represión que sufrió la distorsión política de Aquiles vuelve en
otra presentación. De deiforme a deforme. Primero como tragedia y después como
farsa. Pero vuelve, de todos modos. Estamos hablando de Tersites. “Todos se
sentaron y permanecieron quietos en su sitio, a excepción de Tersites, que, sin
poner freno a la lengua, alborotaba. Ése sabía muchas palabras groseras para
disputar temerariamente, no de un modo decoroso, con los reyes; y lo que a él
le parecía, hacerlo ridículo para los argivos. Fué el hombre más feo que llegó
a Troya, pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían
sobre el pecho, y tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por una rala cabellera”. [9]
Tersites irrumpe en la decisión de Agamenón y retoma la crítica que Aquiles
había hecho en el canto I. Sostiene que esta guerra simplemente continúa para
llenar las arcas de la riqueza de Agamenón y que resulta una defensa únicamente
del honor de Menelao, pero que quienes se ensucian las manos con sangre en el
campo de batalla, o dan su último suspiro lejos de su querida tierra, no
terminan de encontrar la conveniencia de todo eso. Aquiles antes, y Tersites
ahora, encuentran que es momento del lenguaje, de la discusión, de la política.
Y Agamenón censura esa posibilidad, porque de llevarla adelante quedaría
expuesta o quizás desenmascarada su ilegitimidad para seguir adelante con la
guerra, para “gobernar”. Odiseo asume nuevamente un rol policíaco, y para
defender la (i)legitimidad de Agamenón lo que hace es golpear a Tersites con el
cetro hasta dejarlo magullado en el suelo, aprovechando que es feo y que tiene
fama de “malhablado” para así ganarse la simpatía y la risa colectiva. La
política, una vez más, es reprimida por el gobierno. Pero no muere, porque lo
reprimido siempre regresa…
5
Aún recordamos con sorna, y quizás
vergüenza ajena, aquella frase de José Mujica que jerarquizaba a “lo político
por encima de lo jurídico”. En este caso, la concepción de la política es
distinta de la de Lacalle Pou, pero también distinta de la que propongo en este
texto. Para Lacalle, como vimos, la política es esa cosa sucia que no tiene
lugar cuando se tiene que gobernar; para Mujica es esa cosa idéntica al
gobierno, limpia, que tiene un lugar omnisciente y que encuentra su “palo en la
rueda” en el marco legal. Pero leámoslo a él mismo:
“No debe de haber acto político más
grande que una revolución, lo que quiere decir que en el sentido trascendente
la política genera Derecho.
Ello no quiere decir que el Derecho lo
podamos pisotear, y esa afirmación que yo hice en un momento lo [sic] hice en
circunstancias muy particulares. Donde se habían llevado en nombre del
Derecho un gobierno por delante, como era nada más y nada menos el presidente
de Paraguay, y donde cuatro senadores tenían trancado el derecho de entrada al
Mercosur durante siete años a una república. Entonces no se pueden sacar las
cosas de contexto y después tomarlas como afirmaciones. El pueblo uruguayo
tiene derecho a que se le hable con mayor profundidad para que vaya
desarrollando sus criterios.”[10]
Mujica, que en esta cita intenta
aclarar lo que quiso decir con su frase, a la vez que busca desmentir la interpretación
que se había hecho de ella, no hizo otra cosa que confirmar esta última.[11]
Sobre todo, porque dice explícitamente que “se habían llevado en nombre del
Derecho un gobierno por delante”. La sinonimia que acepta entre “gobierno” y
“política” es incuestionable. El Derecho (que Mujica ilustra peyorativamente
bajo la sinécdoque de “cuatro senadores”, y la imagen nos evoca ineludiblemente
la típica frase despreciativa de “cuatro gatos locos”) sería menos legítimo que
el gobierno, que para Mujica es igual a la política. Y a la vez no es igual,
dada su primera afirmación, la de que no hay acto político más grande que una
revolución. Una revolución es una confrontación a un gobierno dado, nunca su
legitimación, con lo cual no cierra que un gobierno sea parte de la política
(aquello cuya legitimidad está por encima de lo jurídico) y a la vez una revolución
sea el acto político más grande.
6
Pero, entonces, parecería que lo que
este ensayo propone es que la política debe ceñirse a su territorio natural,
que sería el ámbito de la queja o la protesta, y que el terreno de las acciones
es parte identitaria y esencial del gobierno, con lo cual se estaría adoptando
una lógica policial, y se contradirían los supuestos que el ensayo adoptó desde
un principio. Pensar la política y el gobierno en términos identitarios, donde
cada uno tiene su parte en un libreto prefijado, es no comprender ese
“encuentro entre dos procesos heterogéneos” que dijimos al principio que era
“lo político”. Ese encuentro no está prefijado, no hay funciones asignadas, ni
siquiera hay dos “partes” diferenciadas a
priori (es decir, previas al proceso mismo de subjetivación de la parte que
no tenía parte según el orden policial), porque de lo contrario estaría regido
por una lógica policial y no sería un auténtico “encuentro”. Cuando los
periodistas en las conferencias de prensa no se ciñen a su función y sus
posibilidades (preguntar, nunca afirmar), a la parte que les ha sido asignada desde el orden policial (“más que
una pregunta es una afirmación”, designó Lacalle Pou la interpelación del
periodista Gabriel Delacoste[12]),
es cuando puede tener lugar “lo político”, el espacio donde el lenguaje que
representa y fundamenta a las cosas mismas del orden social vuelve a ser
replanteado.
Como ejemplo actual de la política que “toma
parte” en el mundo de la acción, y que a su vez cuestiona la lógica policial de
la gobernanza dadora a cada uno de su parte clara y distinta (poniendo en
entredicho lo que en general se asume como obvio, esto es, que las únicas acciones
legítimas son las que toma el gobierno, indiscutidamente electo por el voto
popular), me parece adecuado proponer el ejemplo del Movimiento Ciudadano UPM2
NO.[13]
Uno de sus voceros principales, Hoenir
Sarthou, escribió un texto en su columna semanal Indisciplina partidaria, que,
en buena medida, también es una pieza teórica clave en la lógica de este
ensayo. El texto se titula “Un poder desconocido”.[14]
En el texto, Sarthou se muestra
sorprendido de que la gente común y corriente, de que “el llano” (el “demos” en
general, los “incontados”, los que no tienen parte específica contada en la
lógica policial, o mejor, solo tienen parte como “cuerpo electoral”) no
tuvieran noción de que ellos son “la máxima autoridad de la República, por
encima de presidentes, legisladores y ministros”. El desplazamiento de los
términos o de las partes que se desprende de lo que propone Sarthou en su nota
es que el demos cuestiona su parte o
cuenta, asignada por la lógica policial del gobierno, parte o cuenta que se
resume en “cuerpo electoral”, entendido este únicamente en tanto suma de
votantes quinquenales de la “resignada elección de
los gobernantes que creemos menos malos”; y que asume otra parte, desconocida o
ignorada u olvidada hasta ahora, y es la de “constituyentes”. El desplazamiento
político radica en que el “cuerpo electoral” pase a ser “constituyente”, y para
que ese desplazamiento sea posible, el demos
debe leer y escribir en un lenguaje o con un logos que la lógica policial del
gobierno no le presupone de antemano, esto es, el lenguaje o el logos propio del
“constituyente”: en otras palabras, el logos que habilita a leer y escribir la
Constitución. En este sentido, la Constitución puede ser entendida de un modo
distinto a como se la entiende desde cierta filosofía política que, debido a su
proyección radical del cambio social, descree de las pequeñas o medianas
resistencias al orden policial del gobierno. Esta filosofía política,
llamémosle marxista clásica, describiría a la Constitución (y a todo el sistema
legal vigente) como una herramienta de dominación de las élites, cuyos derechos
siempre estarían custodiados por ese texto, y para que algo cambie es necesario
cambiar todo el sistema. Incluso admitiendo que esa hubiera sido la intención
histórica de los “autores” del texto constitucional, que ese hubiera sido el
“espíritu del constituyente”, la Constitución, como texto literario que es (en
un sentido amplio y figurado), trasciende la intención de su autor y crea su
propia política al someterse su letra a la lectura de los otros, de los que no son los autores del texto. A este
respecto, el propio Jacques Rancière atribuye a la literatura la capacidad de
hacer una política que, a diferencia de lo que opinaba Sartre, nada tendrían
que ver con las presuntas intenciones políticas del autor, si es que las
hubiera. La simpatía de Flaubert por la aristocracia y su afán antiburgués
podrían ser considerados por una lectura sartreana como rasgos de una presunta
intención de autor, pero que desde el punto de vista rancierista no logra ceñir
el sentido y la política del texto. “Cualesquiera fueran los sentimientos de
Flaubert hacia el pueblo y la República, su prosa era democrática. Era la
encarnación misma de la democracia.”[15]
Siguiendo este mismo razonamiento, y consciente de que la Constitución no es un texto literario en el sentido restringido de la disciplina, propongo desplazar a la Constitución del territorio identitario asignado por una lógica policial según la cual únicamente correspondería que fuera leída e interpretada por juristas, especialistas y políticos profesionales, para llevarla al espacio simbólico del encuentro de las partes que no existían con antelación a su encuentro mismo en el texto constitucional: la parte del gobierno y la parte de una parte del “cuerpo electoral”, que pasa a cuestionar su identificación con un todo “incontado” y dice llamarse “constituyente”. En última instancia, se ha sostenido que “Acaso la Constitución no sea más que un punto de encuentro”.[16]
Como bien propone Rancière en “El
desacuerdo”: “El desacuerdo no es el conflicto entre quien dice blanco y quien
dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco pero no
entienden lo mismo…”[17]
Para nuestro caso, desde la lógica policial se asume que el “constituyente” es el grupo de juristas y políticos profesionales que hizo de autor del texto constitucional, y desde la lógica de la igualdad o la emancipación se asume que “constituyente” es cualquiera. La Constitución queda establecida como espacio de lo político.
La Constitución de la República molesta
a la gobernanza. A su modo, es un “palo en la rueda”. A los gobernantes siempre
se les aparece la Constitución como la convidada de piedra, el zombi que
continuamente regresa aún después de su muerte simbólica, que es su olvido o su
desconocimiento. Es el “retorno de lo reprimido”, que, en el lenguaje de
Sigmund Freud, designa aquello que aparece una y otra vez desde el plano del
inconsciente a pesar de todos los esfuerzos que hace la conciencia por evitar
su presencia. Si el gobierno se manifiesta en el plano de la conciencia de una
sociedad, es su contenido manifiesto, la política aparece en el orden de lo
latente, en el espacio del inconsciente. De esta manera, la República no es
simplemente un conjunto de instituciones, no es un formato para dar
“gobernabilidad” a la democracia, no es una mera separación de poderes. Es un
núcleo irreductible de política. Y la Constitución, como signo permanente de
ese núcleo irreductible de política, limita las acciones del gobierno y asegura
el papel político permanente del ciudadano.[18]
Me parece relevante, en este punto, y para cerrar, traer a colación dos artículos de la Constitución de la República Oriental del Uruguay que nos convocan por el mismo camino del razonamiento de Hoenir Sarthou. El artículo 30 dice que: “Todo habitante tiene derecho de petición para ante todas y cualesquiera autoridades de la República”. Y el artículo 258 establece que: “La declaración de inconstitucionalidad de una ley y la inaplicabilidad de las disposiciones afectadas por aquélla, podrán solicitarse por todo aquél que se considere lesionado en su interés directo, personal y legítimo”. El derecho de petición y la solicitud de inconstitucionalidad reconocidas al todo aquél (y es importante el estatuto político de la expresión) como derechos inalienables, que podrían emerger siempre que el ciudadano interprete su pertinencia, demuestran el carácter de la Constitución como lugar de encuentro para que acontezca lo político.
Las partes se encuentran en el
desacuerdo. “Blanco”, dice una. “Blanco”, dice la otra. Y entonces aparece la
duda. ¿Qué es el blanco? ¿Quién es el constituyente? ¿El espíritu de la
tradición que solo puede ser invocado por los médiums profesionales autoproclamados como tales? ¿O quizás es el
“todo aquél”[19] que se
asume como tal en el proceso igualitario de la política?
[1]
Búsqueda, N° 2065, 26 de marzo al 1 de abril del 2020, http://www.semanario.busqueda.com.uy/nota/el-sentido-mas-chiquito-y-mezquino-del-termino
[2]
Rancière, Jacques. “Política, identificación y subjetivación”. En Arditi,
Benjamín. “El reverso de la diferencia. Identidad y política”. Caracas: Nueva
Sociedad, 2000, p. 145.
[3]
Rancière, ídem.
[4]
Rancière, op. cit., p. 146.
[5]
Rancière, Jacques. “El desacuerdo. Política y filosofía”. Buenos Aires: Nueva
Visión, 1996. Sobre todo, el capítulo “La distorsión: política y policía”.
[6]
“Lo que nos une”. Programa de gobierno 2020-2025 del Partido Nacional.
Disponible en https://www.corteelectoral.gub.uy/estadisticas/programas_gobierno_2015_2020.
[7]
Homero. “La Ilíada”. Madrid: Austral, 1968, p. 11.
[8]
Homero, op. cit., p. 22.
[9]
Homero, op. cit., p. 22.
[10]
Telemundo, 3 de marzo de 2015, https://www.teledoce.com/telemundo/nacionales/mujica-en-el-sentido-trascendente-la-politica-genera-derecho/
[11]
La interpretación, en términos generales, había sido una crítica a su idea de
que el gobierno pudiera en algunos casos dejar de estar ceñido al respeto a las
instituciones republicanas.
[12]
Puede leerse en https://www.tvshow.com.uy/personajes/pregunta-afirmacion-lacalle-pou-hizo-tendencia-redes.html
[13] https://upm2no.org/
[14] Semanario
Voces, 26 de febrero de 2020. http://semanariovoces.com/un-poder-desconocido-por-hoenir-sarthou/
[15]
Rancière, Jacques. “Política de la literatura”. Buenos Aires: Libros del Zorzal,
2011, p. 23.
[16]
Caamaño Domínguez, Francisco. “¿Qué es una Constitución?”. Revista Española de
Derecho Constitucional. Año 20, N° 58, Enero-Abril 2000, pp. 353-359.
[17]
Rancière (1996), op. cit., p. 8.
[18]
En este sentido, podemos decir que el sueño de la gobernanza pura es siempre el
golpe de estado, pues la anulación de
la Constitución habilita una gobernanza pura, no contaminada por ninguna forma
de irrupción de la política.
[19]
El interesante artículo de Matías Calero sobre el asunto de si el “todo aquél”
lesionado al que remite el artículo 258 puede asumirlo un colectivo social y no
ya un solo individuo, pone de manifiesto la plasticidad literaria de las
lecturas que la Constitución posibilita cuando alguien –cualquiera, uno, muchos–
se asume como “constituyente”. Calero, Matías. “Inconstitucionalidad y
movimientos sociales”. En Ruptura, N° 7, abril 2016, pp. 155-168.
La diferencia entre "gobernar" o "gobierno" y "política" viene sensacional para ver a través de ella que cada vez que se habla de política se habla de gobernar. Se espera de la política que nos arregle o mejore nuestra vida económica, pero como único sentido de ella. Toda discusión de derechos siempre tiene ese trasfondo. Salvo a mí entender verdad y justicia por los desaparecidos y los reclamos de las feministas en cierto sentido.
ResponderEliminarMe parece que tenemos la peor versión del liberalismo en los huesos, como un cáncer. Aunque, quizás no haya otra versión en última instancia.
Adrián, gracias por leer y por manifestar la reflexión que esa lectura propició. Un saludo.
Eliminar