“como si hubiese sido escrito bajo un influjo extraño”


Por Fabián Muniz

Entrevista a Miguel Avero.

Miguel Avero (Montevideo, 1984) es, desde mi punto de vista, uno de los poetas uruguayos actuales más interesantes. Tiene cinco libros publicados, sus textos han sido editados en varios países y ha ganado diversos premios. Además lleva a cabo una actividad muy destacada en la difusión e impulso del quehacer poético, pues formó parte, junto a Hoski y a Santiago Pereira, del grupo fundador de “Orientación Poesía”, que acompañó y curó a una nueva generación de poetas “ultrajóvenes”, antologados luego en “En el camino de los perros”, además de que cuenta con su propio taller de escritura creativa, llamado “Puerta Quimera”. Avero respondió muy amablemente a nuestras preguntas, celebrando la publicación de “Libreta insomne” (2019), su último poemario.

Si bien publicaste una novela breve, o un cuento largo, titulado “Micaela Moon”, la mayor parte de tu obra édita es poesía. ¿Qué encontrás en ese género literario?

Encuentro el asombro, un asombro grato y renovable. El paisaje de mi vida es el de una ciudad poco llamativa, ciertamente silenciosa y en ocasiones rutinaria. Tiene también sus zonas luminosas, una suerte de ramblas donde detenerse a contemplar el mar de espalda a los relojes. Como contrapartida, posee zonas de devastación. Pero allí, en ese lugar ruinoso donde casi no queda nada en pie, siempre hay un edificio. El edificio, en apariencia vacío, está colmado por el asombro. A veces la puerta está entornada, en ocasiones es preciso romperla, a veces, incluso, no hay ninguna puerta. Pero es necesario entrar, es de vital importancia hacer ese trabajo. Allí está la poesía, y hay que rescatarla (o secuestrarla) antes del próximo derrumbe. Es un rescate provisorio. No podemos contener la intensidad de la poesía, y por eso huye de nosotros, se metamorfosea. La cosa es volver a reconocer el edificio. Y allanarlo.

Me da la impresión de que en Arca de aserrín todavía había una voz que no se terminaba de encontrar a sí misma y recurría a una serie de clichés retóricos. En Libreta insomne leo a un poeta que establece un registro mucho más personal, mejor logrado. ¿Vos notás este cambio a lo largo de tu obra?

Quisiera decir ahora que mi voz está, que es una, sólida y reconocible. Pero no estoy del todo seguro. Arca de aserrín es un poemario primerizo, algunos de sus poemas son del año 2007, período intuitivo y pasional. La rigidez autoimpuesta para su composición no desdice la vitalidad de los impulsos que lo atraviesan. Todavía celebro algunas de sus virtudes como el estudio de la simbología del agua o el durísimo trabajo estructural. Hay un concepto muy claro en ese poemario, quiero decir que, como conjunto lo sigo considerando “logrado”. Ahora, es cierto, hay pasajes pobres, recursos manidos y algunas cacofonías. Libreta insomne es otra cosa. Quiero creer que los años no han corrido en vano. Media casi una década entre la composición de un libro y otro. Vivencias y bibliotecas hicieron lo suyo.

¿Estoy bien rumbeado si veo que hay una conexión o continuidad entre La pieza y Libreta insomne en lo que tiene que ver con poetizar los espacios de la intimidad, de lo doméstico, para revelar algo, solapado en lo mundano, en lo que nos es más cercano, más familiar? ¿Qué sería ese “algo” a revelar? ¿Tu poesía “revela”, o se “rebela” contra cierta forma de lirismo, o ambas, o ninguna?

Esa conexión, quizás, es un puente angosto que parte de La pieza y se ensancha en el tercer capítulo de Libreta... Me refiero al insomnio. En el primer libro, el insomnio empieza como una molestia, una profanación del sueño que deriva en locura (el “magnánimo insomne”); en Libreta..., en el capítulo final, intento homenajear al detenimiento de la madrugada que presiento altamente creativo, expresivo y fabulador, en una palabra “poético” o propicio para la poesía. Los espacios cerrados y familiares se repiten, pero en Libreta... hay dos capítulos bien abiertos que apuntan a lo espiritual. Es un libro de honda introspección que nació de pequeños apuntes reflexivos que luego fui depurando poéticamente. El nivel de profundidad de algunos textos me excede, como si hubiese sido escrito bajo un influjo extraño, una suerte de lógica de la madrugada.

Llevás adelante, hace algunos años, el taller de creación literaria “Puerta quimera”. Contame cómo han sido esas experiencias.

El taller Puerta Quimera comenzó en el año 2017 en el hoy desaparecido Café Momentos (sitio donde se estrenó, por cierto, el ciclo de lecturas “En el camino de los perros”), luego continuó en el Café Panta Rei, ubicado debajo de la Librería Yelmo de Mambrino (año 2018). Solo puedo estar agradecido con ambas experiencias. Lo más relevante del taller en sí fue la convivencia creativa de voces muy pero muy variadas, de rangos etarios disímiles e intereses diversos: una experimentada profesora de literatura, un narrador de cuentos con temática futbolera, una fotógrafa interesada en vincular poesía e imagen, un sólido poeta ultra joven, una enfermera con el objetivo claro de pulir sus relatos sobre la salud, una poeta de pretensiones místicas, una destacada prosista que resultó ser la madre de un escritor contemporáneo, etc. El clima de trabajo era muy bueno, mucho intercambio, mucha lectura y escritura, se respiraba creatividad y por lo general todos salíamos con ganas de escribir. Por motivos laborales no pude continuarlo en lo que hubiese sido su tercer año consecutivo. Volveremos.

Hablame de tus lecturas, tus referentes, o, como expresa Baudelaire, los “faros” que iluminan tu obra. También te pido que destaques escritores uruguayos actuales que te interesen o entusiasmen.

Dedico varias horas de mis días (y noches) a la lectura. Por lo general leo más de un libro a la vez con la condición de que sean de géneros distintos. En este momento acaparan mi atención dos libros: Los sinsabores del verdadero policía de Bolaño y Cuadrivio de Octavio Paz. La luz de mis faros es un tanto confusa, sin embargo, siempre vuelvo a la obra de Borges, a los cuentos de Poe. Siempre tengo a mano a Bolaño, Andrés Neuman y Susan Sontag, a Los cuatro cuartetos de Eliot. Mi poeta favorito sigue siendo Jorge Teillier, aunque se le ha arrimado bastante José Emilio Pacheco. Me interesa todo lo que escriben las argentinas María Negroni y Leila Guerriero. En el panorama nacional actual me interesan varias cosas: en poesía el primero es Leonardo de León (quien tomará más temprano que tarde la posta de Courtoisie), y luego Santiago Pereira, Juan Pablo Moresco, Javier Etchevarren, Laura Cesarco Eglin, Camilo Baráibar, Juan Manuel Martínez, José Arenas, Guillermina Sartor y Federico Machado (espero que mis olvidos no se paguen con sangre); creo que nuestra narrativa goza de muy buena salud, entre los más jóvenes me entusiasman los trabajos de Matías Mateus, Andrea Arismendi, Rodolfo Santullo, Manuel Soriano (que es argentino pero vive acá y es magnífico), Hoski y González Bertolino; en la labor crítica celebro a Mathías Iguiniz, Fabián Muniz, Palacio Gamboa, Isabel Retamoso, Ramiro Sanchiz y Gabriela Sosa. Es un listado lleno de vacíos pero confío plenamente en los que están.

Foto: Paola Scagliotti

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