POLÍTICA DE LA FELICIDAD (reseñas) (*)
1.
600cc de felicidad
¿Se puede ser
feliz en un mundo como el actual? ¿Se puede ser feliz en un mundo cuya lógica
mercantil ha hecho que la idea misma de felicidad se haya vuelto una mercancía?
Esto es lo que reza uno de los más propagados avisos de Coca-Cola: Destapá la felicidad primero y, después,
ajustando un poco las cosas con cierta “sinceridad”, Destapá felicidad. Del nivel del relato, de entender la felicidad
como un significante político (elemento alrededor del cual se organiza la vida
social e individual, cuyo significado está siempre haciéndose como una trama
discursiva compleja), hemos pasado al nivel fisiológico, de las reacciones
químicas en el organismo; del deseo (lo propiamente humano, que encuentra una
articulación en el lenguaje) hemos pasado al goce (lo animal, inscripto en el
cuerpo).
En Metafísica de la felicidad real (Buenos
Aires, Adriana Hidalgo editora, 2017), el filósofo francés nacido en Marruecos,
Alain Badiou, se interroga acerca de la tarea fundamental de la filosofía:
pensar la felicidad como un significante de la emancipación, como una herida al
mundo contemporáneo, dominado por lo real de la economía, de la circulación de
mercancías.
2.
La metafísica vive y lucha
Después de pasar
revista muy brevemente a tres corrientes filosóficas contemporáneas dominantes (con
sendas derivaciones lingüísticas), que se han planteado el problema de la
relación entre la verdad y el sentido (la hermenéutica, la filosofía analítica
y la deconstrucción posmoderna), Badiou advierte dos cosas en común entre ellas:
1) “la metafísica de la verdad se ha vuelto imposible” y 2) “el lenguaje es el
lugar crucial del pensamiento porque es allí donde está en juego la cuestión
del sentido”.
Enseguida, Badiou
se propone mostrar cómo ninguna de estas vías puede ser adecuada para
reflexionar sobre la felicidad, para plantear y sostener una Idea de verdad capaz
de hacerle frente al mundo, porque en la hermenéutica, la filosofía analítica y
la deconstrucción hay algo “demasiado adaptado al mundo tal cual es”.
En este
escenario, la Idea de verdad tiene que vencer un primer obstáculo nada fácil de
sortear: la comunicación, territorio en el cual circulan las mercancías, entre
las que deben contarse las palabras. Así, la filosofía debe sustraerse a este espacio
comunicativo, que suele ser un espacio consensual (esta es una de las ideas que
maneja Badiou en Segundo manifiesto por
la filosofía a propósito del término opinión).
De esto la relevancia de la interrogación: “¿qué sentido tendría apostar a la
existencia, sustraerla al imperativo de un cálculo de la seguridad personal,
lanzar los dados contra las rutinas, exponerse a cualquier azar, si ello no es
mínimamente en nombre de un punto fijo, de una verdad, de una Idea o de un
valor que nos prescribe ese riesgo?” Esta pregunta, muestra Badiou, es
esencialmente política, porque da cuenta de un acontecimiento, instancia que,
siempre después, “hacia atrás”, advertimos como articuladora de un pliegue en
nuestras vidas en función del cual ya no vivimos igual (esto es lo que expone,
con brillante elocuencia, el propio Badiou en su opúsculo Elogio del amor).
Y
he aquí una de las tesis fundamentales de Metafísica
de la felicidad real: “En sus tendencias contemporáneas, la filosofía se
esfuerza por seguir el curso del mundo. Está cautiva de los tiempos modernos,
tiempos que son a la vez entrecortados, segmentados y rápidos. La vocación de
la filosofía, en la medida de sus posibilidades, es establecer un tiempo que se
dé tiempo, es decir, un pensamiento que se dé el tiempo de la lentitud de la
investigación y de lo arquitectónico”. Y luego, Badiou avanza con la idea de
que la felicidad de las personas está intrínsecamente ligada al tiempo,
específicamente a la recuperación del tiempo continuo que la fragmentariedad de
los tiempos actuales les ha arrebatado, porque, dice el filósofo francés, ser
dueño del tiempo propio es lo que siempre ha estado en el centro de la lucha
política –la disputa por cuestionar el tiempo meramente destinado a la
producción mercantil impuesto como un orden económico–: “Toda felicidad real
pasa por la liberación del tiempo”, concluye Badiou.
Otra
de las tesis: la filosofía padece de una enfermedad, la del deseo de filosofía,
que encuentra tres “virus” implacables: el sistema general de la circulación
(de mercancías), el sistema general de la comunicación y el sistema general de
la seguridad, dominados asimismo por la “lógica de las estadísticas”. Y este
padecimiento, parece decir Badiou, tiene que ver con la enfermedad de la que es
objeto el logos aristotélico: ya no
parece haber lugar para un lenguaje que distinga lo que está bien de lo que
está mal, lo que es justo de lo que es injusto; ya no parece haber ningún punto
de solidez que nos permita trazar una línea de pertinencia entre las cosas,
puesto que hoy se procede en nombre de la multiplicidad de los sentidos, de las
interpretaciones, de la fluidez o liquidez de las opiniones. En un mundo que se
nos muestra y propone como el mejor de los mundos posibles, su arquitectura,
paradójicamente, es en extremo precaria, frágil, vulnerable.
3.
Potencia del acontecimiento
En este
contexto, Badiou sostiene que lo que se le pide a la filosofía es la
posibilidad de pensar el acontecimiento mismo, ya no la estructura del mundo o
sus leyes; la posibilidad de acoger lo impensado, lo sorpresivo, pese a que el
acontecimiento, definicionalmente, es lo que adviene sin previo aviso, lo que
irrumpe y solo es reconocido como tal a posteriori: “Lo que se le pide [a la
filosofía], pues, es que proponga como abrigo o envoltura del deseo de
filosofía, lo que podríamos denominar un nudo racional de la singularidad, del
acontecimiento y de la verdad”, nudo él mismo paradójico, único capaz de hacer
que la filosofía mantenga su deseo de filosofía. De este nudo, enuncia Badiou,
debe salir un nuevo sujeto para la filosofía, que pueda hacerse cargo de la
lucha política, y con él, que cada individuo, cada persona, rompiendo la
democracia del consenso, de la pacífica convivencia de las opiniones, devenga
sujeto a partir de una decisión absoluta: vivir la contingencia de la
felicidad, puesto que “la felicidad no se da sino para un sujeto” y puesto que
solo puede haber felicidad si nos arrojamos a lo absoluto de la vida, por
ejemplo, la amistad, el amor, la militancia, y se puede agregar, la educación, todas
formas del encuentro que van contra “El ‘realismo’ económico y político” como
“una gran escuela de sumisión”.
Entonces,
leemos: “La fuerza de un acontecimiento reside en el hecho de que expone algo
del mundo que estaba oculto, o invisible, por estar enmascarado por las leyes
de ese mundo”. El acontecimiento, así, se relaciona con la felicidad en cuanto que
aquel hace emerger una posibilidad de algo que era imposible y esta, como la
define Badiou, es un goce de lo imposible, a partir del cual las personas
reconocen en sí mismas una potencia de acción y de pensamiento que antes
permanecía oculta bajo las leyes de la división del mundo, por ejemplo, entre
quienes tienen el tiempo para pensar y quienes usan el tiempo para trabajar,
para reproducir la lógica de la producción. Llegados a este punto, explica
Badiou: “Es menester introducir aquí una distinción tajante entre ‘felicidad’ y
‘satisfacción’. Estoy satisfecho cuando veo que mis intereses de individuo se
hallan en conformidad con lo que el mundo me ofrece. La satisfacción entonces
está determinada por las leyes del mundo y por la armonía entre mi yo y esas
leyes. En última instancia, estoy satisfecho cuando puedo asegurarme de que
estoy bien integrado al mundo”. La felicidad, en cambio, es una negación de la
satisfacción, su superación (Aufhebung):
“La felicidad se halla del lado de la afirmación, de la creación, de la novedad
y de la genericidad”, allí donde la satisfacción introduce una “muerte
subjetiva”.
El
acontecimiento siempre nos recuerda que, ante todo, somos seres de lenguaje, por lo que podemos
torcer nuestro destino animal haciendo de nuestras vidas algo distinto que se
desvíe de la satisfacción de las necesidades biológicas. Así, el lenguaje nos
permite situarnos por encima de
nuestras propias necesidades y de su satisfacción para negarlas (una negación
dialéctica), suspendiendo su urgencia y la lógica adaptativa que implican. Algo
nuevo tiene que surgir (lo nuevo es el acontecimiento mismo, y la fidelidad a
él entraña el compromiso subjetivo de hacernos cargo de sus consecuencias: como
pliegue en el mundo, felicidad es,
para Badiou, el nombre de ese acontecimiento).
De esta manera, por ejemplo,
y contra la vulgata liberal y derechista, el comunismo, dice Badiou, no es para
Marx una forma de gobierno, sino la declaración de la posibilidad y la potencia de la igualdad en contra su imposibilidad. Sabemos que, pese a los discursos bienpensantes y
que se precian de democráticos como sello y garantía de un consenso
generalizado sobre la posibilidad de la igualdad, el capitalismo se apoya en su
imposibilidad. Para Marx, sostiene Badiou, “Comunismo es el nombre del proceso
histórico de destrucción de la vieja sociedad. Por lo tanto, cambiar no es
obtener un resultado. El resultado reside en el cambio mismos”, de lo que se
sigue que la lógica del cambio no se deja reducir a la sustancialidad de la
historia y las cronologías. Comunismo es, entonces, un excedente crítico,
lógico, que quiere superar el axioma, inherente al capitalismo, de la
imposibilidad de la igualdad.
En este sentido,
la felicidad no es la satisfacción de las necesidades propias ni una condición
abstracta de una sociedad en la que cada uno está satisfecho. Es, por el contrario,
una ruptura de esa lógica, el lidiar con las consecuencias de un acontecimiento
que, muchas veces, por no decir siempre, produce insatisfacción. En otras
palabras: la felicidad es pagar el precio por y del acontecimiento, dado que su
aparición como un momento de verdad
debe ser forzado y siempre resulta riesgoso por su carácter incierto. Por ello, “la existencia es capaz de algo más
que su perpetuación. Es capaz, en el elemento de la verdad, de algún efecto de
sujeto. Y el afecto de este efecto, ya sea este el entusiasmo político, la
beatitud científica, el placer estético o la alegría amorosa, es el que siempre
merece, más allá de toda satisfacción de las necesidades, el nombre de
felicidad”.
(*) En una versión semejante, este texto se publicó inicialmente en https://www.escaramuza.com.uy/pensamiento/notas-y-resenas/item/alain-badiou-y-un-antimanual-de-la-felicidad.html?category_id=14. Aquí, retomo la versión anterior y la amplío.
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