Versiones de la escoba (Literarias)




Por Fabián Muniz (*)


1. Cuando tengas que sacar con tu propia mano el manojo de pelos, polvo y mugre que queda en la escoba luego de una buena barrida a fondo por toda la casa, recuerda que todo en la vida tiene un propósito. No dejes que ese episodio sea la sombra que oculte el brillo de tu día resplandeciente. (Paulo Coelho)

2. El optimismo de Coelho es muy brasilero, muy caribeño, poco consciente de quiénes han sido los que han limpiado durante toda la historia de la humanidad. Los pelos, el polvo y la mugre que quedan atiborrados entre las cerdas de la escoba (por algo se llaman “cerdas”) es de los ricos, y la mano que quita todo ese desperdicio para dejar la escoba utilizable nuevamente es la mano del pobre, la mano curtida por el frío del cruel invierno y por los rayos del sol del cruel verano, porque para el pobre todas las estaciones son crueles. También la primavera, que lo hace sufrir de las alergias para las cuales no podrá comprarse medicamentos, y es tan inhumanamente pobre que en otoño junta las hojas que tiran los árboles, porque según su filosofía de vida, en este mundo no hay que tirar nada. El que tira es un indecente. (Eduardo Galeano)

3. Y estiras la mano para quitarle a la escoba la mota de polvo y de pelos y de mugre que se ha juntado de tanto barrer el salón lleno de libros y de discos de jazz, pero, claro, cuando lo haces te das cuenta de que no es solo una mota de mugre, te das cuenta de que en ella hay una especie de ser viviente que se mueve como buscando la salida. Ese pequeño hombrecillo dice tu nombre, y tú le brindas tu mano, para que salte hacia tu palma y te revele los secretos que ha guardado en su estadía y convivencia con la parte más escabrosa del hogar. Te dice que en cada partícula de mugre de tu casa hay otra partícula de mugre dentro, y así sucesivamente hasta que las muñecas rusas de la mugre se vuelven tan hacia adentro que terminan siendo el verdadero centro de este universo, el mandala más íntimo del cosmos… (Julio Cortázar)

4. No faltaba más que dar la ultima barrida por el suelo cubierto de polvo y matas para que la mujer se sintiera sucia, mucho más sucia que la punta de la escoba, que el balanceo opaco de las cerdas contra el piso, que antes había estado tapizado con un paño de alfombra, quizás persa, pero que en ese momento era una superficie porosa de mezcla sin decoración alguna. Luego de mirar por la ventana, ya apoyada la escoba contra el rincón de la sala de estar donde también reposaba el tacho de la basura, se había quedado como pasmada ante alguna imagen mental que la llevaba hacia un lugar menos anodino, más épico, que aquella casona desvencijada y amarga en que arrastraba el saco de huesos y carne que era, destratada por el paso del tiempo. Se le figuró una tundra amplia y nevada por la que se extendía un camino de piedras cuyo sentido siguió hasta que a lo lejos divisó una aldea nórdica en la cual encontraría el bar del que se haría mesera durante los próximos veinte años, pero al momento de su llegada no podía hacerse una idea mínima del destino que aquella barra, tapada de botellas vacías y de taburetes donde se sentaban algunos leñadores callados con nieve en las botas, le depararía. (Juan Carlos Onetti)

5. En el Tomo II del Libro de las Asociaciones Cabalísticas del místico español Réinor Básqueros, que fugazmente un hombre de frente apurada por los años dejó en la puerta de la casa de mi bisabuelo, puede leerse el siguiente segmento intitulado “De las escobas y otros infortunios”: “Cuando las brujas que habrían de ser quemadas en Salem durante el siglo XVII decidieron llevar adelante la famosa huelga de escobas en homenaje a la comadrona de las brujas, Candence Margorie, los habitantes habían decidido que fueran condenadas al poste en que las llamas purificarían sus almas ante los ojos del buen Omnipotente.” La escoba que la anónima damisela de hoy raspa contra el suelo de adoquines o por cualquier pasillo de puerta cancel o bien por alguna innominada callecita de Palermo es, qué duda cabe, la misma escoba que emprendió vuelo para que las ánimas de las brujas de Salem siguieran presentes en las leyendas míticas de los pueblos venideros. (Jorge Luis Borges)

(*) Escritor. Profesor de Literatura. Periodista en Brecha. Su primera novela, La epopeya de las pequeñas muertes (Montevideo, Editorial Fin de Siglo, 2016), obtuvo el Premio Gutemberg.

Dibujo: Pablo Scagliola

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