Contra el futuro. Lo posible-impensado (*)
Por Sandino Núñez (**)
En los últimos treinta años el neoliberalismo ha
generalizado y globalizado la forma y la lógica abstracta de la empresa. Esa
lógica ha ido infectando a los Estados, a los gobiernos, a la institución
educativa, a las viejas relaciones sociales y políticas (¿no
son acaso cuestiones empresariales, gerenciales o administrativas el objeto de
una fiscalización burocrática incesante a los gobiernos y a los Estados, la
persecución a cualquier violación de la axiomática económica —corrupción, mala
gestión, actitud despreocupada con relación al déficit, etc.—, que cuando no
logra tomar fuerza jurídica como para un impeachment, un golpe o
una destitución, se cobra en las siguientes elecciones como pérdida de votos o
dinero electoral?). Hoy, en el mundo empresa, el crédito, la deuda, la culpa y
la adicción arman el chasis “subjetivo” del movimiento continuo y eterno de la
circulación y la reproducción, de la valorización del valor y el incremento de
la cantidad. Todo funciona casi en un solo circuito, a partir de un régimen no
de normas u obligaciones contractuales como coerciones “externas” (la
institución salarial, el disciplinamiento del cuerpo que trabaja y produce),
sino de estímulos y respuestas vitales “internas”, automáticas y enactivas,
en el expertise de cada una de las partículas del universo
empresarial. Y todo funciona como un sistema, como un lenguaje técnico, un
perfecto lenguaje sintético cerrado en sí mismo, un lenguaje que ha suprimido
su propio componente negativo o analítico. Hipertrofia de la neutralidad
absoluta del código, desplegando y replegando su coreografía de cifras,
previsiones, planificaciones, rituales de aseguramiento y anticipación,
extendiéndose como epidemia o plaga, contagiando y encendiendo todo con su
ansiedad, con su patología obsesiva y ritualística, con su motor desesperado.
No es sólo por poesía
que se podría afirmar, hoy más que nunca, que el capital extrae plusvalía del
futuro, en tanto valoriza el valor directamente como promesas y proyectos y
cálculos y obligaciones de deuda. Pero la verdad terrible ha hecho una especie
de pirueta. En realidad el capital no hipoteca el futuro. Hace que el futuro
hipoteque al presente, y logra, por así decirlo, que el futuro extraiga
plusvalía del hoy, que el futuro mismo sea eso que absorbe al presente y lo
dibuja. Es otro modo de definir la operación completa de eso que en otros
textos he llamado lenguaje tecnológico o abstracción
tecnológica. Ese bucle o ese loop parece indicar que el
gran producto objetivo del capital, su hijo más querido, es el
futuro mismo: no solamente porque empuja todo a dar un paso más (el mismo
paso siempre, pero uno-más), sino porque el paso que daremos mañana, o mejor,
el paso que ya dimos mañana, presupone y requiere el paso que
daremos hoy, poniendo “de cabeza” —esta vez sí, realmente— la idea
hegeliana de que la historia es aquello que vuelve necesario lo contingente.
Para el capital, lo que hace necesario (obligatorio) lo contingente es el futuro.
Es el futuro (el capital) siempre cobrando en realización aquello
que el presente le adeuda en cantidad y en dinero.
Estamos por tanto en las
antípodas de una inteligencia histórica que analiza las formas
y las síntesis (lo dado y lo inmediato) para que ellas revelen su carácter
siempre mediado, contingente, social e histórico, es decir, que muestren la
contingencia sólida que nos constituye y nos determina. Estamos en las
antípodas del acto filosófico y político de dar al ser la orden
de significar, de obligar a las síntesis a mostrarse como síntesis,
de llevarlas analíticamente a un pasado en el que se revelen como conceptos o
significantes. Estamos en una inteligencia artificial que
procede en fuga hacia adelante, hacia el futuro, en una
prolongación, reproducción y perfeccionamiento compulsivos e indefinidos de las
síntesis históricas (nuestros a priori sociales) en la
tecnología proyectiva de la anticipación, la medición y el cálculo de los
estados futuros. Y en tanto ese futuro existe precisamente como resultado de
prácticas de medición y cálculo, eso fija y clausura el carácter
“obligatoriamente necesario” del presente, al tiempo que dibuja a la historia
(la historia “dura” de las formas del conocimiento o de los modos de
producción) como una secuencia evolutiva o teleológica que proviene de ninguna
parte, como leyes o códigos naturales que siempre han regido todo, alejándonos
cada vez más de una analítica de lo contingente-significante. Toda la historia
entonces, finalmente, emerge pura como el autómata de la profecía
autorrealizada. El lenguaje sintético de la tecnología, operando como
código, incrementa la abstracción en una ecuación exponencial, en una
progresión geométrica. Es la forma misma de la desesperación: ¿por qué vivimos
una vida tan carnívora en un mundo tan ansioso, violento e injusto?, porque
mañana va a ser mejor (o peor, lo mismo da: mera cuestión de
grados, cantidad y énfasis). Mañana va a ser, cualitativamente, igual.
2.
Cuidémonos de plantear una revolución anticapitalista
en nombre del futuro. Hace tiempo que merecemos dejar de pensar en el futuro.
Necesitamos desembarazarnos del futuro, descansar del futuro, no poner un átomo
de libido en las exigencias, las extorsiones, los chantajes y las amenazas del
futuro. Ya no más cuentas regresivas, cifras, utilidad, cálculos y previsiones,
costos y beneficios, tácticas y estrategias.
¿Cómo no ir
entonces contra el despreciable sentido liberal que adquiere inevitablemente en
nuestro mundo la definición aristotélica de política como “el arte de lo
posible”, la realpolitik? Ahí está en juego precisamente la
intercambiabilidad entre arte y técnica, ars y techné,
el delicado y precioso saber hacer del artesano. Y la
creciente alienación moderna entre arte y técnica inscribe también, y sobre todo,
una confusión entre dos posibles. Trato de explicarme.
a. Hay un posible que
siempre presupone y depende completamente de un marco a priori ya
establecido y consagrado, de ese gen que no vemos ni
conocemos, de una instalación por defecto de settings que
dibujan y regulan el campo mismo de lo realizable, pero también, y, sobre todo,
de lo sensible, lo experimentable y lo
pensable. Algo como los a priori o las condiciones de
posibilidad de Kant. Hemos llamado código a la
implementación tecnológica de ese gen. Los modernos tendemos a no
ver el corte profundo que ese gen histórico ya ha realizado
entre lo pensable y lo no pensable (o de lo decible y lo no decible), para
entenderlo sencillamente expuesto en el campo de lo realizable, en la
neutralidad de la línea potencia-realización. Como si lo realizable no fuera un
avatar de lo pensable, como si lo realizable no estuviera ya inscripto (y, se
diría, empujado u obligado a realizarse) en lo pensable. En este caso, el juego
complicado de propiciar un posible-realizable, o de minimizar sus consecuencias
perjudiciales, o de impedir otro, etcétera, solamente puede ser una tecnología y
una pragmática, es decir, un (saber) saber hacer, una
razón de cálculo, una racionalidad predictiva y anticipatoria: un arte de
código. Ahora bien. En este posible de realizaciones o
producciones reside la verdadera fuerza histórica inconsciente de la modernidad
y del capitalismo. Es la fuga maníaca de la potencia a la realización, la
recaída o el cortocircuito pulsional, que inscribe su incrustación más profunda
y neutra, el gen que empuja a seguir la línea de lo
pensable-realizable, separando subrepticiamente un no pensable o
un no decible que caen en el fuego negro y silencioso del
olvido absoluto o de la inexistencia, y quedan, digamos, forcluidos,
sin inscripción, huérfanos de todo lenguaje. En otras palabras: la fuerza del
capitalismo no reside en lo que él piensa, y ni
siquiera en lo que él hace, sino en lo que ya ha hecho, en lo
que siempre ya ha hecho, que pauta la lógica neutra e invisible de
lo por hacer y de lo por venir. En otras palabras,
la fuerza reside en la materialidad real de las prácticas
histórico-sociales que quedan inscriptas como condiciones de posibilidad en
la materialidad objetiva, en los objetos y la realidad, y en las
leyes objetivas y formales que rigen su funcionamiento. Objetos y realidad
(positivos) son entonces emanaciones objetivas del saber hacer capitalista
que no se piensa como saber. Son automatismos del propio cuerpo capitalista
marcando el tiempo y el espacio de las posibilidades futuras. Las condiciones
de posibilidad parecen ahora funcionar sobre un campo objetivo que es también
una neutralidad (un campo ya objetivado). Pero ese campo siempre está hecho de
historia, de prácticas y de prácticas significantes (la objetivación,
para no ir lejos, es una de esas prácticas) que han dibujado el mapa de lo
pensable y distribuido los modos de ese pensar. Y ante lo posible como
esa gigantesca fuerza neutra e inerte de lo mismo, las respuestas
del materialismo clásico no solamente han sido de una debilidad evidente, sino
también, se diría incluso, han sido cómplices involuntarias (variantes posibles
dentro de este primer posible).
b. Entonces, por
otro lado, hay otro posible que surgiría precisamente cuando
lográramos suspender, pensar, o, digamos “atravesar”, al primero: cuando
entendiéramos que ese a priori que permitía y desplegaba suposible de
realizaciones era también lo que limitaba, reprimía y enmudecía, mucho más
profundamente, lo pensable, lo decible, lo deseable.
Cuando entendiéramos que ese gen que nos determina y
constituye (determina y constituye nuestros posibles) no estaba ni en Dios ni
en la naturaleza sino que era una escena histórica y social inconsciente que se
afirmaba, se legitimaba, se ahondaba más profundamente y se confirmaba,
precisamente, cada vez que realizábamos “libremente” nuestros posibles.
Ahora bien: este nuevo posible que despunta es bastante más
oscuro e inquietante que el anterior. En primer lugar porque supone que, hasta
cierto punto, habríamos destruido el campo simbólico que le da consistencia al
mundo tal como lo conocemos y, por tanto, a nuestro propio ser y a nuestro
propio lugar subjetivo. Toda la realidad y todo el lenguaje habrían sido
suspendidos o cuestionados ontológicamente, y no “refutados” o planteados en
términos de verdad o no verdad (epistemológicos). El lenguaje y la realidad
habrían sido llevados a cierto lugar insoportable donde es el sujeto mismo que
los lleva quien pierde consistencia. Por otro lado porque ese sujeto
inconsistente volvería al núcleo material histórico irreductible del cual
proviene; no podría levitar como el espíritu de Dios, incontaminado, por encima
de las aguas sucias de los procesos contingentes y patológicos, ya que él mismo
no es sino un emergente, un síntoma de esos procesos contingentes y
patológicos. Recién entonces se abre otro campo de posibilidades,
un campo inédito: un posible impensado. Todo, quizás, habría sido
suspendido e interrogado: nuestras relaciones inmediatas con las cosas, la
realidad, nuestro cuerpo, nuestra percepción, nuestro concepto del espacio y
del tiempo.
Entonces la
política, o la educación, o el análisis (las famosas tres tareas
imposibles de Freud) no pueden ser una técnica administrativa de ese
posible-realizable que está plenamente inscripto en el gen de
nuestras propias prácticas históricas. Pero sí serán el arte de abrir
una posibilidad impensada gracias a una suspensión y a un
cuestionamiento radical de esas prácticas. Un reino que no es de este
mundo, en tanto no parece preinscripto en las posibilidades realizativas de
este mundo. Por eso la política no puede ser empuñada, por ejemplo, por aquella
legión de bienintencionados que pretenden “mejorar la calidad de vida de las
personas”: antes será ese lenguaje nuevo en el que nos planteemos qué es
“vida”, qué es “calidad”, qué es “mejorar”. La política no será ese lenguaje
que tiene potencia de realización (el “culto de la performance” es
un mal antiguo, pero ahora es un mal que nos constituye), sino, por el contrario,
aquel que tenga fuerza para suspender el automatismo de realizarse, el que sea
capaz de suspender la compulsión a la realización. El que pueda
suspender el realismo del modo indicativo o imperativo en el irrealis del
modo subjuntivo. El que entienda el tiempo en una suspensión analítica del
poder sustantivo de las síntesis sociales.
(*) Texto originalmente publicado
en http://sandinonunez.blogspot.com/2018/12/contra-el-futuro-lo-posible-impensado.html,
el 11 de diciembre de 2018. Agradecemos a Sandino Núñez la autorización para su
reproducción.
(**) Filósofo. Escritor. Director
de las publicaciones extintas La República de Platón, Tiempo de crítica y Prohibido Pensar. Revista de ensayos. Ha publicado, entre varios
libros, La vieja hembra engañadora.
Ensayos resistentes sobre el lenguaje y el sujeto, Montevideo, HUM, 2012 y Psicoanálisis para máquinas neutras.
Biopolítica a la plenitud del capitalismo, Montevideo, HUM, 2017.
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