Los doce trabajos de Mr. Word (II)

 


Por Fabián Muniz

Otro día de escritura, otra jornada de trabajo arduo, horas enteras dedicadas a la novela. No dejan de llamarme la atención ciertos subrayados en rojo con los que Mr. Word me comunica sus limitaciones, la frontera que separa lo conocido de lo desconocido. La primera palabra que esta mañana encendió la alarma de nuestro amable Mr. Word fue “reseteándome”. Como es usual, ejecuté el consabido click al botón derecho y di paso al despliegue de opciones: no presté atención a las sucesivas, pero la primera, que me sorprendió, fue “resteándome”, término que desconocía hasta ese entonces. Me dije a mí mismo: “debe ser la conjugación tan compleja, la hermosa y distinguida combinación del gerundio y el pronombre personal enclítico. Veamos qué sucede con el verbo en infinitivo”. Puse “resetear”. El Señor Palabra, emperrado, la subrayó. Qué curioso, me dije, “resetear” es una palabra que Mr. Word debería aceptar, justamente porque es una palabra surgida de “reset”, predominante en el vocabulario anglo-digital. Me aboqué a la búsqueda correspondiente, al encuentro del término desconocido que Mr. Word me recomendaba usar. “Restear” deriva del sustantivo “resto”, y al parecer es un verbo empleado sobre todo en Venezuela, para referir a un jugador que apuesta sobre la mesa todo el dinero que le queda. Se juega el último resto. Restea. Fácilmente logré darle un sentido a la sugerencia de mi querido Mr. Word, sentido absolutamente involuntario desde el punto de vista de su emisor, quien, por otra parte, carece de punto de vista. Ya se ha dicho que el novelista, como un maratonista, está dedicado al empeñoso y paciente arte de la correcaminata, donde es más importante la resistencia que la velocidad, y en ese sentido el novelista siempre está atento a un cierto resto: un cofre secreto en su interior, una reserva de donde emergen diariamente las energías necesarias. Se da en cuerpo y alma en cada página, sí, es cierto, pero sin perder de vista la cautela, como un animal cazador confundido en el bosque, que huele a su presa y sabe que se le escapa continuamente; debe saber reservarse, ejercer la prudencia, no morir en la página cincuenta.



Más adelante, al continuar con la escritura del texto, el Señor Palabra me increpó nuevamente. Esta vez fue el turno de “resiliencia”. Botón derecho: no hay sugerencias. Como mi novela mantiene una relación ciertamente crítica con un discurso dominante del mundo contemporáneo, discurso en el que la palabra “resiliencia” detenta un lugar primordial, llegó un momento en que fue imprescindible usarla. Pues bien: Mr. Word, receloso, la consideró extraña. Me divertí un momento pensando en que Mr. Word es incapaz de la resiliencia, dado que no puede hacer del error un acierto renovado, no aprende más que lo que el escritor en cuestión necesita que aprenda. Responde a un input puesto desde afuera pero no es capaz de crearse su propio input a través de la lógica gramatical. Quiero decir: si yo agrego “resiliencia”, entiendo que cuando escriba, por ejemplo, “resiliente”, la cosa será comprendida inmediatamente, por obra y gracia de la gramática; pues no. Hay que inscribir en el insolente archivo del Señor Palabra todas y cada una de las modificaciones a medida que uno las vaya necesitando.

Hoy, como escritor, tuve que ser resiliente y convertir la traba molesta de los subrayados de Mr. Word en un motivo de creatividad para escribir este pequeño texto. Y a la vez, sigo calculando el momento de restear, todavía muy lejos pero cada día más cercano, porque resetearme y empezar renovado todos los días, sentarme frente a la pantalla al cien por ciento cada mañana, actualizado, con el caché definitivamente eliminado, me resulta imposible.

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