REFLEXIONES SOBRE LA REALIDAD (II)
Por S. C.
Estuve toda la noche leyendo a Ernaux. ¿La conocés? Una profesora amiga me la recomendó. Conseguí, por Amazon, Los años. Mirá lo que dice en la página 18, te leo: “Todo se borrará en un segundo. Ese diccionario acopiado desde la cuna hasta el lecho postrero se eliminará. Habrá silencio y ninguna palabra para decirlo. No saldrá nada de la boca abierta. Ni yo ni mí. La lengua seguirá convirtiendo el mundo en palabras. En las conversaciones en torno a una mesa de fiesta sólo seremos un nombre, y cada vez tendremos menos rostro, hasta desaparecer en la masa anónima de una generación remota”. La puta madre: así se escribe, ¿o no? ¿Te das cuenta? Somos la piltrafa del universo, loco. Ni siquiera el grano de arena (y lleno de pus) en el desierto. No. La piltrafa misma del universo. Fijate que somos en la lengua, cuando asumimos la posición del “yo” (un tipo francés decía eso, antes, mucho antes, creo que se llamaba… Benvealgo). Esa palabrita casi sin sustancia y sin descripción alguna (eso lo aprendí leyendo autores de lingüística; se llaman shifters, no sé si la pronuncié bien. Jakobson, un salado eslavo). Hasta tanto, materia que se desplaza por el mundo. Pero no bien decimos “yo”, todo cambia, y se pone lindo de verdad. Tengo que hacerme cargo del mundo, que es de punta a punta un cúmulo y una acumulación de significados; no hay cosas, solo significados. Y cuando digo “yo”, por ejemplo, en una conversación contigo, o cuando digo “yo” mirándome en el espejo, me cae sobre la espalda todo el peso de la ética. La puta que los parió. Mirá, probá; decí “yo”. Pero decilo con ganas, llenándote el buche, digamos. ¿Viste? No hay tu tía. Hasta te dan ganas de llorar, de la emoción y del sufrimiento. Y, como si todo esto no alcanzara, vamos a terminar en el mismo silencio terrible y misericordioso del que salió todo. Primero sobreviviremos en un nombre, pero después, no sé cuándo en realidad, nada, ni el más remoto recuerdo de cómo se pronunciaban “Carlos”, “Pedro”, “Martita”, “José”, “Cholo” o “María Magdalena”. Y la manga de pajeros de las nuevas generaciones no va a mirar para atrás; le va a chupar un huevo recordar, saber decir “yo” y retener, como un acto ético, los nombres en los que sobrevivimos por un segundo.
Mirá lo que dice acá, justo acá cuando habla del diccionario: como si uno viviera acopiando palabras como se acopia comida para el ganado. Y menos aun desde la cuna: uno nace sin saber una palabra, así que, por más que ande bien escribiendo, está diciendo flor de pavada. Yo sé que es una forma de decir, pero me parece que se le fue la mano. Porque una cosa es hacer una metáfora y otra bien distinta es irse un poco al carajo. Y después, del otro lado del nacimiento, el lecho postrero: esto es más aceptable, porque es así. Imaginate un viejo antes de morir: puede decir “adiós”, “hasta nunca”, “matate”, “gil”, “nunca te quise”, yo qué sé. Así que lo del lecho postrero no te lo discuto, pero lo otro... Tampoco es cosa de hablar por hablar, como si se te cayera una moneda de dos pesos en la vereda. Y, para rematarla, es bastante egocéntrica: no vayas a darle la palabra al otro. Te das cuenta de que podría haber dicho “tú” en lugar de “mí”. Pero no: “yo” y “mí”, ella en el mismísimo centro de la lengua.
Y después me leyó, llenándose el buche, como le gustaba decir (y como se lo llenaba de cerveza), aunque siempre me pareció afectado, exagerado: “En cada instante del tiempo, junto a lo que las personas consideran natural hacer y decir, junto a lo que está mandado pensar, tanto en los libros y los carteles del metro cuanto en los chistes, están todas las cosas de las que no dice nada la sociedad, y no sabe que calla, abocando al malestar solitario a quienes notan esas cosas sin poder nombrarlas. Silencio que se quiebra un día de repente, o poco a poco, y brotan palabras por encima de las cosas, al fin reconocidas, mientras, por debajo, vuelven a formarse otros silencios”. ¡Qué cra la tipa esta! Hay que tener lo que ya sabés para animarse a escribir así. Por lo que leí, tuvo una vida de mierda, al menos en varios aspectos. La escritura, como dicen, la salvó. Pero ¿de qué te salva bien la escritura? No tengo la más puta idea.
Pintura: Picasso.
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