Tracción a pedal: la revolución en bicicleta (reseña)
Por Santiago Cardozo González
1.
Después
de encontrar el punto de equilibrio, ya no hay vuelta atrás: como por arte de
magia, el cuerpo comienza a memorizar la relación con la bicicleta y la
gravedad; aprende rápidamente qué tiene que hacer y qué no, y ya no se olvida
jamás. De ahí en adelante, todo es alegría, felicidad; el espacio se acorta y
el tiempo se calcula de otra manera: la sensación de libertad asociada tiene
que ver con esto, con el dominio más amplio y una experiencia diferente del
espacio y del tiempo. Pero antes: caídas, raspaduras, enojos, miedos,
lastimaduras más graves, y el deseo por el objeto mismo, por la posesión de la
bicicleta. Y enseguida: el placer del desplazamiento, del sol en la cara, del
viento frío que abre los pulmones y, sufridos, se entregan al aire puro que los
ensancha. Más tarde, cuando se retoma el andar, la experiencia de la
“eternidad”: vuelven la infancia, el dominio de la mecánica, la sensación de que
nunca dejamos de subirnos a la bicicleta, como no dejamos de tirar al aro con
la técnica que nos asegura encestar o de dominar la pelota con derecha y con
izquierda.
2.
Marc
Augé (Poitiers, 1935) ofrece una lúcida reflexión sobre este medio de
transporte que ha encarnado diferentes utopías, que ha sido la piedra angular
de ciertos mitos (deportivos y no deportivos), que ha coagulado la civilización
y que sirve, hoy, como signo de un reclamo, una lucha: la de una vida con menos
automóviles, menos contaminada. Elogio de
la bicicleta (Barcelona, Gedisa editorial, 2008) no es solo un libro de
antropología (calificarlo de esta manera, dada la extracción académica del
autor, sería demasiado sencillo); es, también y sobre todo, un libro sobre una
pasión (del autor y de muchos), una reflexión que integra, de forma amena, el
dato pertinente con el pensamiento que intenta ir más allá del vehículo del que
habla, inscribiéndolo en tramas históricas (la referencia a las Guerras y a la
situación de la “clase trabajadora” es permanente), deportivas (las diversas
competiciones existentes en el mundo), artísticas (las películas, por ejemplo,
que tienen a la bicicleta como protagonista), en fin.
En la
conjunción de todos estos aspectos y en el plus del relato épico que se
construye a partir de ellos, emerge la dimensión mítica de la bicicleta, sobre
la que señala Augé: “Para que nazca el mito, hace falta que lo engendre la
historia, que las personas puedan reconocer en él la forma trascendida de lo
que viven”. Y esto, que en cierto sentido puede considerarse rigurosamente cierto,
es lo que desmonta, por ejemplo, Ladrón
de bicicletas (Vittorio De Sica, 1948), film que exhibe la realidad pos
Segunda Guerra Mundial, las misérrimas condiciones laborales de la “clase
trabajadora” italiana (y, desde luego, no solo la italiana). Casi setenta años
después, esas condiciones laborales se repiten en las bicicletas de los deliverys, que cargan en sus espaldas el
peso de la comida solicitada y, sin saberlo, la herencia política de la lucha
obrera. Su pululación es un nuevo síntoma de un sistema que, casi siete décadas
más tardes de aquella película del neorrealismo italiano, ha absorbido la bicicleta
como una herramienta laboral en los márgenes de la división del trabajo del
capitalismo.
Por
otra parte, para Augé, “La bicicleta es, pues, mítica, épica y utópica. […]
Como siempre, la clara conciencia del pasado nutre la imaginación del futuro.
La bicicleta llega a ser, así, el símbolo de un futuro ecológico para la ciudad
del mañana y de la utopía urbana que terminaría reconciliando a la ciudad
consigo misma”. Si en un tiempo pretérito, cuando la historia empezaba
tímidamente a hacernos un lugar, fuimos poblados por vacas antes que por
hombres, hoy los autos son la marca de una civilización de la ansiedad y la
desesperación, en la que la bicicleta, a juicio de Augé, puede constituir un
medio revolucionario para que las personas vivan un presente consciente y
aseguren un “futuro ecológico”.
Asimismo, la
dimensión épica de la bicicleta se ve empañada por el dopaje y su incidencia en
el mito deportivo: los viejos héroes épicos de las competencias ciclísticas como
el Tour de France y el Giro d’Italia (no parece conocer el
antropólogo francés ni Rutas de América ni la Vuelta Ciclista del Uruguay),
capaces de realizar un despliegue físico inédito para llegar a la meta y alzarse,
a último momento, con la victoria, quedan brutalmente cuestionados por los
efectos políticos y morales que produce el doping
como práctica deportiva insensata. La estética del ciclismo, la herencia de La Ilíada y la Odisea, mueren: el doping
mata al héroe, porque lo medicaliza. El rendimiento consistente y la
resistencia prolongada apagan cualquier llama de heroísmo, emergida de lo
inesperado, del instinto de competitividad. La poesía del pedaleo llega al
paroxismo de la profesionalidad y, en este, se desvanece, se pulveriza.
3.
Una de las
tesis centrales del libro de apariencia inofensiva es simple: la reapropiación
de la ciudad por parte de los ciclistas, nuevos flâneurs con el viento en la cara que recorren las calles y observan
la ciudad sin la mediación de cámaras fotográficas. Recodos, arquitectura,
rambla, calles céntricas y avenidas son espacios a recorrer en dos ruedas, para
comprender su espíritu y, en él, volver a conocer la ciudad en la que vivimos,
sentir sus palpitaciones aguzando la percepción, sea porque los ojos se dirigen
al entorno, sea porque están vigilantes de los otros vehículos que los rodean y
que pueden ser potencialmente agresivos e, incluso, mortales. “Necesitamos la
bicicleta para ensimismarnos en nosotros mismos y volver a centrarnos en los
lugares en que vivimos”, dice Augé.
La
utopía de la bicicleta es, entonces, un futuro de sensaciones a flor de piel,
que recoja lo que la ciudad tiene para brindar al margen de la vorágine de
innumerables autos, autoritarios ómnibus y desquiciadas motos que se dirigen a
sus trabajos, haciendo zigzag por los resquicios que se abren entre aquellos
vehículos. Aunque no haya más epopeya, dice Augé, puede recuperarse la mítica y
la utopía de la bicicleta, algo que, a su juicio, ha comenzado a darse en
aquellos lugares en los que el birrodado se pone a disposición de la población
en diferentes estaciones a partir de aplicaciones de celular por medio de las
cuales se paga el servicio ofrecido. La utopía, en suma, son ciudades en las
que “Se respira mejor” y donde “De nuevo se han hecho perceptibles el perfume
de los castaños en primavera y el de las castañas asadas en otoño, al igual que
los demás olores que, sin darnos cuenta, nos habíamos acostumbrado a no sentir.
Hemos recobrado el aroma de las flores, de las frutas, de los mariscos y los
pescados en los puestos de los mercados, de la ropa blanca recién lavada o del
agua de Colonia, y hasta del aire mismo que, desde hace un tiempo, ha adquirido
un deje de fruta roja y que muchos se aplican a respirar a todo pulmón para
desintoxicarse”.
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