El sonido de los dientes de un peine
Entrevista al escritor Martín Bentancor.
Por Santiago Cardozo González
Martín Bentancor: Los Cerrillos, Canelones, 1979. La obra de Bentancor es un juego, como decía Cortázar de su literatura: un juego con el lenguaje, con las historias y los personajes, con los géneros.
1. En tu obra, la conjunción de Saer, Borges y
Onetti me parece notoria, en el mejor sentido de la conjunción: así por
ejemplo, Saer en la “zona” de la Tercera Sección, Saer y Onetti en la fundación
de un lugar en el que ocurren las situaciones y, sin duda alguna, en una particular
cadencia de la narración, en descripciones que atienden, con especial deleite
(aquí veo los tres autores), la adjetivación, el tipo de adjetivos empleado y
su colocación inesperada (también agregaría a Borges en el adjetivo preciso,
elocuente e inesperado). Dos ejemplos: “Las chircas y las carquejas lo han
rodeado por completo, sepultando, de paso, el sitio donde mi madre, mi hermana
y yo nos sentábamos a escuchar la radio y a comer pan con dulce de membrillo.
Bajo esas chircas, que lanzan una polución amarilla y pegajosa cuando sus gajos
son sacudidos, bajo esa carqueja de un verde que insulta, atada a la tierra por
una infinidad de raíces inmemoriales y pinchudas, bajo esa armazón de yuyos
montaraces y crudos, se oculta la fina mata de pasto…” (veo a Saer en La materia chirle del mundo); “La más
alta era también la mayor y, a pesar del chicotazo de los años, aparentaba
menos edad que la más baja, que era también la más gorda. La alta tenía un
cuerpo delgado, de esbeltez difusa, opacada por un vestido amplio, gris
aguardentoso, y la piel de sus brazos, desde la distancia a la que la
contemplábamos, parecía de un bronceado perfecto. La baja, concluimos todos, no
se parecía a nada; no pudimos asimilarla a una forma conocida, aunque algunos
pensamos en un rombo y otros en un cuadrado cincelado a marronazos. En su
escaso metro y medio de altura, torso y extremidades formaban un todo, solo
indivisible por la coloración de las ropas –bermuda beige, blusa azul y
championes blancos–, mientras que la cabeza emergía de entre los hombros como
un cónico chichón morado” (veo a Onetti en El
fondo del quilombo). ¿Qué lugar ocupan estos tres autores en tu literatura,
de forma deliberada o no?
Por descontado que agradezco tu lectura y la conexión entre mi
puñado de cagarrutas y la obra de tan dignos autores (No tengo prebendas ni
cargos para regalar, pero recibirás a finales de mes una canasta con productos
no perecederos, a modo de atención). Digamos que uno intenta labrar su estilo a
la sombra de los escritores que más admira, con todo lo que ello significa para
bien o para mal: puede sonar como una burda imitación o incorporar determinados
elementos formales o estructurales a sus propios libros para darles un giro
propio. He leído y releído (y espero seguir haciéndolo) a Juan José Saer con
especial atención, cautivándome cada vez por la fuerza de esa obra única, de
quien considero el escritor argentino más importante después de Borges, como
bien ha señalado Beatriz Sarlo. Lo de “después de Borges” no es el
establecimiento de un honroso segundo lugar sino un mero orden cronológico: si
consideramos que la obra central de Borges fue escrita en la década del treinta
y el cuarenta, posteriormente fue Saer el que tomó esa especie de posta. Igual,
no se me ocurren dos escritores más disímiles que Borges y Saer. O sea que,
para responder a tu pregunta, sí, Saer está siempre presente. Deliberadamente,
todas mis novelas incluyen un homenaje a sus libros: el relato en verso de Muerte y vida del Sargento Poeta (vale recordar
que Saer planificaba la escritura de una novela policial en verso), el manchón
de tinta en El Inglés y la muerte de
un cordero en El fondo del quilombo.
Dejemos el resto de las pistas en el misterio, para que las descifre la legión
de académicos del futuro. Y sobre Onetti no hay mucho para agregar: lo leo año
a año con redoblado placer y también lo veo, desde acá bajo, como un dios
perfecto y lejano. Me temo que ninguna de las chucherías que creamos los
llamados “escritores uruguayos” podrá jamás exponerse en la misma vidriera que
los libros de Onetti.
2. Tu narrativa ha ido perfeccionando el estilo,
hasta llegar al momento más “depurado”, digamos, si se puede decir algo así: El fondo del quilombo. Sin embargo, creo
que hay dos momentos culminantes de tu escritura: El inglés (no descubro nada), donde la historia mínima se despliega
con enorme maestría, y un par de cuentos de La
lluvia sobre el muladar: “Los huesos” y “El Despenador”, ambos a contrapelo
de la historia oficial o de cierta historia que instala los venerables mitos de
la patria. A partir de estos textos, es posible darse cuenta de que tu
escritura es, precisamente, la escritura como trabajo del estilo, cuidado de la
forma: la sintaxis, la extensión de la frase, un ritmo que pide la lectura en
voz alta, la adjetivación que descoloca (hipálages por doquier)…
La literatura es lenguaje y la escritura es lenguaje. Cuando
escribo un cuento o una novela, la historia siempre está en segundo plano; es
una contingencia que hay que atender, que a veces saldrá bien, otras no, pero
que siempre está en el fondo. Mis preocupaciones centrales son, en primer
lugar, la forma y, a partir de ahí, el lenguaje. Antes de desenrollar la madeja
de la historia pienso en la forma que tendrá el libro: un relato en verso, una
narración sin cortes, una suma de capítulos de formato variado (cartas,
recortes de prensa, correos electrónicos). Después que defino eso, comienza el
trabajo de la escritura, que no es otra cosa que una suerte de juego con las
palabras. Ahí entran esos elementos que vos señalás, que no es otra cosa que el
estilo. Adoro las descripciones, los adjetivos, las enumeraciones, ciertos
gerundios que caen como monolitos en medio de la oración y, desde luego, los
párrafos largos, saturados de subordinadas, de cortes, de desviaciones. Y jamás
de los jamases utilizo el diálogo en su disposición tradicional, esto es: el
guion, el signo de exclamación, etc.
3. Me gustaría detenerme un poco en los títulos (no
solo las historias) La materia chirle del
mundo y Muerte y vida del sargento
poeta (precioso oxímoron político, a la Rancière), es decir, en tu interés
por los personajes de “poca monta”. ¿Por qué tu narrativa se edifica sobre
estas figuras, que en muchos casos recuerdan a los personajes de Paco Espínola?
Es decir, me parece que los títulos de ambas novelas pueden nombrar tu poética,
que es, como toda poética que se precie, una política.
La conexión con Espínola te hace merecedor de una nueva
canasta. Me gustan los seres anónimos, no los que quedan registrados en la
letra de molde y en los manuales de Historia. Por eso, cuando escribo un relato
de corte histórico, como los que mencionaste antes, quienes lo protagonizan o
lo cuentan son los ignorados de la historiografía oficial. Pero el elemento que
quiero destacar, que está en la base de tu pregunta, es la recurrencia
permanente al elemento oral de un relato. Casi todos mis libros están
edificados sobre conversaciones: alguien le cuenta a otro un determinado
suceso, agregándole elementos de su propia cosecha, que el que oye, además,
asimila en sus propios términos, de tal forma que la recepción de lo que
escucha no es ni el relato que hace el que cuenta ni, mucho menos, el episodio
original, sino una suerte de residuo nuevo, autónomo, que es lo que termina
enfrentando el lector.
4. Hay también un trabajo sistemático con la mezcla
de géneros y con el dicen que dijo o
el según Fulano, con el
desplazamiento de la responsabilidad enunciativa y la problematización del
punto de vista.
Sí, eso tiene que ver con lo que decía antes: me interesa la
deformación que asume la historia que se cuenta en la voz de quien la cuenta y
en quien la recibe. Sobre el tema de los géneros es parte de la misma búsqueda
de ampliar las fronteras del estilo. Los géneros suelen ser sistemas cerrados
que operan en base a la comodidad y a la aceptación de ciertas reglas. Me gusta
tomar elementos de los géneros y dejarlos caer en la argamasa de mis historias
para que aparezcan cosas nuevas: bultos, granos, deformaciones… cuanto más
desagradables, mejor. Me resulta gracioso, además, la defensa que de los
géneros hacen quienes los practican a rajatabla; por ejemplo, aquellos que
siguen escribiendo novelas policiales con los mismos recursos que lo hicieron
los grandes maestros del género.
5. ¿Qué lugar ocupa “el foráneo”, sea extranjero o
no, en la composición de tus historias, localizadas en la “zona” que fuiste
construyendo en novelas y cuentos? ¿Se puede entender que esa figura de la
ajenidad disuelve la distinción entre una literatura “nacional” y una
“universal” y/o entre una literatura montevideana, digamos, y una “del
interior”, considerando que sos un escritor radicado en ese “interior” pero que
“ve” con “otros ojos”, siempre que aceptemos, al menos provisoriamente, estas fáciles
y sospechosas categorías?
En el ciclo de cuentos y novelas que transcurren en la
Tercera Sección, me interesa que la historia que se cuenta pase a través del
tamiz de alguien que no es de la zona: un escribiente de comisaría asignado al
pueblo, un maestro que llega a trabajar en una escuela de la zona, un tipo que
regresa al pago tras varios años afuera, etc. El recurso, además de divertirme,
que es lo que importa en definitiva, evita la caída en el regionalismo y coloca
a ese que llega al pueblo en el lugar del lector. Como el tipo no es del lugar,
digamos, todo lo sorprende, ciertas cosas le llaman la atención y como, además,
no tiene el trasfondo de las historias que le cuenta, se ve obligado a
completar las zonas oscuras del relato.
6. ¿Cuáles son tus lecturas predilectas en
literatura? Y, si se puede saber y contar, ¿en qué proyecto estás trabajando
ahora?
Empiezo por la segunda parte de la pregunta. Estoy desde
hace tres años trabajando en una novela que espero terminar pronto. O quizás
no. Digamos que es el proyecto más ambicioso que he encarado y que, durante
todo este tiempo, he venido ejecutando con la ilusión de que suene como un
Stradivarius aunque lo que escucho suele parecerse más bien al sonido que sale
al soplar los dientes de un peine. Sobre lecturas: leo y releo mucho y variado.
Como reseño libros para un diario, suelo leer muchos libros del momento aunque
nunca, jamás, a autores uruguayos. Esa zona de “lecturas predilectas” que
menciónás es más bien una zona de relecturas que vuelven con el tiempo y que van,
por ejemplo, desde Vladimir Nabokov (el mayor novelista del siglo veinte) a
Joseph Roth, desde Evelyn Waugh a Martin Amis, desde B. Traven a Anthony
Burgess, desde Antonio di Bendetto a Felisberto Hernández, desde Juan Filloy a
Alberto Laiseca.
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