Adiós a las mateadas


Por Fernando Flores Morador (*)

Después de décadas de contaminación ambiental, y cuando se esperaba que esta fuera el punto de partida de una esperada catástrofe ecológica, surgió la enfermedad COVID-19 generada por el virus SARS-CoV-2 y lo cambió todo. La primera gran consecuencia del accionar del virus fue la de paralizar toda actividad humana, encerrando a la gente en sus casas, deteniendo casi la totalidad de los transportes, el comercio, la producción industrial, y en general toda actividad cultural, deportiva y económica, con la excepción de algunos servicios básicos fundamentales para la supervivencia. En filosofía de la tecnología, la ley de Murphy ocupa un lugar importante. Según la misma, “si algo malo puede pasar, pasará”. ​ Esta frase, que denota una actitud pesimista y que recomienda estrategias vitales defensivas, es válida para todos los ámbitos de la vida. Vistos los hechos que nos ocupan, lo cierto es que por lo menos en la civilización occidental y cristiana no se la ha tenido en cuenta. Y no es por falta de augurios, los cuales han poblado incluso la literatura y el cine, empeñados en mostrarnos un espectro muy grande de toda clase de catástrofes posibles.

Al igual que el universo en su conjunto, la vida se balancea entre entropía y orden. En ese contexto, los actos humanos generan el orden adecuado para vida biológica y social. Este orden generado es mayor o menor, es decir, es la expresión de un “valor” al que llamaremos “organizacional”. El valor organizacional generado estará polarizado hacia el pasado, cuando esté dirigido a preservar el statu quo. Este puede ser el caso de, por ejemplo, el valor organizacional de una ideología, o el de una institución social o cultural. Por otro lado, el valor organizacional generado estará polarizado hacia el futuro, si está dirigido a desarrollar un marco que permita la vida en situaciones imprevistas. En la pugna entre estas tendencias, en caso de que exista un conflicto radical, primará la preservación del orden vital. Si comparamos en este marco, la crisis económica que el COVID-19 está generando, con la crisis económica que, en el 2008, generó la especulación financiera, comprobamos que la primera generará un nuevo orden, mientras que la segunda reformuló en su momento el orden existente. La crisis financiera del 2008 afectó a los “pulmones” de la sociedad, en tanto los bancos son los que organizan el transporte del valor organizacional desde una serie de actos a otra. Sucedió que los bancos sacaron el valor organizacional generado por el trabajo de toda la gente, hacia circuitos pequeños, callejones sin salida, sin retorno a la sociedad en su conjunto. La sociedad se quedó entonces sin “oxigeno”, es decir, sin el valor organizacional mínimo necesario para moverse de una serie de actos a otra. La crisis generada por la pandemia, por otro lado, es diferente, en el sentido de que afecta a la generación misma del valor organizacional. En este caso, son los “músculos” de la sociedad los que están afectados. La gente está en la casa escondida del SARS-CoV-2 sin generar valor organizacional, tratando de dar tiempo al sistema inmunológico a prepararse para un contraataque. Los “músculos” de la sociedad son el motor de todo lo que hay, pero justamente ahora están paralizados. Demanda de empleo hay, empresas hay, saber hacer hay, pero no hay músculos. Bancos hay, jueces y policías hay, cárceles y restaurantes hay, hay peluquerías, panaderías, talleres mecánicos, hoteles, pero no hay gente. Hay armas, tanques, helicópteros de ataque, misiles y bombas atómicas, pero el enemigo está en otra dimensión. Es imposible verle y tocarle, de allí que es muy difícil esconderse del SARS-CoV-2. Nos infecta disimulando que es una gripe común, de esas de toda la vida. El virus nos quiere juntos, porque no es capaz de saltar más de dos metros y por eso estamos separados. Se queda pegado en las cosas, por eso andamos por el mundo con guantes. En la crisis del 2008, la gente tuvo que regenerar el valor organizacional perdido en laberintos inaccesibles.  Fue un tiempo en el que los bancos dejaron de ser una solución, para pasar a ser una carga pesada para la gente. En el resacate de los bancos se consumió el valor organizacional que estaba destinado a otros fines, entre ellos, al desarrollo y preservación del sistema sanitario. Ahora, es cuando el valor organizacional ahorrado durante una década en los bancos, debe ser usado para ayudar a la gente. Si se hace, la crisis no debería ser tan grave, porque oxígeno hay, y mucho. En la actualidad, los bancos tienen grandes reservas de valor organizacional y estas deben invertirse en los hogares y empresas que hoy están paralizados. Deben llenar de valor organizacional las estructuras sociales, evitando la pérdida de masa muscular.

Mientras tanto, el Medio Ambiente está de fiesta; descolocado y confuso, el capitalismo salvaje trata de reagrupar sus tropas al mismo tiempo que el mar y el aire, los animales y las plantas tienen un respiro. Durante las últimas décadas, millones de personas de todos los continentes viajaron a todas partes con hambre de ver todo, de gustar todo, de oír todo. Verdaderas migraciones turísticas hambrientas de bañarse en la playa que quedaba más lejos. En general, el valor organizacional generado por actividades presenciales como estas, aparece como el más afectado por la pandemia. Es altamente probale que, en la sociedad pos-pandémica, las relaciones presenciales resurjan modificadas. ¿Volveremos acaso a compartir salivas en las mateadas?

En tanto es una actividad claramente presencial, la industria del turismo saldrá muy afectada. ¿Qué pasará con el valor organizacional generado en el marco de esta industria? La crisis generada por la pandemia ha dejado en evidencia que el valor económico nace con el hacer de la gente. La gente hace, y el hacer de la gente genera valor organizacional. Vemos este valor en las casas, en las herramientas y máquinas, en un saber hacer de enorme complejidad. Saber plantar papas y tomates, saber cosechar, saber distribuir y saber vender y comprar. Si no hay gente a lo largo de esta cadena, no hay riqueza. Entonces, si hay gente, habrá trabajo y habrá empresas y habrá mercados y bancos. La sociedad moderna es un laberinto de senderos que se bifurcan, construidos sobre el saber hacer de la gente. La actual crisis económica, redibuja esos caminos de manera de favorecer a la vida futura. 

De una cosa estamos seguros: no se volverá atrás. Es obvio que sistema sanitario en general no ha dado la nota. Puede pasar que, a pesar de la actual experiencia, pasados algunos años, se vuelva a la destrucción masiva del valor organizacional del sistema sanitario. También puede pasar que la próxima pandemia sea mucho peor que esta. La probabilidad de que un sistema ecológico, estresado como el actual, genere nuevas enfermedades es muy alta. Recordemos a Murphy, “todo lo malo que puede pasar, pasará.” En cualquier caso, el futuro se atisba como sustancialmente más regulado. No habrá mucho margen para el capitalismo salvaje.


(*)  Es profesor en la Universidad de Lund (Suecia) desde 1998. Actualmente es Profesor Honorífico de Filosofía e Historia de las Ciencias y las Tecnologías, en el Departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Alcalá (Madrid).

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