"El escritor tiene que darle al lector algo que lo sorprenda, un sopapo." - Entrevista a José Arenas.
Por Fabián Muniz
José Arenas (1989) es escritor, letrista de tango y performer. Tiene dos libros de poesía, Fueye hembra y Sofía, el tango y otros desaciertos, y dos novelas, Los rotos y Con un hilo de voz, de reciente aparición, publicada por editorial Yaugurú, y de la cual conversamos en la siguiente entrevista.
¿Cómo planificás,
organizás y llevás a cabo la escritura de una novela, ahora que ya llevás dos
publicadas? ¿Y por qué son tan breves?
En
un principio no planificaba nada. Más allá del tema o el título la
planificación de los textos no existía. Todavía hoy, con esas dos novelas
publicadas, me cuesta organizarme del todo. Si bien ya entré en una etapa de
trabajo más metódico, a veces se me trancan los engranajes, sobre todo,
teniendo en cuenta que trato de escribir novelas que se escapen de un
discurso/decurso lineal de ABCD, sino que me interesa más la escena, el
momento, la pintura de lo que le pasa a los personajes en la cabeza, en ese
momento determinado. Eso, que parece más desorganizado, en realidad cuesta
mucho más. Al menos a mí. Tengo que releer a cada rato para ver que todo tenga
sentido con lo que planteé antes, que no repita algo que creo que se me
ocurrió. Sobre todo porque siempre escribo varias cosas a la vez. Hay un
método, falible sí, pero está. Si no, todo sería dadá.
Respecto
de la brevedad, creo que tiene que ver con que escribo novelas que me gustaría
leer. Salvo que estén fantásticamente escritas, suelen aburrirme las novelas
largas, especialmente aquellas donde “no pasa nada” en cuarenta páginas. Por
ejemplo Stephen King escribe novelas largas, porque sus historias se sitúan en
pueblos chicos, con personajes que responden a lugares muy específicos de la
sociedad, por eso en general, las primeras 100 páginas no tienen “acción”, por
dar un ejemplo. Yo, la verdad, necesito acción, cosas, que pase algo concreto.
Por eso me cuesta el texto largo. “Pedro Páramo”, de Rulfo, es la mejor novela
del mundo. Y es breve. No me comparo ni cerca. Ahora hay medio que una
preocupación editorial por el tamaño, un libro respetable es un libro largo, al
menos eso pareciera. No quiero ser respetable.
Mientras ibas posteando
en Facebook algunos fragmentos de tu libro, el título parecía ser La novela de
Nico. ¿Por qué cambió a Con
un hilo de voz?
¿Qué creés que ganó con el cambio?
El
hashtag era ese. Y por un momento pensé en que la novela se llamara así,
#lanoveladenico, pero después Maca, mi editor, me dijo que no le convencía
demasiado. Y estuvo bueno, porque me puso a pensar en el concepto de la novela.
Había leído hacía poco una novela de Virginia Feinmann que se llama “Toda
clase de cosas posibles”, y pensé que ese título era perfecto, rescataba el
verdadero espíritu de su novela. Entonces traté de hacer lo mismo. Pensé en la
intimidad, en la oralidad, en algo que fuera pequeño, pensé en el susurro,
pensé en la voz de la tristeza, esa voz que está cerca del llanto, que sale
como un hilo, y ahí entonces salió Con un hilo de voz. Creo que lo que ganó
fue tener mucho más que ver con la idea de la novela toda. #lanoveladenico le
daba una centralidad exagerada al personaje de Nico, que, si bien es
protagonista, cortaría todo aquello que aparece alrededor y en lo que me esmeré
bastante en trabajar; crítica de arte, crítica social, crónicas, juego de
registros, etc.
Siempre que te leo,
noto que tu prosa está muy cargada de poesía. También te he leído como poeta
puro, digamos. ¿Qué representan para vos los géneros literarios? ¿Y los géneros
referidos a lo sexual?
Una
vez en La Diaria, para una nota sobre poesía usé como título “Identidad de
género”, jugando con esas dos preguntas que me hacés. Pero me lo cambiaron. Siempre
me cambian cosas. En fin. Laburo mucho con la poesía en la prosa, tratando de
diluir esos límites. Entre Los rotos y Con un hilo de voz hay un cambio, en
la segunda novela “abuso” menos del hecho poético, pero en ambas doy respiro,
que si sobrecargo de poesía al lector se le cae un huevo. A su vez, trabajo con
géneros que en general están bastante barateados; el pop, el punk, el trash,
hoy están más ligados a un “realismo plano”, que me parece terraja. Vos ves que
salen novelas enteras donde no hay un solo recurso poético y decís, pah, qué
pobreza. El escritor tiene que darle al lector algo que lo sorprenda, un
sopapo. No podés contar que el cielo es celeste, eso el lector ya lo sabe. Y si
vas a decir eso, que sea de una manera que el lector no usaría. Si no, mira
Netflix y ya fue. Igual el mercado me contradice, las novelas que más venden
son, en general, esas boludeces planas. Pero bueno, qué se yo.
En la poesía “pura y dura”, me siento muy bien en el territorio del tango. Más allá de que lo rompa para todos lados. Escribo letras, escribo con y sobre el tango. Y pasa algo similar a la narrativa, aunque un poco más amable. El público agradece que haya letras de tango joven. También pasa lo mismo que dije respecto de “lo plano”, han aparecido una camada de cantautores que mamita querida. Si llegan a poner una metáfora en sus canciones les da un ACV estético. Ni que hablar de las melodías. Lo que queda es seguir creando, y ya fue.
Respecto de los géneros en el sexo. Leí mucho y estudié mucho. De todas maneras ahora hay una nueva camada de teorías o más bien de etiquetas a las que habrá que ponerle teorías, que se me escapan. Yo ya hice mi parte, escribo literatura queer. Con ella hago algo de teoría, pero no es lo central. Eso sería pretencioso.
Tu escritura parece muy
libre, en todos los sentidos. Puede sonar por momentos como políticamente
incorrecta; por otros, militante de causas justas, y hasta hay lugar para
autoparodiarte. ¿Creés que la escritura tiene relación con la idea de libertad?
Totalmente.
Y más te digo, con el concepto de poder. Dentro de la escritura tengo ese poder
que no tengo en la vida real. Es como cuando subo al escenario a hacer una
performance. Abajo soy un boludo más, sobrevuelo los tachos de basura. Pero
cuando estoy escribiendo soy yo el que tiene el dominio de todo, el que ejerce
a su antojo y pone todas las piezas donde quiere que estén. Todos esos aspectos
que mencionás aparecen según mi antojo. Imagino que así debe ser la escritura.
A veces escribo cosas que digo: “bueno, si lo leen y se enojan, mejor”. Sobre
todo me río de mí y de los que están en mi vereda. Después sí, trato de
destruir al enemigo. Aunque a veces darle entidad es patético. Digamos que para
que le dé palo, tengo que sentir o mucho odio, o algo de respeto. O tiene que
hacerme reír. Pero la escritura es el lugar especial, mi refugio para la
incorrección política. Ojo, tampoco me hago el canchero. La incorrección
política como concepto ha hecho creer a muchos giles que eran vivos solo por
desubicados. No, se trata de la verdadera idea transgresora que desprecia el
statu quo.
En la página 87, el
narrador de la novela dice: “la revolución, pero más íntima y patética, adentro
de mis venas cansadas y doloridas”. Se me hace que en esta frase se condensan
varias claves de lectura de la novela. ¿Qué lugar tiene la idea de revolución
en nuestra actualidad?
En
la novela se refiere más que nada a la frustración, al patetismo. A alguien que
quiere algo gigante y que no puede más que conformarse con esa cosita de
entrecasa. Que es uno de los elementos de la novela; un personaje que quiere
trascender, aunque no sabe bien cómo, en un mundo claramente chato. De todas
maneras no es una visión pesimista. Sino que es un no encontrar el cómo. Así
funciona en la novela. Respecto de la actualidad, yo sostengo la tesis de José
Pablo Feinmann, ya todas las revoluciones posibles fueron hechas y la última
gran revolución a la que vamos a asistir ya tuvo lugar, que es la revolución
comunicacional. Pasamos del sujeto cartesiano al sujeto bélico-comunicacional.
En algún momento tengo fe respecto de la revolución que pueda llegar a
producirse a través de las teorías LGTBIQ y los diversos feminismos, pero tengo
que confesar que ambas están englobadas en el humanismo, y que el ser humano no
me da confianza, más allá de lo que tenga entre las piernas o de con quién
desee acostarse. A lo largo de la historia tuvimos fe en muchas revoluciones, y
todas terminaron corrompidas. Y la verdad es que no creo que tuviera que ver
con el género. Ojalá sí. Pero lo dudo. A lo mejor pudiera surgir cierto hecho
revolucionario entre el arte y los modos de vivir, empezar a depender menos del
mercado, salirnos de sus preceptos. Pero el capitalismo es un cáncer de
rapidísima expansión y sabe todo lo que tiene que hacer. Y admitámoslo, en
general el común de la gente está re cómoda con eso. ¿Querés hacer la
revolución? ¿Querés terminar con el hambre? ¿Querés terminar con las
injusticias hacia las disidencias? ¿Querés que haya menos ricos y menos pobres?
Sí, pero no en estos días, que pasado mañana tengo un baby shower.
Ah, eso, a lo único que le tengo fe como revolucionario es al antinatalismo.
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